La conquista del sentido común. Saúl Feldman

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Название La conquista del sentido común
Автор произведения Saúl Feldman
Жанр Социология
Серия
Издательство Социология
Год выпуска 0
isbn 9789507546617



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CULTURAL

      BALCARCE EN EL SILLÓN DE RIVADAVIA *

      * Consumado su triunfo electoral en 2015, el macrismo sintió que podía emprender un acelerado proceso de cambio cultural que ya había insinuado activamente desde el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Pero esta vez en el mismo corazón de la cultura política, no solo de la cotidiana. Ahora en poder del aparato del Estado, podía, además, desplegar un sistema de disciplinamiento e intervenir fuertemente en la transformación del sentido común. Desplegó entonces un guión general ya escrito que, lejos de cualquier improvisación, puso en juego herramientas pensadas en detalle para cada coyuntura específica que confluyeron en una sincronizada estructura comunicacional. Se quiso dejar impresa en la mente de las personas una serie de documentos, imágenes, improntas para una especie de “película documental” rodada en tiempo real que funcionase como testimonio del cambio cultural programado. Así fueron acuñadas, entre otras, las imágenes del perro Balcarce sentado en el sillón de Rivadavia, el baile de Mauricio Macri al ritmo de “No me arrepiento de este amor”, de Gilda, en el balcón de la Casa Rosada, los nuevos billetes ilustrados con animales autóctonos, “despolitizantes”, en lugar de los próceres, etc.

      Todo estuvo y está impregnado de la intención de romper con los símbolos, con el tiempo histórico acumulado, con la memoria colectiva. Y cargado de un tono sardónico, una tácita burla arrojada sobre el Otro, sobre el concepto de Patria, sobre la política. Fue la muestra de una forma de dinamitar una cultura política y un sentido común vigente. La no política. El perro “Balcarce” sentado en el sillón presidencial, haciendo trizas la historia como continuidad y memoria, reemplazando a los presidentes −o a los niños, deportistas o trabajadores de la cultura que habían sido sentados por Néstor Kirchner en ese mismo lugar, como representación legítima del pueblo− por un animal. Una afrenta a la Historia y a la política como acto colectivo, dejando latente la idea de que el verdadero poder está fuera de la Casa de Gobierno. Que ese objeto, el del sillón como símbolo de poder y representación, es un simulacro con el que había que terminar. Asimismo, el baile en el balcón, teatro de la máxima conexión colectiva del poder político con el pueblo, con el fondo de la cumbia de Gilda, da a entender que ese amor (¿del que habría que arrepentirse?), individual, circunstancial, una “calentura” del momento, debía tomarse como metáfora de la nueva política marcada por lo efímero, por lo privado. Más que la alegría desubicada de un festejo, sonaba a la burla chabacana que coronaba la ascensión de una nueva cultura política, en la que la idea de lo colectivo queda afuera, y no hay otra promesa que la de un mundo feliz, inspirada en una fantasía casi infantil, pero no desde un balcón que sea abrazo y trabazón entre política y ciudadanía, sino de un balcón palaciego, mueca comunicacional de la fiesta aristocrática, para pocos, que el gobierno ofrece a los suyos puertas adentro del castillo.

      EL CAMBIO CULTURAL NO ES UNA COARTADA DEL MODELO NEOLIBERAL

      No había transcurrido un puñado de meses desde la elección que catapultó a Mauricio Macri a la presidencia cuando empezó a ocupar un espacio mayor en el discurso oficial la insistencia en la “necesidad de un cambio cultural”. Era un llamado a recordar que la persistente consigna del “cambio”, que logró galvanizar los deseos más diversos del electorado, originados en muy distintas motivaciones de sectores sociales bien diferentes, podía reconcentrarse en algo más trascendente: el deseo de un cambio en los valores que sustancian el tejido social. En el campo político más inmediato, la primera novedad había sido vencer al kirchnerismo, pero ahora se trataba de demolerlo, marcado este deseo por un odio acérrimo por “los K”, vértice de confluencia esencial de buena parte de los votantes de Cambiemos. Pero había un mensaje de fondo, desarrollado en paralelo a la persecución jurídica a los integrantes del anterior gobierno o a la implementación de fuertes reformas económicas de corte neoliberal: la necesidad imperiosa de instalar otro orden social y cultural.

