El líder más grande de la historia. Augusto Cury

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Название El líder más grande de la historia
Автор произведения Augusto Cury
Жанр Сделай Сам
Серия Biblioteca Augusto Cury
Издательство Сделай Сам
Год выпуска 0
isbn 9786075572611



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del futuro. Es un problema legítimo. Pero no pensamos que hoy, a pesar de que cada alumno es un ser humano único y fascinante, estamos formando una generación de idiotas emocionales.

      Los rectores se revolvieron en sus asientos. Vincent Dell quería callarlo de cualquier forma. Solicitó que cortaran el micrófono.

      —Corta la comunicación —pidió, haciendo un gesto.

      Pero el chico de la mesa de sonido estaba disfrutando, y no obedeció. Asintió, fingiendo que había acatado la orden, mas no lo hizo.

      —¿De qué nos acusas? ¿De estar formando idiotas emocionales? —cuestionó el rector japonés, Minoro Kawasaki. Y, ansioso, continuó—: ¿Qué atrevimiento es ése? ¡Es imposible que yo esté formando alumnos así en mi universidad!

      —Tampoco es posible que se diga eso de los alumnos formados en la comunidad europea —debatió, perturbado, Pierre Sant’ Ana, rector de una respetada universidad.

      —Mucho menos en Estados Unidos. Eres insolente y prepotente, Marco Polo —afirmó Vincent Dell categóricamente.

      Fue entonces que el pensador de la psicología comenzó a explicar su cautivante y explosiva tesis:

      —Idiota, del griego idiōtēs, quiere decir ignorante o sin discernimiento. Con frecuencia, los idiotas emocionales tienen una cognición compleja, son racionalistas y peritos en tecnología digital, pero son emocionalmente tontos, ignorantes en cuanto a las propias habilidades socioemocionales. No quiero estropear el ambiente, señores. Prefiero callarme y escribir un artículo con más detalles.

      Sin embargo, los intelectuales se sintieron provocados a pensar críticamente sobre el tema. Incómodos, presionaron a Marco Polo para que hablara.

      —¡Habla! —pidió un rector.

      —No te calles —exigió otro.

      Vincent Dell, viendo que Marco Polo titubeaba, y percibiendo el resuelto deseo de sus colegas rectores de conocer las tesis del psiquiatra, esta vez lo presionó también:

      —¿A qué te refieres? ¡Vamos, habla de tu loca tesis y acaba ya con esto!

      Fue así que Marco Polo comenzó a definir sus ideas. A medida que avanzaba en su discurso, los rectores comenzaron a preo­cuparse cada vez más.

      —Los idiotas emocionales son una generación constituida por millones de jóvenes y adultos de las sociedades digitales, que aun cuando tengan un buen raciocinio lógico, son emocionalmente tontos, superficiales, hipócritas y paradójicos. Proclaman los derechos humanos, siempre que sus derechos estén en primer lugar. Critican el sistema social, pero están enviciados en apropiarse de él. Son consumistas inveterados, no ahorran para el futuro ni tienen idea de que el éxito es efímero. Se ejercitan en los gimnasios para crear musculatura, lo cual es muy bueno, pero no desarrollan la musculatura emocional para enfrentar sus propios dolores, filtrar estímulos estresantes y lidiar con los gigantescos desafíos inherentes a la vida. Inflan el ego con autosuficiencia, pero tienen un umbral muy bajo para soportar las frustraciones; por eso se deprimen, se mutilan o desisten de todo por muy poco. Usan las redes sociales para comunicarse con el mundo, pero no saben conectarse consigo mismos ni evitar a los vampiros emocionales que los desangran, como la ansiedad. Saben leer y escribir, pero son analfabetas emocionales, pues no saben redactar los capítulos más nobles de su propia historia cuando el mundo se derrumba sobre ellos. Conocen las matemáticas numéricas, donde dividir es disminuir, pero desconocen las nobilísimas matemáticas de la emoción, donde dividir es aumentar, y por eso acallan sus propias lágrimas y sus propios conflictos, lo que disminuye su capacidad de superación y su resiliencia. Se preocupan por el sufrimiento de los animales, lo cual es digno de aplauso, pero tienen una baja empatía por el sufrimiento humano, por eso rara vez preguntan sobre las penas de sus padres y las pesadillas de sus maestros; no preguntan: “¿Qué puedo hacer para que sean más felices?”, ni les agradecen por existir.

