Gloria en el infierno. Pepa L. Casanova

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Название Gloria en el infierno
Автор произведения Pepa L. Casanova
Жанр Сделай Сам
Серия
Издательство Сделай Сам
Год выпуска 0
isbn 9788418730399



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para auxiliares administrativos de la Junta de Andalucía. Saqué un 9,75. ¡Poco orgullosa que estaba yo! Lo había sudado y lo merecía. Lo que pasó es que el premio estuvo muy repartido; los interinos tenían tantos puntos que era imposible competir en buena lid con ellos. No obstante, por la nota que tuve pude ocupar una plaza en interinidad otro año y medio en un organismo de la Consejería de Servicios Sociales.

      Respecto de los hombres, desde que terminé con Nacho no tuve ninguna relación duradera en esos años, solo alguna que otra historia de unos pocos meses. En general, recuerdo aquella como una época de sequía entre trabajo y estudio. Lo cierto es que no tenía mucho tiempo para relacionarme.

      También ese mismo año fue cuando mis padres vinieron a vivir a Málaga, concretamente a Mijas, que es donde vivo en la actualidad. Ya se estaban haciendo mayores y mis hermanos y yo pensamos que iba siendo hora de tenerles cerca por si necesitaban cuidados. Aquello abrió una brecha entre nosotros. Curiosamente, el exmarido de mi hermana y la exmujer de uno de mis hermanos, que viven en otras provincias, pusieron todas las pegas del mundo para que mis padres no fueran a vivir a su lugar de residencia, así que no entramos en disputas. Siempre tuve claro que, llegado el momento, había que hacer algo por ellos y por parte de mis hermanos había problemas. Yo me haría cargo de mis padres. Lo primero fue buscarles una casa. Mi hermano, el mayor de los varones, que es un buen hombre y generoso, contribuyó económicamente a ello. Mi hermano menor vivió con ellos hasta hace tres años, cuando se casó. Desde entonces, sobre todo y entre otras tareas, de los temas médicos me encargo yo.

      En enero del siguiente año la Junta echó a la calle a cientos de interinos. Me tocó ese premio. A los treinta y dos años y después de todo lo que llevaba vivido me vi obligada a volver a casa de mis padres, a su recién estrenada casa en Mijas. Se me hizo cuesta arriba, pero aprendí a convivir con mi madre. De vez en cuando teníamos alguna bronca, por la que podíamos estar hasta una semana sin hablarnos, pero no eran tan cruentas como las que tuvimos durante mi adolescencia.

      Seguí preparando otras oposiciones y en septiembre de ese año me presenté a la convocatoria de una empresa pública ubicada en la Costa del Sol. Superé todas las pruebas (menos mal que aquí no había interinos con los que competir) y desde entonces hasta la fecha ahí continúo. Afortunadamente, el tema laboral quedó resuelto.

      A los pocos días de incorporarme conocí a Emilio, otro administrativo contratado. Empecé a salir con él. Me entró con lo siguiente: «Ya tengo trabajo. Ahora busco casa y novia para casarme». En fin, pensé que podía ser una oportunidad. En principio, no era un hombre que me desagradara. Diez años duró esta relación. Alquilamos un piso para convivir y a los tres meses dejó este trabajo. Ese fue el momento en que debí dejarle yo a él también. Mi vida habría sido muy diferente, o no… ¿Quién lo sabe?

      Hasta que conocí a Emilio me las había dado de liberal y de tener relaciones sin ataduras, pero fue con él con quien descubrí el grado de dependencia emocional que me ataba a los hombres. No hablábamos a menos que Emilio tuviera un par de copas. Con él era prácticamente imposible tener una conversación. Se alteraba rápidamente. Vivía permanentemente a la defensiva. No se relajaba ni en casa.

      De esos diez años, los dos primeros la relación fue de sexo puro y duro. Estos encuentros eran bastante primitivos. No recuerdo que fueran totalmente libres, deseados ni satisfactorios, pero los necesitaba. Pienso que a través del sexo tanto él como yo canalizábamos nuestra frustración, posiblemente inconsciente. Era nuestra vía de escape y la única forma en la que nos comunicábamos. Había muchas trabas que me impedían abrirme totalmente, pero con el sexo hallé una vía compatible que me ayudaba a desfogar, con la que salía nueva de aquellas sesiones.

