Gloria en el infierno. Pepa L. Casanova

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Название Gloria en el infierno
Автор произведения Pepa L. Casanova
Жанр Сделай Сам
Серия
Издательство Сделай Сам
Год выпуска 0
isbn 9788418730399



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Me gustaba mucho jugar solo, aunque perdí la oportunidad de ser un deportista.

      Los primeros años de trabajo de mi padre transcurrieron entre maquinaria industrial destinada al mundo rural a lo largo de toda Andalucía. Puede parecer muy duro hoy en día, pero cuando has crecido así, viendo a tu padre de vez en cuando nada más, pasa a ser lo más normal del mundo. Más que añorarle, te hace ilusión verle. En verano mi padre podía compatibilizar su trabajo con nosotros, con lo que viajábamos con él en algunas ocasiones. En cualquier caso, nunca fue agradable este periodo.

      Franco murió, mi padre pudo recuperar su antiguo puesto de trabajo y pudimos volver a León. ¡León! De nuevo en casa, no me lo podía creer. ¡Qué diferencia! ¡Otra vez donde crecí, mi barrio de San Mamés! Todo genial. Mis tíos estaban esperándonos y les veíamos todos los fines de semana.

      En esta época debía de tener unos diez años y tenía éxito en los estudios. Desde el principio se me dio muy bien estudiar. Mi padre me estimulaba contándome y trayéndome cosas diversas, le encantaba explicarme cómo funcionaban: desde un carburador hasta un control de cámaras, desde un tubo de rayos catódicos hasta una emisora de radio. Todo me iba bien, me entraba como la seda. Una vez me explicó cómo funcionaba un reactor nuclear y me contó que algunos submarinos se ponían en marcha generando electricidad con un reactor. Me apasionaba ese mundo. Tuve tema de imaginación durante meses. Una vez expliqué a mi profesor lo mismo que me había contado mi padre y le mostré una libreta con los bocetos, las ideas y los dibujos que hice sobre ello. Se montó un buen lío; me querían proponer para ir a otro centro educativo, pero al final todo quedó en agua de borrajas.

      Por su parte, mi madre, entre otros aspectos de la vida, se centró en ofrecernos una buena y libre educación sexual. Realmente, he de agradecérselo porque me ha servido de mucho. En su contra destacar que tuvo la mano bien larga con nosotros y eso se mantuvo durante toda esta época de mi vida. Llegó un momento en que no me importaba que me pegase… Un mal rato y luego se pasaba. Se aprende, de alguna manera, a convivir con ello.

      En esos meses además, para colmo de males, nos fuimos a vivir a Ponferrada, donde estudié séptimo y octavo de EGB. Mis relaciones con el resto de muchachos mejoraron bastante con respecto a León; me interesaban más las pandillas, las chicas, comencé a fumar. En cualquiera de los casos, apenas conseguí salir con un par de ellas. Nunca fui el guapo del grupo. Me matriculé en primero de BUP y lo repetí en tres ocasiones. Dejé de estudiar sin conseguir el título de bachillerato.

      Al mismo tiempo, alternando con los estudios, comencé a trabajar colaborando en una pequeña tienda de alimentación, donde atendía a los clientes, ayudaba a limpiar y me quedaba cuidando el local cuando la dependienta debía salir. Después trabajé en otra tienda de electrodomésticos instalando vídeos o televisiones. Allá hice amistad con la dueña, que era una mujer de más de cincuenta años, de agradable conversación y que me admiraba por todo lo que hacía.

      En esta época, en la que simplemente dejaba pasar los días por delante de mí, mi hermano me contó que había una vecina que por las noches se paseaba desnuda por su casa. Nunca logré verla, pero unos días más tarde la conocí. En el parque del barrio entablamos conversación y por motivos de trabajo me dijo que buscaba a alguien para que le cuidase a su hijo. Bueno, era una manera más de ganar algo de dinero, por lo que me ofrecí sin dudarlo y cada día iba a su casa, cuidaba de su hijo y esperaba hasta su regreso. A su llegada cada día hablábamos sin parar. Ella tenía veintiséis años y yo ya había cumplidos los quince. El día de su cumpleaños Elvira, que así se llamaba, me dijo que me haría un regalo especial. Me invitó a mi primer porro y acabamos liados en la cama. ¡Vaya cambio y vaya regalo! De un par de besos furtivos a ver a una mujer desnuda… Y no fue en una sola ocasión, sino que ocurrió más veces, tantas como yo deseaba. ¡Increíble! Mis padres se enteraron de este asunto y, bueno, evidentemente no les hizo la más mínima gracia.

