Название | Gloria en el infierno |
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Автор произведения | Pepa L. Casanova |
Жанр | Сделай Сам |
Серия | |
Издательство | Сделай Сам |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418730399 |
La familia de Nacho poco a poco se fue dando cuenta de que lo nuestro iba haciéndose más sólido y, como muestra de aceptación de nuestra relación, nos hizo un regalo. Nos amuebló el piso, que habíamos alquilado vacío y que estaba muy cerca del despacho. Agradecí el gesto, aunque hubiera preferido pedir un préstamo para comprar los muebles y pagarlos a medias con él. Apenas pude decidir sobre la decoración. Me costó sentir que esa casa era mía, me veía como de prestada.
Era la primera experiencia de convivencia en pareja de ambos y fue una verdadera escuela de aprendizaje. Nacho era un chico inteligente, extrovertido, encantador con la gente y muy divertido, pero algo inmaduro, poco constante, obstinado y débil cuando la madre hacía acto de presencia. Respecto de mí, por aquellos tiempos en cuanto a mi forma de ser y de mi carácter no recuerdo gran cosa. Era mucho menos habla-dora que ahora, más reservada y muy susceptible. Pensaba que el cristal por el que miraba la vida era el correcto y que era el mismo cristal por el que miraba todo el mundo; por eso daba por hecho que la gente que me conocía tenía que saber qué pasaba por mi cabeza. Me enfadaba a menudo cuando no me gustaba algo, me callaba y sacaba un careto de medio metro. Al mismo tiempo era una chica confiada, sin maldad ni malicia, honesta, honrada, con un alto sentido de la responsabilidad y de la justicia, cualidades que en la misma medida exigía a los demás.
Con Nacho llegué a pensar que podía tener esa familia con la que llevaba algún tiempo soñando. Con él, de alguna manera, se iban cumpliendo las metas a las que me había propuesto llegar, las de ser una chica normal y decente. Tenía casa, trabajo, un chico que me quería y con el que estaba a gusto. Me faltaba un hijo. Se lo propuse abiertamente y me dijo que no estaba preparado para ser padre. Ambos teníamos ya veintisiete años. Aquello fue un jarro de agua fría. Aunque no he sentido nunca que tuviera instinto maternal, pensé que podría ser un buen momento. También acababa de nacer mi primera sobrina y la idea de un bebé en casa me seducía. Alguien me llegó a insinuar que si yo hubiera querido podría haber tenido ese hijo. Con artimañas y engañando nunca he querido conseguir nada. O había hijo consensuado o no lo habría.
Uno de los escollos importantes de la convivencia fueron las tareas del hogar. Nacho se negaba en redondo a colaborar. Y otro más que lo que empezó siendo pura diversión de fin de semana, como beber unas copas y esnifar alguna rayita, terminó abriendo una brecha importante entre nosotros, porque además le alteraba el comportamiento.
No sé cómo lo hice, pero lo logré después de muchas horas de charlas y de alguna que otra bronca. Recuerdo que estas cosas me las tomaba como algo personal, como si estuviera obligada a enmendarle la plana a mi pareja, a corregirle para que no se saliera del camino. El caso es que Nacho se convenció de que había que rectificar, consiguió dejar los hábitos de fin de semana y se preparó esa asignatura que tenía atravesada hasta que en la última convocatoria la aprobó.
Recién cumplidos los veintiocho, Nacho ya estaba en el buen camino y subiendo enteros en el despacho. Justo en esos momentos dos de los socios andaban a la greña y decidieron separarse. Uno de ellos quería quedarse conmigo y el otro con Nacho. Al final sus dotes persuasivas consiguieron que ambos nos quedáramos con el mismo socio. Así se hizo: cambiamos de despacho, que estaba más cerca de nuestra casa, y además permanecimos juntos. Ya llevábamos algún que otro año compartiendo las veinticuatro horas del día.
