Название | La conquista del sentido común |
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Автор произведения | Saúl Feldman |
Жанр | Социология |
Серия | |
Издательство | Социология |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789507546617 |
A pesar de sus fuertes contradicciones internas, de transitar hoy un proceso que parece disolvente, producto de esta época de reordenamiento ideológico y político generalizado, el peronismo es un movimiento que persiste, pero no parece amenazar desde su organización y composición actual, por sí mismo, la consolidación de un proceso neoliberal. Por el contrario, muchos de sus representantes han sido absorbidos por la oleada neoliberal y directamente se han unido formal o subrepticiamente al macrismo. Puede vislumbrarse entonces, como insinuamos, un fenómeno de cierta descomposición del peronismo, funcional al objetivo estratégico del macrismo, que se ha propuesto borrarlo del mapa en cuanto representación de mayorías cuestionadoras, como parte de la radical transformación social que se ha propuesto. Cuenta para ello con un contexto político-cultural en el que para los jóvenes, un sector de peso creciente en la concepción de toda realidad, el peronismo muchas veces aparece más como una referencia histórica que como una realidad significativa y actual internalizada en sus vidas. No es casual que el presidente, que quiere polarizar con el peronismo, ponga énfasis en aducir que su gestión ha venido a terminar con los fracasos de un modelo político económico que se remonta, casualmente, 70 años atrás. O sea, a las décadas de los 40 y 50, la época fundacional del peronismo.
En un contexto global de transformación y disolución de los viejos partidos y en esta “nueva época” de rediseño de consensos bajo la hegemonía neoliberal, el peronismo resiste bajo su perfil heterodoxo kirchnerista, y es en esa dirección que el cálculo de la comunicación macrista, objeto de nuestro análisis, elige confrontar.
Tercero: Un país con una tradición de resistencia consolidada. Subsiste en la Argentina una extendida red de organizaciones intermedias con arraigadas prácticas de intervención en los asuntos públicos.
La movilización es la praxis común de un enorme número de organizaciones de la vida política argentina, que reconoce su origen en los sindicatos pero se extiende a estudiantes, mujeres, jubilados, militantes por los derechos humanos, por la diversidad de género, piqueteros, artistas e intelectuales, y a un amplio abanico de organizaciones de la sociedad civil y colectivos de todo tipo dispuestos a actuar en el espacio público para visibilizar sus demandas: profesionales, consumidores, feministas, empresarios de la pequeña y mediana industria, socios de clubes barriales, enfermeros o pacientes. Este entramado organizacional es único en Latinoamérica, nuclea a sectores de todas las clases sociales e implica una disposición potencial a movilizarse para reclamar el acceso a derechos o defender los ya adquiridos. Es este, entonces, un país con una tradición de resistencia consolidada, cuyos actores, en general dispersos, repiten y exageran la fragmentación del arco político opositor.
Sin embargo, el desafío comunicacional del poder real no es interpelar a ese público que sale a gritar su discrepancia, sino ocultarlo, estrechar los espacios de visibilización de esas manifestaciones. Las transformaciones tecnológicas en los modos de consumo de información han generado una situación inédita: para los dispositivos comunicacionales de la alianza Cambiemos y sus medios afines, el número de los descontentos, el tamaño de la movilización, no importan, siempre que puedan ser escamoteados de la cobertura periodística. En esa tensión –entre la dimensión pública del descontento y la capacidad de esconderla o, eventualmente, reprimirla− se juega buena parte de la suerte de un gobierno cuyos recursos propagandísticos, veremos, funcionan más eficazmente en el ámbito de lo privado.
Cuarto: La poderosa pero fallida experiencia populista del kirchnerismo a la hora de consolidar poder, que merece ser considerada en su política comunicacional.
La experiencia de doce años de gobierno kirchnerista produjo transformaciones fundamentales en el plano social y generó ciertas alianzas políticas nuevas, pero no ha logrado introducir cambios importantes en la matriz del sistema de poder ni en la estructura básica de la economía. La coalición denominada Frente para la Victoria fue derrotada en las elecciones presidenciales de 2015 por escaso margen (49 % a 51 % en la segunda vuelta) en las elecciones presidenciales, permitiendo el ascenso, diríase inesperado, del neoliberalismo al poder.
