Páginas sevillanas. Manuel Chaves Rey

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Название Páginas sevillanas
Автор произведения Manuel Chaves Rey
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 4057664159243



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href="#ulink_9ef765fa-be1b-5720-b0e0-3191d3a25f72">Índice

      «Y si mató á don Fadrique, mucho le importa el hacerlo; de su muerte y otras muchas sabe las causas el Cielo, y aun fuera mayor castigo si se rompiera el silencio.»

      QUEVEDO.

      El que por vez primera visita el magnífico Alcázar de nuestra ciudad, soberbio edificio lleno de recuerdos, en el que tantas generaciones han dejado huellas de su paso, al cruzar aquellas hermosas galerías, patios y salones se cree trasportado á los tiempos de las tradiciones y de las leyendas, no pudiendo también por menos de sentir admiración ante los primores y bellezas que en él los artistas fueron dejando.

      Uno de los sitios del Alcázar donde más se detiene el visitante, es sin duda el célebre patio de las Muñecas, próximo al salón de Embajadores; y al extender la mirada sobre aquel lugar acude siempre á su memoria la trágica muerte del infante don Fadrique, ocurrida el martes 29 de Mayo del año 1358, once años antes de la memorable escena de Montiel.

      El patio de las Muñecas es una verdadera joya del arte muslímico; según frases de Guichot, «salvo tal cual lunar, debido á repetidas restauraciones, es sin disputa el mejor modelo que nos queda del último período del arte árabe.»

      Las dimensiones del patio no son muy grandes, y se llega á él por tres salones, que fueron renovados en el primer tercio de nuestro siglo y tienen gran número de azulejos y labores.

      Diez son los arcos del patio, los cuales descansan en esbeltas columnas; hay en el centro una pequeña fuente, y en el segundo cuerpo algunas ventanas con celosías de mucho carácter, y cierra la obra una feísima montera de cristales que fué colocada con el peor gusto no hace muchos años.

      El patio de las Muñecas es quizá la pieza que menos variaciones ha sufrido desde la época en que el Rey justiciero y legendario mandó dar muerte en él al Maestre de Santiago siete veces traidor, como le nombra un historiador contemporáneo.

      Llamábase entonces patio de los Azulejos, y según cuentan las tradiciones la sangre del Infante dejó en sus paredes y en sus losas manchas imborrables, que aún se conservan en nuestros días.

      La muerte de D. Fadrique es uno de los hechos donde con más ensañamiento censuran á D. Pedro de Castilla sus enemigos; y llevados de su pasión, ni se detienen á analizar la vida del Infante, ni se hacen cargo de las circunstancias y razones que la motivaron.

      Siguiendo casi todos los escritores al cronista López de Ayala, narran aquella escena con los más tristes colores, á fin de hacer resaltar la crueldad del Rey y los perversos instintos que desean atribuirle, y no hay frase agria que no apliquen al Monarca ni detalle sanguinario y terrible que dejen de apuntar para conseguir su objeto.

      La Crónica de Pedro López, escrita, como todos saben, después que el Canciller de Castilla dejó el servicio de D. Pedro y pasó á las banderas de don Enrique el Fratricida, está tachada de parcial é injusta; y la crítica histórica, examinándola con el mayor detenimiento, ha combatido las falsedades que en ella se encuentran, menos difíciles de probar mientras más se estudia aquel turbulento é inolvidable reinado.

      López de Ayala cuenta la muerte de D. Fadrique con un verdadero lujo de detalles, y no contento con describir la terrible escena con una frialdad que asombra, dice que D. Pedro, después de espirar su bastardo hermano, hizo que le sirvieran la comida en el patio de los Azulejos junto al ensangrentado cadáver, retirándose después tan tranquilo á pasear por la orilla del río, según era costumbre en él.

      Había llegado D. Fadrique al Alcázar al mediodía, siendo recibido por el Rey, quien permaneció hablandóle un buen rato, pasado el cual, tras haber saludado á la reina D.ª María, y á las Infantas, bajó el Maestre á los corrales para ordenar le preparasen sus cabalgaduras, y estando en esto recibió aviso de D. Pedro para que subiese de nuevo á verle, lo cual se dispuso á hacer en seguida.

