El líder más grande de la historia. Augusto Cury

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Название El líder más grande de la historia
Автор произведения Augusto Cury
Жанр Сделай Сам
Серия Biblioteca Augusto Cury
Издательство Сделай Сам
Год выпуска 0
isbn 9786075572611



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es demasiado, Marco Polo, ¡no lo soporto! No soporto contemplar la posibilidad de perderte en cualquier momento. Te amo lo suficiente como para tener miedo, el miedo más dramático, el más primitivo y el más real: el miedo de perder a quien amo.

      En ese momento, Sofía comenzó a llorar copiosamente. Marco Polo la abrazó, derramó también algunas lágrimas y dijo:

      —Yo también te amo. Me gustaría ser diferente de quien soy. Pero puedo cambiar muchas cosas: puedo cambiar los neumáticos de mi auto, puedo cambiar los boletos de avión, puedo quedarme en cuarentena en mi casa, pero no puedo cambiar quien soy. Siento mucho herirte tanto, Sofía. Y preocuparte tanto. Sé que eres una psiquiatra notable, pero hasta para una psiquiatra el volumen de estrés es altísimo —la miró un rato antes de continuar—: Querida Sofía, quien no es fiel a su propia consciencia tiene una deuda impagable consigo mismo. Sabes muy bien que soy un crítico del culto a la celebridad. Sabes que ese culto, que contamina no sólo a los actores y cantantes, sino también a los influenciadores digitales, es una idiotez emocional. No hay célebres ni anónimos en el escenario del tiempo. Todos somos simples mortales. ¿Que puse en peligro mi vida? Sí, es verdad. Pero quería ser escuchado por mis ideas, no por mi fama.

      Ella suspiró, se relajó y después, ya más calmada, indagó:

      —Me imagino que casi te lincharon en esos ambientes. ¿Qué te llevó a hacer esa experiencia tan extrema?

      —Una de las cosas fue la constatación de que el sistema educativo mundial está enfermo, formando personas enfermas para una sociedad enferma. Nuestras sociedades digitales se han convertido en un manicomio global. Incluso universidades como Harvard, MIT, Stanford, Cambridge, Oxford y otras forman, con las debidas excepciones, sólo oyentes, espectadores pasivos que no tienen resiliencia, autocontrol, la mínima capacidad de proteger la propia emoción y reciclar su basura mental. Cualquier propietario de tierras, casas o vehículos tiene un certificado de propiedad, tiene protección legal, pero nuestra mente es una tierra de nadie, no se le enseña a autoprotegerse. Es por eso que la alodoxafobia, el miedo a la opinión de los demás, es una de las fobias más marcadas de la actualidad.

      —Espera, déjame respirar —dijo ella, reflexionando—. Debo asimilar tus ideas. Tu diagnóstico es muy grave.

      Sofía pensó un poco antes de pedirle que continuara. Marco Polo completó su razonamiento:

      —La mente de los niños y de los adolescentes está completamente desprotegida en esta explosión de datos e imágenes de la era digital. Los padres usan los celulares incluso para calmar a los bebés a la hora de comer y de cenar. Están asesinando, sin saberlo, el futuro emocional de sus hijos. Pero dejemos a un lado ese asunto por el momento. Quiero contarte lo que ocurrió antier.

      Marco Polo comenzó entonces a relatar su experiencia sociológica como simple anónimo. Dos días antes, en una mañana soleada, entró en un gran anfiteatro donde estaba celebrándose un congreso académico. Participaban ilustres pedagogos, psicólogos, sociólogos y economistas, discutiendo metodologías de enseñanza en los tiempos actuales. Se sentó en la última fila.

      Después de escuchar a quienes debatían por casi tres horas, no se contuvo y se dirigió al escenario. Sin estar inscrito para hablar ni pedir permiso, tomó el micrófono y declaró, con voz segura y sin medias palabras:

      —En la era digital existe una explosión de información que lleva a un niño de 7 años a tener más datos en su cerebro que los grandes pensadores de la antigua Grecia. Esa avalancha de información desencadena el síndrome del pensamiento acelerado. Por un lado, los maestros no saben qué hacer con la ansiedad de sus alumnos. Por el otro, miles de médicos en todo el mundo diagnostican a esos niños equivocadamente como hiperactivos y prescriben, sin necesidad, drogas para la obediencia. ¡Es algo inadmisible! Ustedes, damas y caballeros, ¿no se dan cuenta de que alteramos la dinámica del psiquismo humano en esta sociedad urgente y estresada? ¿No entienden que la aceleración del pensamiento ha generado una inquietud que hace que el último lugar donde los alumnos quieran estar es en el salón de clases? La mente de los jóvenes ha cambiado. ¡O la escuela cambia, o será su final!

