Название | El quinto sol |
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Автор произведения | Camilla Townsend |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9786079909970 |
Con el propósito de garantizar la continuidad del acuerdo, era esencial resolver amigablemente la cuestión de la sucesión. Años antes, Itzcóatl se había casado con una mujer del entonces poderoso huey altépetl de Azcapotzalco; el hijo que tuvo con ella recibió el nombre de Tezozómoc, en honor al viejo huey tlatoani cuya muerte había desatado el pandemonio, pero Itzcóatl no podía presentar a un hijo que era mitad azcapotzalca como el futuro huey tlatoani de su pueblo, no después de la reciente guerra a muerte contra Azcapotzalco; por lo demás, no habría sido posible mantener a raya a los hijos nobles de Huitzilíhuitl si ellos hubieran pensado que iban a ser excluidos para siempre de la sucesión. Por consiguiente, es probable que, incluso antes de que Itzcóatl muriera, se entendía que Tlacaélel mantendría sus tierras y sus títulos a perpetuidad, y que Moctezuma Ilhuicamina, el hijo de Huitzilíhuitl con la princesa de Cuauhnáhuac, sería el próximo en la línea para gobernar. Moctezuma fue un antepasado de aquel que se haría mundialmente famoso por su encuentro con Hernán Cortés: se trataba de un guerrero poderoso —Moctezuma significa “frunce el ceño como un señor”— cuyos parientes maternos vivían en la importante región productora de algodón. Lo más significativo es que se trataba de un hombre razonable, pues estuvo de acuerdo en hacer lo que con frecuencia hacían los altepeme nahuas, mucho menos importantes, es decir, alternar el poder entre diferentes linajes en una rotación políticamente conveniente: estuvo de acuerdo con que, aunque él mismo gobernara, sus propios hijos no gobernarían después de él; antes bien, seleccionaría a una hija o una sobrina querida para que se casara con uno de los nietos de Itzcóatl (un hijo del hijo al que se pasó por alto: Tezozómoc), quien sería elegido como tlatoani en su momento. Al igual que Itzcóatl, Moctezuma renunciaría a la oportunidad de que uno de sus propios hijos lo sucediera, también en el entendido de que, finalmente, un nieto suyo tendría el cargo. De esa manera, permitirían que el péndulo de poder se balanceara de un lado a otro entre los dos linajes familiares, uniéndolos así, en última instancia, por medio del nacimiento de un niño descendiente de todos ellos, con lo que el corazón del huey altépetl permanecería en paz.60
Itzcóatl tenía toda la razón en el sentido de que su sucesor necesitaría contar con paz y estabilidad en su círculo íntimo; aunque no podía haber previsto exactamente dónde surgirían los problemas más graves, sabía que, en esta vida, nada nunca permanece igual y que, por lo tanto, ningún tlatoani estaba realmente seguro. Fue una suerte que él y sus parientes resolvieran sus diferencias de manera tan eficaz, porque cimentaron ese poder en su manejo estratégico de la tendencia a formar facciones inducida por la poliginia. Quizá fue su mayor golpe de brillantez, lo que más los distingue en lo que a la política se refiere.
El joven Moctezuma Ilhuicamina estaba destinado a gobernar durante 29 años y, a lo largo de ese tiempo, expandió espectacularmente el territorio mexica y solidificó el control sobre los altepeme rebeldes conquistados en años anteriores; no obstante, sus éxitos no fueron fáciles: relativamente pronto durante su gobierno, una gran sequía afligió a su pueblo, la langosta asoló su territorio en la década de 1450 y, en 1454, la cosecha de maíz no rindió lo suficiente ni lo haría durante los cuatro años siguientes. Los sacerdotes suplicaban a los dioses que se apiadaran de la gente impotente que sufría —la gente común y los niños pequeños— y entonaban sus oraciones a Tláloc en voz alta:
Aquí está la gente común, los macehualtin, los que son la cola y las alas [de la sociedad]. Están pereciendo. Sus párpados se hinchan; su boca se seca; se vuelven huesudos, encorvados, demacrados. Delgados son los labios de los comunes y blanquecina su garganta. Con ojos pálidos viven los bebés, los niños [de todas las edades]: los que se tambalean, los que se arrastran, los que pasan el tiempo volcando tierra y macetas, los que viven sentados en el suelo, los que yacen en los tablados, los que llenan las cunas. Toda la gente enfrenta tormento, aflicción; son testigos de lo que hace sufrir a los seres humanos.61
En el campo, los adolescentes salían de casa en busca de comida, con la esperanza de al menos evitarles a sus padres la necesidad de alimentarlos, y frecuentemente morían, solos, en algún cerro o en algún bosque, y la gente encontraba más tarde sus cuerpos, medio devorados por los coyotes o los buitres.62 En la ciudad, el pago de los tributos ya no llegaba regularmente y los habitantes no tenían con qué alimentarse. Los tiempos eran tan malos que algunas familias podían vender un hijo a los comerciantes que viajaban al oriente, al país de los totonacas o los mayas, allí donde la sequía no era tan grave y la gente estaba interesada en comprar niños a bajo precio: como esclavos, se decían sus padres, sus hijos no morirían de hambre, pero los mexicas se juraron que nunca más se permitirían volver a ser tan vulnerables.