El kirchnerismo ha hecho en forma explícita del neoliberalismo y sus políticas, en distintos frentes, su enemigo, conservando evidentemente un considerable poder de fuego, al punto que la entente financiera-judicial-mediática no ha ahorrado medios para desprestigiarlo y tratar de destruirlo. El “populismo” antineoliberal todavía es fuerte en la Argentina, pero no tuvo éxito en doblarle el brazo al consenso obtenido por el macrismo, sorpresivamente, en amplias capas de sectores medios y bajos. Analizada en el contexto de la disputa comunicacional, está claro que la irrupción de Cambiemos hizo su agosto no solo en base a estrategias publicitarias que al cabo se demostraron exitosas, sino también debido a la persistente y por momentos incompresible minusvaloración que hizo el kirchnerismo de las herramientas del marketing político.
Quinto: El macrismo como deseo de alineación explícita con el neoliberalismo global.
Macri quiere insertar a la Argentina en el mundo, lo repite en forma insistente, y considera que lo ha logrado. No habla de cualquier mundo. Habla del mundo neoliberal, liderado, fundamentalmente, por los Estados Unidos. Busca integrar a la Argentina a la economía y a la estructura de valores del siglo XXI, que en lo sustancial impone modos de vida degradados a porciones crecientes de la población.
Pero hay un imaginario dominante sobre la “excepcionalidad argentina” que el presidente parece querer retomar y ser parte de él. Ya en 2007, llamaba a votar al PRO expresando la idea de cambio en la arenga publicitaria de que “Argentina tiene que volver a ser campeón”, pivoteando sobre el narcisismo argentino y la mitología de una supuesta excepcionalidad de origen. Esa fantasía preexistente de un lugar reservado por derecho propio a la Argentina en el mundo está ciertamente en crisis terminal, pero vuelve a sobrevolar mágicamente en el imaginario del poder cuando pretende verse reflejado en fastos como los del último G20, organizado en una Buenos Aires militarizada y desierta.
En cualquier caso, para ejemplificar y “demostrar” esa singularidad de lo argentino, que por tanto debería ser retribuida, están los héroes-íconos de alcance mundial, retomados por la cultura global bajo distintos formatos de representación estética: Evita y el Che, Maradona y Messi, y aun el papa Francisco. ¿Por qué no tomar en serio, entonces, ese evidente producto de la megalomanía nacional, postulando al propio macrismo como poseedor de una misión trascendental, particularmente en una región hasta no hace mucho “asolada” por los populismos, para que el mundo entero lo reconozca? En esa lógica se inscribe la representación a ultranza de las posiciones de EE. UU. en el continente y, en particular, el ataque reiterado al gobierno de Venezuela en todos los foros internacionales.
Mientras la economía se desbarranca y crece la pobreza, los elogios a las políticas neoliberales emprendidas en el país se multiplicaron en boca del presidente estadounidense Donald Trump, de la titular del FMI Christine Lagarde, y del coro de mandatarios globales reunidos por el G20. En la búsqueda explícita de convertirse en líder de la contraofensiva neoliberal en Latinoamérica, ese “regreso” al mundo es el eje de la política económica de endeudamiento externo y de alineamiento ideológico del macrismo, en un revival de las “relaciones carnales” mantenidas con el país del norte durante el neoliberalismo modelo 90, con Carlos Menem como presidente. Es en tal sentido que podemos llamar a la experiencia macrista el “capítulo neoliberal argentino”, como parte de las tendencias macroculturales globales que condicionan su propia evolución en la tarea de producir subjetividad.
Sexto: La destrucción de la política de derechos humanos, un ejemplo paradigmático del cinismo como modo de gestión política y comunicacional del macrismo.
Si en algún terreno la Argentina ha construido un paradigma propio, ese es el campo de los derechos humanos, con el ejemplo de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, el movimiento de Memoria, Verdad y Justicia, los juicios y condenas a los represores y la lucha incesante