Páginas sevillanas. Manuel Chaves Rey

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Название Páginas sevillanas
Автор произведения Manuel Chaves Rey
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 4057664159243



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el primitivo nombre de esta Puerta fué el de Goles, y en ella se ostentaba sobre un arco de maciza piedra una estatua de Hércules, que se conservó hasta algunos años antes de la reconquista.

      El día 22 de Noviembre de 1248 penetraron por esta Puerta los ejércitos cristianos, al frente de los cuales iba el rey D. Fernando III, quien puso cerco á Sevilla en 20 de Agosto de 1247, y venció al fin el poder de los mahometanos con los poderosos auxilios que le prestaron, su hijo D. Alfonso, que de Murcia vino á tomar parte en la empresa, el famoso Almirante Bonifaz, y otros caballeros.

      Ante la puerta Real fueron entregadas al Monarca conquistador las llaves de Sevilla, y las tropas cristianas pasaron por bajo su arco henchidas del mayor júbilo y alegría.

      Muchos años después, en tiempos del asistente D. Francisco Chacón, se llevaron á cabo importantísimas mejoras en esta Puerta, reconstruyéndose casi por completo, y dándose fin á los trabajos en 1565.

      Entonces perdió el carácter que tuvo cuando la reconquista, desapareciendo sus puentes, sus rastrillos y todas sus obras de defensa.

      Cuando el rey Felipe II celebró su casamiento con D.ª Ana de Austria, y vino á Andalucía, entró en la capital por la Puerta de que nos ocupamos, la tarde del 10 de Mayo de 1570, obteniendo un recibimiento digno de aquel poderoso Monarca.

      La puerta Real se adornó entonces con inusitado lujo, cubriéndose de multitud de flores y banderas; las casas del lugar se vieron engalanadas con ricos tapices y colgaduras, el suelo se alfombró de oliente juncia, y cerca se construyeron dos arcos triunfales, en los que el Concejo gastó enormes sumas.

      Felipe II recibió allí las muestras más espontáneas del amor y respeto que le tenía el pueblo de Sevilla, según escribe Malara.

      Frente á la puerta Real se estableció durante la terrible epidemia llamada Peste levantina, en 1649, un cementerio, en el que fueron sepultados los vecinos que fallecieron en el barrio de San Vicente.

      En el siglo XVIII se intentó hacer algunas reformas grandes en la Puerta; pero no sabemos por qué causa quedaron en proyecto, y sólo se ejecutaron ligeras modificaciones.

      Las princesas del Brasil que visitaron á Sevilla en 1816 entraron por la puerta Real, y al llegar el carruaje que las conducía á la calle Armas, un numeroso grupo de individuos de la plebe desenganchó los caballos y se dispuso á tirar como bestias del coche, lo cual con muy buen acuerdo no consintieron las princesas, que se apearon más que de prisa, frustrando los deseos de aquellos insensatos entusiastas.

      El triste día de S. Antonio del año 1823, cuando desbandados los absolutistas cometieron tantas infamias, hubo en la puerta Real algunos destrozos, y ante ella formaron un enorme montón de objetos diversos, robados de casas de liberales, á los que prendieron fuego con furor salvaje.

      Tapióse la puerta Real en 1836, cuando los carlistas amenazaban á Sevilla, y el año 1862 comenzó el derribo, desapareciendo al poco tiempo con el trozo de muralla y las casuchas de feísimo aspecto que estaban adosadas á los muros.

      «La puerta Real—escribe un historiador—era de regular arquitectura, majestuosa y elegante, y en cuanto á su solidez nada dejaba que desear.»

      Constaba de dos cuerpos: el primero tenía un gran arco romano adornado de gruesas pilastras, y el segundo terminaba en un frontispicio, sobre el que se alzaban varias graciosas pirámides.

      Sobre el arco se encontraba una inscripción latina, que traducida al castellano decía lo siguiente:

      «Fernando quebrantó las puertas de hierro de Sevilla y el nombre de Fernando brilla como los astros del cielo.»

       EL MESÓN DEL MORO

       Índice

      «Era este judío rencoroso y vengativo, como todos los de su raza; pero más que ninguno engañador é hipócrita.»