Pasó poco tiempo cuando el jefe le hizo un hueco en la oficina a su mujer, que era abogada, para trabajar con nosotros. Se conoce que ella había tenido problemas en el anterior bufete. Con la incorporación de esta mujer mi volumen de trabajo se vio incrementado, ya que ella utilizaba todos los recursos disponibles en el despacho, incluida yo. Traía una considerable cartera de clientes, en vista de lo cual tuve la osadía de pedir un aumento de sueldo para compensar al menos las horas que echaba de más. La negativa fue rotunda. A partir de entonces, con mil y una argucias, me hicieron la vida imposible. Malas caras, Regina dejó de hablarme, no contaban conmigo para reuniones ni en las comidas de despacho. Incluso con Nacho la cosa se puso bastante tensa, porque él estaba en medio. Vomitaba casi todas las mañanas antes de ir a trabajar, iba con miedo (aquello fue lo más parecido a lo que hoy se conoce como mobbing), supongo que somatizando todo esto. La ansiedad que me generaba esta situación me descolocó totalmente. Me hicieron pruebas digestivas y de cardiología, pero todo estaba bien. No dejaba de llorar. Mi médico de entonces, dadas las circunstancias, consideró que un par de meses fuera de la zona de conflicto me ayudarían.
El caso es que no veía el momento de remontar y de enfrentarme a aquella gente otra vez, pero pasados los dos meses me levanté una mañana, me miré al espejo y me vi hecha una piltrafa. Como la Escarlata de Lo que el viento se llevó, me juré que nadie conseguiría hundirme. Tenía que coger las riendas de mi vida, que llevaban ya algún tiempo en poder de otros. Así que temblando como un flan me dirigí a la oficina. Cuando entré, en mi mesa de trabajo había una chica de dieciséis años golpeando la máquina de escribir eléctrica con dos dedos. Entré en el despacho del jefe y le dije que venía a pedir el alta para incorporarme a trabajar. «Muy bien. Vete al archivo y ordena las facturas que están encima de la mesa», me contestó él. El archivo estaba en el hueco de unas escaleras, donde apenas había luz, y encima de la mesa encontré cinco carpetas AZ con cientos de facturas ya ordenadas. ¡Joder! Eso era demasiado. Me eché a llorar otra vez. Me puso a ordenar facturas que ya estaban ordenadas. ¡Se acabó! Volví a su despacho y le dije aquello de: «Fulano, prefiero morir de pie a vivir eternamente de rodillas. Me voy». Abrió el cajón de su mesa y sacó los papeles que ya tenía preparados para firmar la baja voluntaria. Salí de allí con la cabeza muy alta.
La catarsis total se completó cuando hablé con Nacho y le dije que había dejado el trabajo y que también le dejaba a él. Había llegado la hora de empezar de nuevo en todos los sentidos. El otro socio, Hilario, que se quedó en el otro despacho, se enteró de que me había quedado parada e intentó rescatarme de nuevo. Le agradecí la oferta y la reiteración de su confianza, pero estaba decidida a romper con todo lo que me recordara a la asesoría. Era necesario. Estaba muy tocada, sin trabajo, sin pareja, sin casa… Todo mi mundo, en el que empezaba a sentirme segura, se me había desplomado. Y otra vez consideré que antes de que ellos me lo echaran abajo del todo lo tiraba yo. Me sentí liberada, la presión que tenía en el pecho desapareció. Se acabó el llanto. No tenía ni idea de lo que iba a hacer ni para dónde iba a tirar. De momento, lo que me preocupaba era recomponer de nuevo el puzle de mi vida, que contaba con infinidad de piezas, y no quería que me llevara mucho tiempo terminarlo.
De todo esto me quedé con la confianza de Hilario y con la gratitud de la madre de Nacho, que al final me aceptó de buen grado, se encariñó conmigo, me dio las gracias por todo lo que había hecho por su hijo y sintió muchísimo que se acabara nuestra relación.
La nueva andadura comenzó cuando acababa de cumplir los vein-tinueve. Una amiga de mi hermano me alquiló una habitación en su casa. No pasó mucho tiempo y encontré trabajo de administrativa en una constructora. No le veía mucho futuro, entre otras cosas porque el constructor gastaba más que ganaba y terminó echando abajo la empresa. No obstante, estuve contratada durante un año y medio, pero aproveché las noches para ir a una academia y prepararme unas oposiciones. Pensé en la seguridad que proporcionaría trabajar para la Administración.
Aquellos años fueron duros; tuvimos una crisis nacional importante y el trabajo escaseaba, así que lo mejor que podía hacer, una vez parada, era formarme. Me recluí durante todo ese tiempo, incluidos los fines de semana, y estudié a conciencia. Hasta me resultaba divertido. Me gustaba mucho el temario, aunque a algunos les pareciera un auténtico ladrillo. El estudio de la Constitución, el Estatuto de nuestra comunidad y los entresijos de la Administración en general me parecían