      En ese momento, el doctor Minoro Kawasaki tuvo súbitamente una crisis de tos.

      —¿Se atragantó, señor? —preguntó un asistente, ofreciéndole agua.

      —¿Cómo no atragantarse con esas palabras? —preguntó afónico el rector japonés.

      Marco Polo hizo una pausa para que se recuperara y, para horror de los intelectuales presentes, abundó:

      —Y hay más: es obvio que hay excepciones, pero los idiotas emocionales son mendigos psíquicos, aunque vivan en bellas residencias, pues requieren muchos estímulos, como objetos y reconocimiento, para sentir migajas de placer. No saben enamorar a su propia vida, relajarse y reírse de su propia estupidez, son verdugos de sí mismos. Conducen bien sus automóviles, pero no entrenan a su Yo para pilotear el vehículo de su mente. Por eso atropellan a las personas a las que aman con sus exigencias y críticas atroces. Buscan la eterna juventud, pero envejecen precozmente en su emoción, lo que los lleva a reclamar mucho, querer todo rápido y vivir bajo el tiránico patrón de la belleza. Odian el tedio y son dependientes digitales, por eso no pueden estar quince minutos a solas consigo mismos sin usar el celular, no tienen la menor idea de que la creatividad nace en el terreno de la soledad.

      Vincent Dell, uno de los mayores peritos en tecnología digital de la actualidad, comenzó a tener taquicardia y sudores ante este abordaje. “Este sujeto está destruyendo mi evento”, pensó, revolcándose en el fango del odio. Y más porque quería vender la supertecnología The Best a todos los rectores presentes. Marco Polo hizo una pausa para relajar la mente y observar a los rectores. Se habían quedado sin voz. Encaró fijamente a Vincent Dell y finalizó:

      —Reitero: sin duda hay diversas excepciones, pero los idiotas emocionales son una generación cínica, que se emociona con los héroes superhumanos de las películas de Marvel. No tengo nada en contra de esa diversión inocente, pero ellos mismos son incapaces de asumir el papel de un pequeño “héroe humano”, que extiende las manos a los desvalidos de la sociedad, a los inmigrantes desamparados, a los niños desprotegidos o a las personas excluidas que derraman lágrimas imperceptibles a su lado. Es una generación incoherente, que tiene la intención de cambiar el mundo, pero que es incapaz de cambiar su propio mundo y reinventarse durante las crisis. No entienden que quien vence sin riesgos triunfa sin gloria. Es una generación paradójica, excelente para hablar, pésima para actuar, que defiende correctamente la preservación de los recursos del planeta Tierra, pero no ahorra agua, no recoge la basura de los demás ni planta árboles. Que critica con razón a los líderes que no se preocupan por el gravísimo calentamiento global, pero que tiene un bajo nivel de eficiencia en sus protestas, pues no se atreve a crear un movimiento internacional para formar los nuevos liderazgos que gobernarán a las naciones y a las grandes empresas para revolucionar el mundo. Por encima de todo, es una generación irresponsable, que no preserva los recursos naturales del planeta “mente”. Por esto está desprotegida emocionalmente, es hiperpensante, inquieta, estresada, cansada, que tiene miedo de hablar en público y que, a pesar de amar la libertad, construye más cárceles en su cerebro que las que hay en las ciudades más violentas del mundo.

      Cuando el doctor Marco Polo terminó su definición completa de la sociedad de los idiotas emocionales, los educadores internacionales estaban en un estado de perplejidad.

      —Estoy muy impactado —dijo el rector Pierre Sant’ Ana, sin aliento.

      Él mismo tenía muchos de los rasgos de esta generación enferma.

      El rector Jin Chang, de China, muy callado y culto pero muy conservador, compartía la preocupación de su colega.

      Se había identificado con media docena de puntos de la definición de Marco Polo.

      Lucy Denver, la rectora inglesa, se limpiaba el sudor del rostro, evitando que se corriera el maquillaje. Los rectores presentaban diversos síntomas psicosomáticos. El discurso del psiquiatra los había desnudado de su intelectualismo y de su ego inflado. No pocos reconocieron que se sentían emocionalmente fallidos, pero no lo confesaban públicamente. Los intelectuales son excelentes para esconder los fantasmas que los torturan.

      Vincent Dell quería abalanzarse al cuello