      Los años de convivencia fueron difíciles y nos pusieron a cada uno en su sitio. Emilio era un tipo más o menos educado, aseado, ordenado y se organizaba bien como amo de casa. Serio, rígido e inflexible, poco comunicativo, tímido, de mal carácter, inseguro. No se hablaba con la familia, no les conocí. Era incapaz de mantener un puesto de trabajo. Resultaba agresivo en su modo de hablar y de expresarse. Al principio se acercó a conocer mi entorno, a mi familia, pero poco después se aisló de él. Y me costó que no me aislara a mí también. Me sentí maltratada con su lenguaje, sus golpes y sus gestos. Como habitualmente no tenía trabajo, de alguna manera dependía de mí. No contaba con nadie más y me sentía responsable de su situación y culpable de pensar que, si le dejaba, no tendría donde ir. De hecho, me reprochó en ocasiones que él vivía en Málaga por mí, que en otro sitio habría encontrado trabajo y estaría mejor que conmigo. Me sentí chantajeada y culpable casi todo el tiempo. Me producía tanta tristeza que estuviera tan solo…

      Mi carácter desde que conocí a Emilio se volvió agrio y copié mucho de su comportamiento. Hasta que no sentí el rechazo de la gente no me di cuenta de lo que me había mimetizado por y para estar con él. ¿Qué puñetas hacía yo entonces con un hombre así? Al hacerme esa pregunta y mantener la relación cinco años más pese a ello, me convencí de que la que tenía el problema, y grave, era yo. Lo positivo que saco de esa historia es que me empujó a plantearme qué papel jugaba yo con los hombres, a preguntarme qué era lo que quería de ellos, a cuestionarme si mi forma de relacionarme era sana y si me hacía feliz o no.

      A raíz de entonces empecé a documentarme y a leer todo lo que caía en mis manos sobre el comportamiento humano. Libros de ayuda que trataban de la falta de autoestima, sobre la dependencia emocional, el sentimiento de culpa, etc. Básicamente, buscaba respuestas a la forma equivocada de ser y de comportarme. Poco a poco fui entendiendo. Me ayudó muchísimo escribir; aprendí a mirar dentro de mí, rastreando y hurgando en mis entrañas para perderle el miedo a lo que me encontraba: complejos, envidias, frustraciones y otras miserias. La lectura y la escritura me ayudaron a enderezarme. Pensé que había que hacer algo, dejar atrás una vida que no me hacía feliz. Toda mi energía la dedicaría a buscar estrategias para dejar a Emilio. El simple hecho de imaginarme que tendría que hablarlo con él me producía taquicardias, sudor en las manos, se me quedaba la mente en blanco. Por eso la única manera de hacerlo era despacio y con un plan meditado que nos fuera distanciando sin que lo pareciera. Debía marcharme sin dar portazos y sin hacer ruido.

      Como mis padres empezaban a necesitar constantes cuidados médicos encontré la excusa perfecta para mudarme a Mijas, aunque me costó dos años prepararlo. De nuevo volvía a casa de mis padres. Aprovechando que estaba con ellos me abrí una cuenta vivienda y ahorré para poder comprarme el apartamento en el que vivo actualmente.

      Emilio se mudó a un estudio más pequeño en otro pueblo cercano. Nos veíamos los fines de semana en su casa. Aunque no me resultaba agradable visitarle, seguía yendo. Formaba parte del plan de desconexión.

      Por fin Emilio encontró trabajo cerca de Algeciras y se mudó a vivir allí. En principio, parecía que estaba a gusto. Yo me relajé, me envalentoné y me decidí a salir con José Luis, director del centro donde mi amiga Eugenia trabajaba y al que ella me presentó, entre otras cosas para darme un empujoncito con el tema de Emilio. José Luis acababa de separarse, pero seguía enamorado de la que fue su mujer durante treinta años. Me volví a enamorar y Emilio nunca se enteró. Esta historia duró seis intensos meses. Tengo la habilidad de preparar a los hombres para casarse con otra o para volver con la que estaban. Emilio, como en ese tiempo me sentía ausente, hizo méritos para reconquistarme. Se mostraba más cariñoso y más relajado. Aquí no había nadie emparejado: Emilio estaba por mí, yo estaba por José Luis, José Luis por su mujer y su mujer por un compañero de trabajo, la causa de ruptura con su marido. En este estado de cosas corté definitivamente con José Luis, pero seguía con Emilio, que los últimos meses me sirvió de colchón para consolarme.

      Se acababa el verano y una de mis amigas me habló de CITA2, una página de contactos en Internet. Me inscribí y conocí a varios hombres. Una experiencia nueva e incluso divertida. Me propuse que a partir de ese momento las nuevas relaciones serían diferentes a las pasadas, a mi manera, basadas en el respeto, el diálogo, la igualdad y la libertad. Por fin le pude decir adiós definitivamente a Emilio. ¡Menuda liberación que sentí ese día! Me temblaba todo el cuerpo, hasta los pensamientos… ¡Pero lo conseguí!

      Una tarde, rastreando CITA2, la página de contactos, me encontré en