      BÉCQUER.

      Todavía, á pesar de las muchas alteraciones y cambio que han sufrido las calles de nuestra ciudad, hay una que conserva el nombre que le dió el vulgo hace algunos siglos, y que se ha trasmitido de una á otra generación sin que se perdiera. Nos referimos á la calle Mesón del Moro, que está situada, como todos saben, entre las de Borceguinería y Ximénez Enciso, y que pertenece á la collación del Sagrario.

      Hace tiempo que nos movió la curiosidad por saber el origen del nombre de esta calle, y aunque no ignorábamos que debía el llamarse así á una posada que en ella hubo, cuyo primitivo dueño fué un creyente del Profeta, no sabíamos quién fué aquél y qué celebridad tuvo para que llegase á ser tan conocido de todos.

      Hoy, revolviendo papeles viejos, hemos dado con una tradición que, satisfaciendo en parte nuestra curiosidad, ha venido también á ponernos en conocimiento de un suceso que quizá desconozcan algunos de nuestros lectores.

      Según las noticias que tenemos, después de reconquistada Sevilla por el rey D. Fernando III en 1248, hecha la distribución de la ciudad y expulsados sus antiguos habitantes, quedaron aún no pocos moros y judíos, tolerados por los cristianos, que vivían confiados en su suerte, que á la verdad no era muy próspera.

      En aquel tejido de encrucijadas y callejuelas que rodeaban á la mezquita mayor, Djema Mukyarrim, habitaba un musulmán que antes había poseído grandes riquezas, y que al perderlas no quiso perder la ciudad donde naciera, y descendiendo á una modesta posición, abrió una posada para dar en ella alojamiento, muy particularmente á aquellos que su misma religión profesasen.

      Llamábase el moro Hach-Elarbi, y su odio á los cristianos era tan profundo, que pasaba días enteros meditando planes insensatos, por ver si daba con uno que diese el resultado cruel que esperaba.

      Demasiado sabía el moro que debía ser muy cauto, pues los vencedores no se andaban con niñerías, y por esto callaba y mostrábase humilde cuando las gentes le veían, y afable con todos, para no infundir la menor sospecha.

      Cierta noche presentóse en el mesón un hombre al parecer forastero, de pobre traje y de rara catadura, el cual, por ser entonces invierno, llegó hasta una cuadra baja donde en una antigua chimenea de campana ardían los secos troncos, y á su alrededor veíanse dos ó tres criados del moro, que descansaban allí de sus faenas del día.

      Sentóse á la lumbre el forastero y no tardó en presentarse á él Hach-Elarbi, quien, enterado de la pretensión que traía, ofrecióle aposento y dióle antes un poco de pan negro y carne asada para que repusiese sus fuerzas, bien quebrantadas con el dilatado viaje que traía.

      Mientras cenaba el huésped, el moro hízole muchas preguntas, demostrándose ser hombre curioso, y así que fué llegada la hora de recogerse acompañóle á un aposento donde tenía preparado un modestísimo lecho y dispuesto un candilón que le alumbrase.

      Cuando después de pasadas algunas horas Hach-Elarbi, que acostumbraba á levantarse á media noche para rezar ciertas oraciones, salió al corredor donde el cuarto del viajero estaba, extrañándole ver por las rendijas de la puerta reflejos de la luz, que aún estaba encendida, miró por entre las podridas tablas, y sus ojos quedaron asombrados.

      El desconocido estaba despojado del sayo burdo que le cubría, y sentado en el lecho, teniendo ante sí un banco, donde había colocado una porción de monedas de oro y plata, en cantidad suficiente para hacer la fortuna de algunas personas.

      Á la vista de aquellas riquezas excitóse la codicia del moro, y unióse á ella singular coraje al apercibirse de que el huésped era cristiano por un largo rosario y algunas medallas que pendientes del cuello tenía.

      Contaba entre tanto el desconocido sus relucientes monedas, y cuando más embebido estaba sintió de pronto abrirse la puerta de la estancia, penetrando por ella el feroz moro, que arrojando al suelo el candilón, lanzóse sobre el cristiano, y, echándole