Название | El quinto sol |
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Автор произведения | Camilla Townsend |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9786079909970 |
La mayoría de las víctimas eran hombres, prisioneros de guerra clásicos, aunque no todos lo fueron. En una festividad anual, por ejemplo, una muchacha capturada en la guerra era llevada del templo local a la casa de su captor; en el dintel de la puerta ella dejaba la huella de su mano —que había empapado en pintura azul—, una marca sagrada que duraría años y le recordaría a la gente el obsequio que había hecho de su vida; después, la llevaban de vuelta al templo para enfrentar el cuchillo de pedernal. Entre los pueblos indígenas existía la antigua tradición de no ceder ante los enemigos, un estoicismo que significaba un gran honor. En ocasiones, los que iban a morir podían entregar su vida sin dejar que sus enemigos los vieran siquiera sollozar, aunque en ocasiones no podían; un hombre recordó tiempo más tarde: “Algunos realmente lloraron.”48
Como todos sus vecinos nahuas, los mexicas creían que le debían todo a sus dioses; sus sacerdotes les explicaron luego a los españoles: “Ellos nos enseñaron, / todas sus formas de culto, / sus modos de reverenciar [a los dioses]. / Así, ante ellos acercamos tierra a la boca, / así nos sangramos, / pagamos nuestras deudas, / quemamos copal, / ofrecemos sacrificios. […] los dioses, son por quien se vive.”49 Cada grupo de nahuas había llevado consigo los fardos sagrados dedicados a su propia deidad en las largas marchas desde Aztlán y, en el caso de los mexicas, las reliquias que habían protegido año tras año fueron las de Huitzilopochtli, hasta que lograron enterrarlas bajo un templo permanente. Otros altepeme habían llevado las reliquias de Tláloc, el dios de la lluvia, o las de Chalchiuhtlicue, Mujer de Falda de Jade, su consorte en el mundo del agua; otros honraban a Quetzalcóatl, Serpiente Emplumada, el dios del viento, que estaba en su casa tanto en la tierra como en el cielo, el que cruzaba las fronteras, protector especial de los sacerdotes, y algunos más estaban dedicados a Tezcatlipoca, Espejo Humeante, un dios travieso que conducía a la humanidad en una danza para ayudar a los tlatoque y los guerreros a lograr el cambio por medio del conflicto. Cihuacóatl, Mujer Serpiente, también era conocida con muchos otros nombres, pero siempre fue sagrada para las parteras; a menudo llevaba un escudo y una lanza, porque ayudaba a las madres que parían a capturar un nuevo espíritu del cosmos. Había muchos dioses y diosas, cada uno de los cuales aparecía con una gama de rasgos posibles; hoy no siempre entendemos sus características tan bien como nos gustaría, porque los nahuas no escribieron libremente sobre ellos en la época colonial: podían escribir abiertamente sobre la historia, pero era peligroso escribir sobre los dioses; sin embargo, sabemos que, al igual que en la antigua Grecia, todos los altepeme honraban y creían en una gama panteísta de dioses, no sólo en la deidad en particular que los había protegido.50
Los dioses les pidieron a los seres humanos que apreciaran lo que se les había dado y que hicieran sacrificios, principalmente sangrándose a sí mismos, pero, en ocasiones, incluso haciéndoles el último presente: la vida humana. Si los seres humanos se negaran a hacerlo, su frágil mundo podría llegar a su fin. Otros mundos anteriores habían terminado en desastre: los nahuas nunca olvidaban que vivían bajo el quinto sol, el de Nanahuatzin. En días más remotos, probablemente les ofrecieron uno de sus propios hijos, lo cual parece haber sucedido en todo el mundo en las primeras eras, antes de que existiera la escritura para documentar la práctica de manera permanente: en la Biblia hebrea, por ejemplo, Hiel, el betlemita, comienza a reconstruir la ciudad de Jericó enterrando a su primogénito bajo la puerta; asimismo, en la tradición inglesa, cuando Godofredo de Monmouth se refiere a Merlín, dice que éste tuvo que convencer al rey Vortigern de que no lo sacrificara para sostener la torre que este último estaba construyendo.51 La noción de un joven que muere por su pueblo no es, de ninguna manera, exclusiva de los nahuas.