      De esta forma, tuve relaciones con otras mujeres; por supuesto, todas mayores que yo. En esta época yo era realmente independiente, incomprendido y muy osado, nada me daba miedo. Recuerdo un verano, probablemente el de ese mismo año, que con una paga del comercio donde trabajaba me compré una tienda de campaña, un billete de autobús y me fui de vacaciones a Peñíscola. A mi llegada llamé a mi madre y le dije: «Mamá, esta noche no ceno en casa». Toda una ironía; hacía tiempo que no hablaba con ella.

      Mi dinero se acabó al poco tiempo de llegar allá. Hice amistad con las cuarentonas del camping donde me instalé y jugaba apostando a las cartas con ellas. Nunca fui bueno en juegos de azar, así que imagino que se dejaban ganar, pero sacaba suficiente como para poder pagar un día más de estancia en el camping. Me lo pasé en grande cuando conocí a Ana Belén, una mujer que tenía un coche fantástico y con quien tuve un asuntillo durante unos cuantos meses.

      Siempre quise trabajar en lo que hago ahora, me apasiona la informática. En ese tiempo conseguí mi primer trabajo en regla y fue en otra tienda. Tenía unos diecisiete años, un contrato de aprendiz y ya me consideraban como el «gran experto en ordenadores». Tenía como compañero de trabajo a un chaval que se llamaba Gerardo, un poco mayor que yo. Nos hicimos muy amigos y además conocí a su novia, Rosana. Gerardo y Rosana son hoy en día, junto con Fidel, mis amigos en letras mayúsculas. Gerardo estaba hasta las narices de su madre y yo ni que decir de la mía, así que decidimos vivir juntos y nos alquilamos una casa en pleno centro.Nos íbamos a comer el mundo, queríamos hacernos millonarios. Conocimos en esta época a bastante gente que buscaba magia en las nuevas tecnologías.

      No nos iba mal económicamente y Gerardo, que siempre ha tenido una buena cabeza para hacer dinero enseguida, entendió que la manera de sobrevivir era vender cintas de juegos en el mercadillo. La de pasta que pudimos fabricar en esos meses. Cada fin de semana podíamos sacar toda una fortuna para la época. Así que decidimos ir al Reino Unido, la meca de la informática, para comprar todo tipo de artilugios.

      Estábamos bastante desahogados y nos alquilamos un apartamento cerca de Sotogrande. Estuvimos viviendo un par de meses por todo lo alto, celebrando mi mayoría de edad. Y, como a casi todo el mundo en esos años, me llegó la hora del servicio militar y me tocó en Burgos. No hay mucho que contar, salvo que aproveché para estudiar tanto como pude los textos que normalmente se enseñaban en la recién creada Facultad de Informática, que me encantaban. No me considero una persona con ideas suicidas, pero es cierto que, desesperado en una garita, me faltó poco para pegarme un tiro con una Zeta. Cuando salí de la mili comencé a trabajar en una pequeña empresa que había montado mi amigo Gerardo. Le iba bien y su negocio era bastante lucrativo.

      Una noche de esos años salí a divertirme y en una discoteca, con amigos y vacilando, conocí a una chica de mi edad, que poco después se convirtió en mi mujer durante quince años. Se llamaba Sandra. Parecía simpática, valiente, seductora e interesante por su conversación. Comenzamos a salir juntos, quedábamos a menudo y lo pasábamos bien.Una tarde de verano, haciendo el amor en la casa de mis padres… ¡un preservativo se rompió! ¡Qué detalle! A pesar de que pones todo de tu parte, se rompió sin más. Y eso me rompió a mí la vida. Pocas semanas más tarde vinieron los vómitos, los llantos y los cambios repentinos de humor, así que después de hacer el consabido test de embarazo comprobamos que íbamos a ser padres.¡Teníamos veinte años! No podíamos ni debíamos tener un hijo tan pronto, así que le propuse interrumpir el embarazo. Se negó; me dijo que criaría sola a su hijo, que yo no debía preocuparme. No podía permitirlo. Como decía mi abuela, «a lo hecho, pecho». Le eché valor y hablé con mis padres. Ellos me apoyaron en todo. Al final nos casamos y, la verdad, nunca he estado en una boda tan cutre como la mía. Conseguí una casa con dos habitaciones en el barrio de la Inmaculada, tan cutre como la boda, por la que pagaba unas trescientas pesetas.

      Por esas fechas hice una entrevista de trabajo para una pequeña empresa que necesitaba un informático. En cualquiera de los casos, el trabajo se me daba bien y eso no ha cambiado a lo largo de mi vida profesional. Enseguida me doblaron el sueldo y, además, para las noches me buscaba alguna chapuza. Vivíamos realmente bien, solo económicamente hablando, porque Sandra y yo no parábamos de discutir por todo. Así fue prácticamente desde el principio de nuestro matrimonio.Comencé a crecer mucho desde el punto de vista profesional; trabajaba en proyectos