El quinto sol. Camilla Townsend

Читать онлайн.
Название El quinto sol
Автор произведения Camilla Townsend
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9786079909970



Скачать книгу

ira. Consecuentemente, Nezahualcóyotl le dijo que estaba dispuesto a unirse a la alianza: él reuniría a todos los seguidores que pudiera.

      Las batallas que siguieron a continuación fueron brutales, pero, pueblo por pueblo, los partidarios de Maxtla, el azcapotzalca, fueron derrotados. En aproximadamente un año —las fuentes varían respecto de la fecha—, Itzcóatl pudo proclamarse tlatoani de los mexicas. Así, implícitamente, se convirtió en el huey tlatoani de todo el valle; pronto, hizo que Nezahualcóyotl fuera proclamado ceremonialmente tlatoani de Texcoco y, menos de un año después, habían matado entre ellos a todos los restantes medios hermanos azcapotzalcas de Nezahualcóyotl y a los esposos de sus medias hermanas azcapotzalcas. Sus historiadores lo registraron: “Nezahualcóyotl buscó a los descendientes de Tezozómoc en todos los lugares donde gobernaban, y las conquistas se hicieron en tantos lugares como se encontraron.” El propio Maxtla huyó y desapareció en 1431.37

      Los tlatoque de Tenochtitlan (del pueblo mexica), Texcoco (del pueblo acolhua) y Tlacopan (del pueblo tepaneco) gobernaban ya el valle como un triunvirato no oficial, pues no hubo una declaración formal a tal efecto. Las generaciones posteriores dirían que establecieron una Triple Alianza, aunque, en sentido literal, no existiera dicha institución; no obstante, en un sentido de facto, ciertamente existió lo que podríamos llamar una triple alianza, con minúsculas. Nadie se movía en el valle central sin que al menos uno de los tres tlatoque lo supiera y, allende las montañas que los rodeaban, en las tierras que poco a poco conquistaron, tenían muchos espías. Trabajaron unidos para derrotar a sus enemigos y entre los tres dividieron juiciosamente los pagos de tributos resultantes: los mexicas, que tenían la población más numerosa y habían desempeñado la parte más importante en la guerra, obtuvieron la mayor proporción, pero tuvieron cuidado de no exigir algo que resultara excesivo y pudiera causar resentimientos entre sus aliados más cercanos.38

      Los tres tlatoque tejieron una red muy compleja entre todos. En cierto sentido, la disposición política de los territorios se mantuvo casi sin cambios y, en general, cada altépetl continuó gobernándose a sí mismo, eligiendo a su tlatoani como mejor convenía al pueblo y rotando tareas y responsabilidades entre los diversos segmentos que lo componían, de la misma manera imparcial de siempre. Si varios altepeme tenían una tradición de gobernarse a sí mismos como una unidad, como un huey altépetl, al menos en sus asuntos externos, entonces esa tradición también se conservó en general.39 En el plano local, se mantuvo una especie de democracia, en el sentido de que los pueblos continuaban discutiendo en su seno los asuntos locales y llegaban a soluciones que complacían a la mayoría de sus habitantes, arreglo que se permitió incluso a los que no eran nahuas y habían sido conquistados. El triunvirato del valle central estaba convencido de que así debía ser, siempre y cuando esas otras comunidades lucharan junto a ellos cuando se les solicitara hacerlo, participaran en las obras públicas —como la construcción de caminos o grandes templos— y pagaran a tiempo el tributo asignado. “Eso no era Roma”, comentó sucintamente una historiadora, lo que significa que los mexicas no tenían interés en aculturar a los que conquistaban ni deseaban enseñarles su idioma, o atraerlos a su capital, o incluirlos en su jerarquía militar.40

      Ahora bien, a pesar del mantenimiento de la tradición local, la región cambió profundamente en un sentido económico: cada uno de los altepeme que cayeron bajo el dominio del triunvirato debía pagar el tributo que le fuera asignado. A menudo, las exigencias económicas eran muy complejas: a una parte de un altépetl más importante podía asignársele pagar tributo, por ejemplo, a la cercana ciudad de Texcoco, su huey altépetl regional; sin embargo, de conformidad con los términos del acuerdo de paz, el siguiente altépetl del mismo huey altépetl tendría que pagar sus tributos a Tenochtitlan. Esos altepeme podían pagar una parte del tributo (como cierta cantidad de fardos de algodón) una vez al año y otra parte (como algunos costales de maíz o frijol) tres veces al año. Por necesidad, el calendario se aplicó cada vez con más congruencia en cada vez más territorios, porque los recaudadores de tributos que Itzcóatl enviaba eran puntuales y la gente tenía que estar preparada para recibirlos. Los diferentes pueblos habían adoptado el calendario en diferentes momentos, por lo que un año 1 Ácatl [caña] de un altépetl podía ser un año 2 Tochtli [conejo] de otro y, por consiguiente, se vieron obligados a tratar de sincronizar sus cuentas del tiempo; no obstante, aunque comenzaron a estar alineados, los calendarios nunca estuvieron completamente sincronizados.41

