El líder más grande de la historia. Augusto Cury

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Название El líder más grande de la historia
Автор произведения Augusto Cury
Жанр Сделай Сам
Серия Biblioteca Augusto Cury
Издательство Сделай Сам
Год выпуска 0
isbn 9786075572611



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Dell proclamó efusivamente:

      —Correctísimo, señores rectores y señoras rectoras.

      En realidad sólo había una mujer rectora entre veintidós rectores. La discriminación era evidente en los cargos académicos de dirección, aunque las mujeres estuvieran ocupando la mayoría de las vacantes en las universidades y fueran, en promedio, más aplicadas y obtuvieran mejores notas.

      El rector prosiguió:

      —Las máquinas sustituirán a las enfermeras. No pocas podrán incluso dar masajes a los pacientes. Habrá hasta robots sexuales —y, con poca delicadeza, completó, arrancando carcajadas a los hombres—: Yo tendré una media docena.

      —¿Sustituyendo el amor de una mujer por seis robots, doctor Dell? ¿Tiene usted problemas de impotencia? —preguntó directamente la rectora Lucy Denver, de Inglaterra.

      —No, doctora Lucy. Discúlpeme, pero es que el mundo digital abre un mundo de posibilidades para las fantasías humanas —dijo él, sin ruborizarse ni doblegarse ante la rectora. La audiencia rio sutilmente esta vez. Vincent Dell completó—: Los conductores se convertirán en músicos, pues serán sustituidos cada vez más por autobuses, camiones, tractores y autos autónomos. Las casas y edificios serán construidos por impresoras 3D. Piensen en la construcción de un departamento o una casa por día o por hora. Pobres de los ingenieros y los albañiles.

      Un rector chino, Jin Chang, amigo de Vincent Dell, tocó un asunto gravísimo:

      —Los policías, por lo menos la gran mayoría, tendrán que aprender artes plásticas, pues muchos perderán sus empleos, ya que controlaremos la delincuencia mediante la tecnología digital, incluso en los países con alto índice de violencia, como Rusia.

      —¿Cómo será eso? —indagó muy curioso y tenso Alex Molotov, un rector ruso.

      —Usaremos chips implantados bajo la piel de los individuos para medir las pulsaciones de violencia y prevenir ataques, inyectando moduladores de humor en los focos de tensión. Creemos que podrán evitarse hasta noventa por ciento de los asesinatos. Usaremos los movimientos del iris y del rostro de las personas para controlar los comportamientos inclinados a la sociopatía. Muchas de esas investigaciones ya están avanzadas en el área de seguridad.

      La audiencia estaba extasiada. Vincent Dell aprovechó la idea de su amigo chino y comentó las investigaciones que ocurrían en los laboratorios de tecnología de investigación de su universidad:

      —Nosotros estamos produciendo policías-drones. Quién sabe si en el futuro habrá uno para cada persona. Serán como ángeles de la guarda, la democratización de la seguridad privada. Incluso los más pobres tendrán acceso a ellos. La persona duerme, pero el policía-dron estará vigilando. La persona camina, y su policía-dron levanta el vuelo y la acompaña. Si ella es atacada, el dron desciende a altísima velocidad y dispara descargas eléctricas y una inyección de tranquilizantes al agresor. La sociedad será pacificada.

      Muchos aplaudieron solemnemente a Vincent Dell. Realmente eran ideas innovadoras. Sería sorprendente que una persona viajara y otro policía-dron la esperara en el aeropuerto de destino. Ante los aplausos, el rector completó:

      —Ése es un ejemplo de que toda universidad tiene que convertirse en un centro de investigaciones digitales —y reveló algo que lo perturbaba—: No vamos a dejar que esos locos de Silicon Valley de San Francisco sean los únicos protagonistas de la innovación. Ellos quieren gobernar el mundo. Tenemos que ocupar los espacios, en caso contrario nuestras universidades serán obsoletas.

      Muchos aplaudieron emocionados, a excepción de Marco Polo. En el auge de la euforia de los rectores, él, que tenía prohibido hablar, no lo soportó y se levantó, pero Vincent Dell le advirtió:

      —No estás autorizado a hablar. Aquí tú eres sólo un oyente.