      Sofía casi perdió el aliento al escuchar lo que había sucedido.

      —¡Tu atrevimiento fue sorprendente! ¿Te detuviste ahí o dijiste algo más?

      El pensador se inquietaba con sólo recordar.

      —Afirmé que el sistema educativo no necesitaba reparaciones, sino una revolución socioemocional. Dije que el sistema había fracasado. Que la memoria de los alumnos está dramáticamente saturada, que considerarla inagotable, una fuente de puros recuerdos, era echar más leña a la hoguera de su ansiedad.

      —¿Cómo, por qué? —indagó Sofía.

      —La memoria es un recurso limitado que se puede agotar. Saturarla con datos genera un estrés cerebral intenso, por eso muchos despiertan fatigados. Además, no fue hecha para lidiar bien con los recuerdos.

      —¿Y los líderes académicos no se sorprendieron al oír eso?

      —Algunos profesores se quedaron perplejos. Me miraron de arriba abajo y se preguntaron unos a otros: “¿Quién es este loco que afirma que no hay recuerdos puros en la memoria? ¿Acaso el pilar central de la educación está equivocado? Enseñamos para que los alumnos se acuerden. ¿Por qué, si no, enseñamos?”. Viendo que estaban perturbados, continué diciendo que pensar es interpretar, e interpretar es distorsionar la realidad de los datos del pasado para recrearlos en el presente. Y abundé diciendo que si se quiere ser un líder que forma a otros líderes, se debe tener consciencia de que enseñamos para que los alumnos aprendan a pensar. No para repetir datos, pues cualquier computadora mediocre repite la información mejor que un Homo sapiens. Y además comenté que más de noventa por ciento de los datos que registramos se pierde en los bastidores del cerebro y se convierte en basura mental.

      —No lo sabía —dijo Sofía, pues aunque era psiquiatra, en la formación de esa especialidad no se estudiaba la frontera más compleja de la mente humana: el proceso de construcción de pensamientos.

      Marco Polo continuó relatando lo que había ocurrido en el evento académico:

      —La verdad esencial es un fin intangible, pues hay diversas variables que están en juego en el momento exacto de la construcción de pensamientos y que generan una cadena de distorsiones. Cómo estamos, quiénes somos, lo que deseamos y dónde estamos, es decir, nuestro estado emocional, nuestra personalidad, nuestra intencionalidad y el ambiente social en el que nos encontramos, interfieren en la apertura de las ventanas de la memoria y, por lo tanto, en el acceso a los datos de la memoria, distorsionando en consecuencia la construcción de las ideas. Eso fue lo que dije en el estrado: “Queridos profesores, pensar no es recordar. Pensar es recrear a cada momento la realidad del mundo que somos y en el que estamos. En consecuencia, si quieren formar mentes brillantes, y no siervos que sólo obedecen órdenes, tienen que saber que los exámenes escolares que exigen rigurosamente la exactitud de la información enseñada por los maestros asesinan la capacidad de los alumnos de reinventarse, de pensar estratégicamente, de intuir, de atreverse, de trabajar en las crisis”.

      —¿Y te aplaudieron? —preguntó Sofía.

      —Algunos sí; otros me insultaron. Escandalicé a muchos que eran racionalistas. Principalmente porque tuve el valor de decir que deberíamos ser capaces de aplaudir los errores que remitían a la autodeterminación, al raciocinio esquemático y a la liberación de la imaginación. Concluí diciendo que, bajo ciertos criterios, deberíamos dar la máxima calificación a quien se equivocó en todas las respuestas de un examen.

      Al escuchar que deberían dar la máxima calificación a quien se equivocó en todas las respuestas, no pocos académicos lo consideraron una herejía. Sin embargo, algunos se sintieron muy aliviados, pues aunque no tuvieran la base teórica de Marco Polo, pensaban lo mismo.

      —¡Callen a ese hombre! —gritó un profesor de ingeniería.

      —¡Quiere destruir la educación! ¡Silencien a ese demente! —bramó otro, que impartía clases de medicina.

      Marco