      Aquella demanda explícita de un “cambio cultural” que debía producirse para poner fin a todos los males de la República ocupó el primer plano de las declaraciones, mientras arreciaban las primeras medidas económicas que sentarían las bases de la matriz del modelo –tarifazos, endeudamiento, apertura de importaciones, despidos en el Estado y ajuste permanente−, ante la reacción desarticulada y débil de un kirchnerismo que aún no salía del shock de la derrota y de una ciudadanía todavía desconcertada por la impiedad de lo que el gobierno llamaba “gradualismo”.

      Esa convocatoria a un necesario “cambio cultural”, ¿fue solo un ardid discursivo para generar un apoyo a las medidas económicas, en atención a los “sacrificios” que demandaban? No parece. La evidencia permite ir más allá del crucial pero, con todo, estrecho campo de la economía como la única motivación para hacer ese “llamamiento” del orden de lo moral. Se trataba, más bien, de establecer un necesario y complementario nuevo orden cultural capaz de sustentar –y contener, llegado el caso− el diseño de este nuevo orden económico y social.

      Los cuadros intelectuales de la oposición ya habían hecho la caracterización neoliberal e individualista de la ideología macrista, un perfil que fue robusteciéndose con cada medida de gobierno y a partir de las temerarias declaraciones antipopulares de ministros y funcionarios de primera línea de Cambiemos. Para los partidarios de la coalición de gobierno, el anunciado “cambio de valores” se afirmó desde el primer momento en la expresión de un odio que paulatinamente se fue acrecentando, fogoneado desde los medios masivos y las redes sociales. Eso que poco antes se había bautizado como la “grieta”, y de cuya generación se había responsabilizado al kirchnerismo, se iría ensanchando como perverso fundamento desde el cual concebir ese nuevo orden. Hubo, sin embargo, analistas de la hoy oposición, en rigor no muchos, que señalaron en medio de sus diagnósticos político-económicos, aun antes del desembarco de Macri en la Casa Rosada, que no debe olvidarse que el neoliberalismo era también una cosmovisión, y que ese cambio cultural que estaba en juego implicaba el diseño de un nuevo modelo social.

      Se trata de un concepto que acompaña al macrismo desde sus inicios como fuerza política. Cuando se comenzó a hablar de “cambio”, esta referencia no ocupó públicamente el centro de la cancha, y cuando su utilización se intensificó en la previa a las elecciones, sugería en principio solo un cambio de color político. La explicitación sobre un cambio que solo era en sí mismo posible si implicaba un cambio de valores en la sociedad entró en escena inmediatamente después, aunque era claro que, para la dirigencia del PRO, esa modificación de los valores imperantes era la condición que exigía el rediseño de la política económica y sus consecuencias sociales.

      Como señalamos más arriba, ya desde el temprano 2005 se fue conformando un equipo, con el acercamiento a Macri del consultor ecuatoriano Jaime Durán Barba y, más invisible, Alejandro Rozitchner, filósofo. El primero tuvo a su cargo la misión de ir generando la estrategia política y el monitoreo del diseño de medidas políticas y comunicacionales; el segundo fue el encargado de ponerle letra a la nueva visión de sociedad modelo PRO. Rozitchner ya había publicado Amor y País (Sudamericana, 2005), que llevaba por subtítulo “Manual de Discusiones” y sentaba, a lo largo de 76 puntos contenidos en catorce capítulos, la columna vertebral de esa nueva cosmovisión cultural.

      No se le prestó demasiada atención. La construcción de ese equipo fue silenciosa y, además, parecía el de Rozitchner un escrito más bien personal, con una portada de estilo “contracultural”, ilustrada con un gran corazón rojo envuelto en una cinta, tatuado en un brazo masculino. Pasional, militante y a la vez descontracturado, su discurso se asemejaba, más allá de su tono de manifiesto, al de un libro de autoayuda política. Esta visión sobre los nuevos valores se consolidaría en Rozitchner con su libro La evolución de la Argentina, de 2016, ya con el macrismo en el poder y habiendo adquirido sus equipos de comunicación un gran nivel de madurez. Es la de ese libro una mirada organizada y actual de la cosmovisión de Cambiemos para este nuevo diseño de sociedad, en una etapa de expansión y generación de hegemonía.

      El nombre de Durán Barba surge siempre públicamente como pieza fundamental en el armado