Tan pronto como pudo, Moctezuma montó otra campaña militar, esta vez contra un antiguo aliado que antes había sido subyugado por los mexicas, pero que se había mostrado descontento durante la sequía. El lugar se llamaba Chalco —un poderoso altépetl nahua dentro del valle central, justo al suroriente del lago—, cuyo nombre significa, precisamente, “a orillas de las aguas de jade”.63 Ya antes hubo algunas escaramuzas, pero la guerra comenzó muy en serio en 1455: duró diez años, pero, al final, el altépetl de Chalco ya había dejado de existir; la mayoría de los chalcas todavía vivían, pero su linaje real había sido expulsado. En lo sucesivo, anunció Moctezuma, el pueblo chalca ya no se gobernaría a sí mismo, sino que sería gobernado de acuerdo con los decretos de su nuevo huey tlatoani: los dioses le habían dado ese poder. Su hermano Tlacaélel, el Cihuacóatl, tomó como esposa principal a una hija del linaje real chalca y posteriormente tomó las riendas del poder y nombró caciques a los hombres que los mexicas eligieron: “Y, durante [los siguientes] 21 años —dijo un escritor de anales—, hubo un gobierno de extranjeros”.64
En los patios de Tenochtitlan, los poetas y los narradores de historias volvieron a contar el relato de la grandeza de su altépetl: bajo un cielo iluminado por las estrellas, tomaban en las manos sus libros pintados, los libros nuevos que exhibían, pintados desde la época de la conflagración de Itzcóatl. Las historias revisadas hacían parecer que se esperaba que Itzcóatl ascendería al poder en lugar de los hijos de Huitzilíhuitl y que Tenochtitlan, no Azcapotzalco, estaba destinada a gobernar el mundo conocido. Los bardos señalaban las imágenes simbólicas de los templos en llamas que representaban las conquistas que los mexicas habían logrado. Luego comenzaban a hablar: pasaban de una a otra según las perspectivas de los diversos componentes del altépetl, contando su historia como un todo, tejiendo los hilos en uno solo, para usar su metáfora de la lanzadera del telar. Sus animadas voces se proyectaban en la noche.
Los mexicas habían recorrido un largo camino —recordaban los oradores a su auditorio— desde los últimos días de Chimalxóchitl, más que trágicos. Habían sido errantes cazados —literalmente, en ciertos momentos, después de la guerra con Colhuacan—, pero, bajo Huitzilíhuitl, Chimalpopoca, Itzcóatl y Moctezuma Ilhuicamina, habían desarrollado estrategias y combatido y disputado por una posición con tanto éxito que los pueblos de los alrededores, que antes abusaron de ellos, ahora les temían, y el hambre ya solamente los acechaba de manera intermitente. En ocasiones, era cierto, se sentía como si todavía estuvieran apenas aguantando, que todavía había una amenaza a cada paso.
Con todo, no era así la mayor parte del tiempo: la mayoría de las veces se sentían muy exitosos; sus historias estaban cargadas de un sentido de sí mismos como unos desvalidos que habían llegado a ser los mejores. Nadie les había dado nunca nada. Habían sido realistas y estrategas, y estaban decididos a seguir siéndolo; sabían que, cada año, habría sucesos nuevos para añadirlos a su historia. Todos los pueblos nahuas estaban orgullosos de la duradera vida de su altépetl, su “cerro-agua”, la comunidad que sobrevivía a todos los individuos; sin embargo, al igual que Chimalxóchitl, los mexicas añadían una arrogancia adicional