      Notó D. Fadrique al cruzar algunas galerías que los individuos que le acompañaban íbanle dejando solo, y al llegar al salón de Embajadores oyó de pronto la voz del Rey, que decía:

      —¡Prended al Maestre!

      Y cuando López de Padilla iba á ejecutar el mandato, dijo D. Pedro estas palabras:

      —¡Ballesteros, matad al Maestre!

      «É los ballesteros—escribe Ayala—llegaron á él por le ferir con las mazas, é non se le guisaba ca el Maestre andaba muy recio de una parte á otra, é non le podían ferir. É Nuño Fernández más que otro ninguno llegó al Maestre, dióle un golpe de maza en la cabeza en guisa que cayó en tierra, é entonces llegaron los otros ballesteros é firiéronle todos.

      »É el Rey, desque vió que el Maestre yacía en tierra, cuidando fallar alguno de los del Maestre para les matar.»

      Los poetas han descrito de muy diversas maneras la muerte de D. Fadrique, presentándolo como un tipo de perfecto caballero y aplicando al Rey los criterios de siempre, que tantos historiadores repiten.

      ¡Si pudieran hablar aquellos muros del patio de las Muñecas!... ellos contarían la trágica escena tal como pasó, y desvanecerían muchas opiniones erróneas que hay formadas contra el Monarca más valiente, más justiciero y más calumniado que ha tenido España.

       LA TORRE DEL ORO

       Índice

      «Sobre la orilla del río se alza la torre del Oro como eco de otras edades y de un pasado glorioso.»

      J. F.

      ¿Quién, por alejado que esté de nuestra población, no ha oído hablar de este antiguo é histórico monumento, tantas veces descrito por la pluma y copiado por el lápiz y los pinceles de eximios artistas?

      La torre del Oro es tan famosa como nuestra Giralda, y fué construída, pocos años después de terminadas las obras de la segunda, por el gobernador Cid Abu-l-Ola, según dicen los eruditos historiadores.

      La forma de la Torre es bien sencilla, y tiene un carácter que la distingue entre todos los monumentos que dejaron en nuestra ciudad los creyentes del Profeta. Aquella mole de ladrillos, coronada de almenas y rematando en una cúpula de construcción muy posterior, se alza arrogante á la orilla del río, evocando los recuerdos de otros tiempos y otras edades, embellecidos por la poesía y la leyenda.

      Cuando el sitio de Sevilla por las tropas cristianas, los mahometanos se defendieron con valentía desde la torre del Oro, que entonces se llamaba de Borch Adahab, causando desde allí grandes destrozos en los barcos que ocupaban el Guadalquivir, y que eran mandados por el heróico almirante don Ramón de Bonifaz.

      Al ser reconquistada la población, se hizo una capilla en la torre del Oro, dedicada á San Ildefonso, y por la cual tuvo gran predilección el Rey Sabio, que ordenó se celebrasen en ella solemnes cultos, que con gran prodigalidad costeaba.

      Durante el reinado de D. Pedro I de Castilla la torre del Oro fué muy visitada por este Monarca, quien guardaba allí escondido gran parte de su tesoro, al cuidado del judío Samuel Leví, viejo sagaz y astuto en quien tenía mucha confianza el hijo de Alfonso XI.

      Siempre que D. Pedro estaba en Sevilla acudía todas las tardes á la torre del Oro, donde pasaba largos ratos en la azotea, contemplando el bello panorama que desde allí se ofrece á la vista y jugando á la tabla, á lo que era muy aficionado.

      Otra ocupación más agradable hacía que D. Pedro fuese con tanta frecuencia á la histórica Torre, pues en ella tuvo á su amante D.ª Aldonza Coronel, quien, cediendo á los galanteos del Monarca, entregóse á él por completo, siendo durante algunos años objeto de sus caricias y deseos.

      Cuando la pasión del Rey justiciero parecía extinguirse D.ª Aldonza se retiró al convento