      —Si yo no hablo, estas paredes gritarán, dignísimo rector —y sin importarle perder su empleo como jefe de departamento, corrigió—: Ustedes no hablaron de los riesgos a la libertad y a la democracia que representan las nuevas tecnologías. ¿O piensan que el mundo digital es un paraíso en la Tierra, controlando nuestros impulsos con sus ángeles robots? ¿Entrarían ellos en nuestra mente y aquietarían los monstruos que producimos? ¡Imposible! Tampoco comentaron sobre las soluciones para centenares de millones de profesionales que perderán sus empleos con la explosión de la inteligencia artificial.

      —Los estudios demuestran que no habrá desempleo, como se cree —gritó Dell, airado—. Los desempleados trabajarán en servicios, cuidarán de las personas, del bienestar social, de los jardines de las ciudades, del medio ambiente, sin contar las nuevas industrias de entretenimiento.

      —¿Piensas que serán salarios dignos o subempleos? ¡La mente miente, Vincent Dell! —afirmó Marco Polo, y continuó—: Además, el drama del hambre crecerá cada vez más. ¿Qué tal si 0.5 por ciento de todas las transacciones del comercio mundial, de las exportaciones e importaciones, fuera destinado a un fondo administrado por la ONU para acabar con el hambre en el planeta en cinco años? ¡Ésa es una solución!

      Silencio general. La idea era genial, pero Vincent Dell, su adversario, soltó una carcajada, revelando así una crisis de celos. Y burlándose del psiquiatra, comentó:

      —Eres un soñador. Ese asunto es un tema para los políticos, no para las universidades.

      —Pero ¿no son las universidades las que forman a gran parte de los políticos? No pocas universidades se convirtieron en una religión hermética de ideas, preocupadas por ser una fábrica de diplomas y artículos, pero no de pensamiento crítico sobre los dramas socioemocionales de la sociedad —rebatió Marco Polo.

      A Vincent Dell no le gustó la crítica.

      —¡Silencio, doctor Marco Polo! En caso contrario, será expulsado de este auditorio y de esta universidad. Y sabe que tengo el poder para eso —amenazó Vincent Dell.

      El clima se puso tenso. Marco Polo no vivía dentro del mundo aislado de la psiquiatría. Para él la psiquiatría, la psicología, la sociología y el resto de las ciencias humanas deberían meter el dedo en la llaga en los asuntos de nuestra especie, deberían aportar soluciones para los gravísimos problemas de la actualidad. Marco Polo era un coleccionista de amigos, pero también de crueles enemigos. Y completó:

      —La familia humana se convirtió en un grupo de extraños; pensamos en términos de religión, de partido político, de ideología, pero ya no como humanidad.

      Esa tesis tocó profundamente a Lucy Denver y a otros rectores. Viendo que perdía terreno, Vincent Dell miró fijamente a Marco Polo y exaltó al mundo digital como solución para los dramas de la especie humana.

      —Tonterías. La nueva era será extraordinaria, pues sus conflictos se resolverán con la inteligencia artificial. Los robots no sólo serán excelentes médicos, abogados, ingenieros, enfermeros, trabajadores en las empresas, democratizando el acceso a los servicios de calidad de toda la sociedad, sino que serán la salvación de nuestras universidades. ¡Los robots darán clases! ¡Los robots corregirán los exámenes! ¡Los robots harán las actualizaciones curriculares! Y también recibirán las reclamaciones. ¿Ya lo pensaron? ¡La inteligencia artificial será nuestra religión, la resurrección de la educación! ¡Eso disminuirá nuestros costos operativos y nos traerá más eficiencia en la formación del profesional del futuro! ¡Bienvenidos a la inteligencia artificial! ¡Bienvenidos a la era digital! —proclamó, bajo las aclamaciones de la pequeña casta de intelectuales.

      En ese momento, Pierre Sant’ Ana, que venía de una universidad francesa, solicitó silencio y comentó:

      —Por no hablar de que tendremos menos reclamaciones laborales y menos demandas de alumnos rebeldes, pues los robots retirarán a los alumnos irresponsables sin que nosotros nos estresemos. Porque uno por ciento de nuestros alumnos son psicópatas. Finalmente se alcanzarán, en la era digital, los ideales de la Revolución francesa: ¡libertad, igualdad y fraternidad!

      Marco Polo casi tuvo un ataque de pánico ante todo lo que oía.