Lo que hubiere sido, a medida que los mexicas prosperaban no sacrificaban a sus propios jóvenes, sino a un número cada vez mayor de prisioneros de guerra. En ocasiones, tanto ellos como todos los otros grupos nahuas habían sacrificado a sus enemigos: la muerte de Chimalxóchitl, Flor de Escudo, en la hoguera en 1299 era prueba de ello; sin embargo, los mexicas eran casi siempre los vencedores; ya no eran ellos los sacrificados ocasionalmente y el número de sus víctimas aumentó de forma gradual: la política y los resultados de las guerras influían en los números de los que morían en algún año dado; hacían los sacrificios pese a que solían orar con devoción, pese a que escribían poemas desgarradores y hermosos, y adornaban sus paredes con imágenes de conchas que parecían tan reales que uno podría imaginarse en un mar eterno, todo lo cual trascendía las luchas de la vida terrenal.52 ¿Sabían que el mundo no se resquebrajaría como el jade si no sacrificaban seres humanos vivos? ¿Reían cínicamente ante el terror que inspiraban y el poder político que ejercían como resultado? Tal vez hubo algunos estrategas brillantes y algunas personas experimentadas y con una visión de futuro que lo hicieron, quizá como Itzcóatl. No habrían sido los únicos entre otros gobernantes del mundo; sabemos que hubo algunos griegos y romanos, por ejemplo, que pusieron en tela de juicio la existencia misma de los dioses, pero no dejaron que eso debilitara su visión del mundo.53 Sin duda, hubo muchos mexicas que, simplemente, nunca reflexionaron sobre eso, como la gente que, en tantas ocasiones y lugares, decide no ver el dolor que inflige a otras personas cuando le es más conveniente no hacerlo. ¿Podemos culparlos? ¿Deberíamos culparlos?
O quizá sí pensaron en ello, como debe de haberlo hecho el propio Itzcóatl, y decidieron que, independientemente de sus puntos de vista filosóficos, no había otra opción. Después de todo, no vivían en un Estado moderno y liberal, donde la mayoría tiene garantizadas ciertas protecciones; simplemente, no podían permitirse demasiada generosidad, porque el mundo real en el que habitaban era tan peligroso como el cosmos que imaginaban. Los mexicas habían estado del otro lado durante más años que los que querían recordar: durante generaciones, habían sido sus propios guerreros y doncellas quienes habían enfrentado el fuego y el cuchillo de pedernal; incluso en la nueva era, si comenzaran a perder sus guerras en algún momento, sería su turno otra vez. Ellos lo sabían: por eso enviaban a sus hijos a practicar las artes de la guerra y por eso aprendieron a construir macanas con navajas de obsidiana incrustadas en ellas. Entre las palabras de amor dedicadas a sus “palomitas”, las madres les enseñaban a sus hijos que el mundo era un lugar lleno de peligros:
Acá en este mundo vamos por un camino muy angosto y muy alto y muy peligroso, que es como una loma muy alta, y que por lo alto della va un camino muy angosto, y a la una mano y a la otra está gran profundidad, hondura sin suelo. Y si te desviares del camino hacia la una mano o hacia la otra, cayeras en cual profundo. Por tanto, conviene con mucho tiento seguir el camino.54
La imagen de las madres que enseñan a sus hijos a vivir con esas realidades es convincente: todo lo que sabemos sobre los mexicas nos dice que las madres valoraban mucho a sus hijos, más que cualquier otra cosa en la vida: les decían que eran preciosos, como gemas pulidas o plumas iridiscentes, tesoros dignos de un huey tlatoani. Les advertían de los peligros y les rogaban que fuesen responsables, que cuidaran de sí y de su pueblo para que el altépetl existiera siempre;55 los hijos escuchaban atentamente las palabras de su madre. Ese mundo estaba lejos de ser uno en el que la figura materna fuese menospreciada o en el que las mujeres aparecieran como objetos sexuales que uno pudiese intercambiar. En primer lugar, por lo general, únicamente los hombres de familia noble, los de la clase pilli, los pipiltin, tenían derecho