      En cierto grado, Itzcóatl estableció el mismo tipo de sistema de recaudación de tributos que había estado en funcionamiento bajo Tezozómoc en los viejos tiempos, y probablemente bajo otros antes que él en el pasado más remoto, pero ahora la red de poder del valle central se extendió mucho más: con tres altepeme trabajando juntos, los ejércitos que podían enviar eran más numerosos y las calzadas que podían construir eran más extensas. Los altepeme que antes se encontraban lejos del antiguo poder de Tezozómoc estaban ahora al alcance del valle central; muchos se resistieron, pero la tendencia fue que los que luchaban contra las nuevas disposiciones terminaran perdiendo, y entonces se enfrentaban al pago de tributos a perpetuidad que hacía estremecer la columna vertebral de todo tlatoani prudente: tenían el deber no únicamente de enviar maíz, frijol, cacao y algodón, sino también de suministrar personas para ser sacrificadas en las ceremonias religiosas del valle central. Un tlatoani sabía que ese tributo significaba que se vería obligado a hacer constantemente la guerra contra sus vecinos si quería evitar que los hijos de su propio pueblo fueran a la piedra del sacrificio, lo cual era suficiente para hacer que lo pensaran dos veces antes de resistirse; a los tlahtohqueh se les había inculcado desde una temprana edad que un buen tlatoani era responsable, uno que evitaba las batallas que quizá perdiera y que preservaba la vida de su pueblo para proteger el futuro de su altépetl. Un tlatoani impetuoso podría ser calificado peyorativamente como “niño”.42

      Si un pueblo había luchado enérgicamente contra los mexicas con algún grado de éxito significativo y, no obstante, había terminado perdiendo, entonces su destino era incluso peor; por ejemplo, los huaxtecos, establecidos al nororiente, lucharon como animales salvajes y su reputación se fijó en la tradición local junto con su triste destino:

      lo mesmo hicieron los soldados y valerosos hombres de todas las provincias, de suerte que ninguno vino sin presa de hombres o mujeres, porque entrando por la ciudad quemaron el templo y la robaron y saquearon, matando viejos y viejas, mozos y mozas, tomando a merced a todos los que la pedían, y esto con tanta crueldad y con determinación de destruir aquella nación y no dejar memoria della.43

      Su historia sería una lección para otros altepeme potencialmente recalcitrantes, y así fue. Después de esa batalla, los cautivos fueron atados en largas filas y llevados a Tenochtitlan (o tal vez a territorio acolhua o tepaneca). Los aterrorizados prisioneros pasaron por otros pueblos como los suyos, con sus casas de adobe de techo plano agrupadas en plazas a las que daban sus patios, donde las mujeres charlaban mientras trabajaban, moliendo maíz y haciendo tortillas, y mientras sus hombres laboraban en las milpas cercanas.44 A medida que se acercaban a la capital, los pueblos que estaban más estrechamente entrelazados con el centro de poder eran visiblemente más ricos y sus edificios y pirámides religiosas, algunas construidas incluso de piedra o madera, eran más grandes.45

      Los derrotados habitantes de Xochimilco estaban construyendo una gran calzada que iba desde la isla hasta la orilla meridional del lago, y a lo largo de esa calzada caminaron los prisioneros. La mayoría de ellos eran distribuidos entre los diferentes linajes después de una batalla, pero los que habían sido tomados por un guerrero en particular eran enviados al templo del barrio de su captor para ser sacrificados en las festividades religiosas locales o, si eran mujeres jóvenes que él quería para sí, eran llevadas a su casa. Algunos eran enviados a los dos templos principales de la ciudad, uno dedicado a Huitzilopochtli (el dios protector de los mexicas) y el otro a Tláloc (el dios de la lluvia). Los que no eran necesarios para ninguno de los dos templos eran vendidos en un mercado de esclavos (había uno enorme en Azcapotzalco) y podían ser comprados por los barrios que necesitaran víctimas para los sacrificios ceremoniales o, en algunas ocasiones, por los hombres que buscaban concubinas. Ocasionalmente, las esclavas compradas para el sacrificio podían convencer a sus nuevos amos de que las mantuvieran vivas para trabajar en su casa.46