Название | Hannah Arendt: Nuevas sendas para la política |
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Автор произведения | María Teresa Muñoz |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9786078781546 |
No obstante que para Arendt no hay un modelo de hombre universal, no existe una esencia de la naturaleza humana, como bien advierte desde el inicio de La condición humana, sí es posible rastrear una imagen deseable de ciudadano. Ella postula en sus reflexiones tres determinaciones de nuestra condición humana, a saber: la vida, aspecto biológico de los seres humanos; la mundanidad, producto de la actividad humana; y la pluralidad, nuestra “irreductible singularidad de seres únicos”.56 Estas tres determinaciones corresponden a tres diferentes tipos de actividad: la labor, el trabajo y la acción. Arendt asigna un atributo a cada dimensión: la potencia, la violencia y el poder, respectivamente. Con el concepto de espacio público como trasfondo de nuestra investigación, aquí vamos a orientar las reflexiones a la acción. Como es sabido, para Arendt la acción y el discurso son las capacidades más propiamente humanas y las que permiten gestar y renovar constantemente el espacio público. Desde ellas, rastrearé los diferentes modelos de ciudadano que sugiere Arendt, con la finalidad de proponer a partir de ellos una concepción de ciudadanía que vinculo con la tradición republicana.
En el tercer capítulo, “La metáfora del espacio público”,57 revisaré los ejes estructurantes, los supuestos, que su noción de espacio público presenta. Veremos los rasgos característicos del concepto de espacio público mediante una confrontación con otro concepto fundamental en la obra arendtiana: lo social.
La noción de lo público es entendida en dos sentidos, a saber: “todo lo que aparece en público puede verlo y oírlo todo el mundo y tiene la más amplia publicidad posible. Para nosotros, la apariencia –lo que ven y oyen otros al igual que nosotros– constituye la realidad”.58 Y “el propio mundo, en cuanto es común a todos nosotros y diferenciado de nuestro lugar poseído privadamente en él”.59
Me interesa destacar la primera de las acepciones –espacio de aparición–, en tanto que en el así entendido espacio público se constituye la realidad: la presencia de los otros es la que nos asegura la realidad del mundo y de nosotros mismos. Lo público como espacio de aparición se constituye en ese aparecer ante los demás. Si esta aparición es posible, ello se debe a las actividades de la acción y el discurso. Pero, siendo así, ¿cómo evitar que lo público sea mera apariencia efímera y futil? Arendt recurre a la idea de estar en medio del mundo en común, segunda de las acepciones mencionadas, que conecta y separa, proporciona el contexto físico, el marco de referencia común y la continuidad temporal del espacio de apariencias. En este espacio público entendido como espacio de apariencias y mundo común, el vínculo entre la acción y el discurso viene dado, en parte, por la capacidad de juicio político.
El cuarto capítulo, “Juicio político y ciudadanía democrática”,60 tiene como objetivo defender la inconclusa teoría del juicio arendtiana como un modelo político que nos permite sostener un compromiso con el diálogo, en ausencia de principios básicos comunes en las sociedades diversas, plurales, multiétnicas y multirraciales contemporáneas. En efecto, el desarrollo de una ciudadanía democrática, en el marco de sociedades que buscan la justicia, no será posible a menos que reconozcamos que no hay reglas universales a priori, ideas preconcebidas, para hacer juicios sobre cuestiones de interés común. En este sentido, la recuperación arendtiana del juicio reflexionante adquiere singular importancia. El juicio político entendido desde la perspectiva arendtiana, en tanto juicio reflexionante y no determinante, de ninguna manera es definitivo, sino que se integra en el entramado de la acción y el discurso para ir construyendo el espacio público. En el contexto del espacio público, el agente, en su condición de actor o de espectador, busca por medio del juicio el mejor significado para orientar u orientarse en la esfera pública y en el mundo común.
Arendt tenía pensado dedicar la tercera parte de su obra The Life of the Mind (1978) al juicio. Murió antes de comenzarla. No obstante, algunas tesis sobre el juicio pueden encontrarse en las Lectures on Kant’s Political Philosophy dictadas en la New School for Social Research en 1970 y dispersas a lo largo de sus escritos. En su ensayo The Crisis in Culture: its Social and its Political Significance (1961) Hannah Arendt ya deja ver atisbos de su interpretación del pensamiento kantiano. Su interés es destacar que la riqueza del juicio radica en un acuerdo potencial con los demás. Junto con el “pensar ampliado” y la imaginación, recupera las nociones de sensus communis y validez ejemplar para pensar el juicio estético kantiano como una modelo para el juicio político y para resolver la objetividad del juicio reflexivo en las cuestiones políticas.
Para Arendt, el juicio reflexivo es la forma de pensamiento político por excelencia. Se trata del tipo de pensamiento que implica adoptar el punto de vista de los demás y se caracteriza por su comunicabilidad y su intersubjetividad. Este tipo de juicio se sostiene en una actitud moral de respeto al otro y de reconocimiento mutuo.61 Pero es importante enfatizar que no se trata aquí de un asunto de compasión ni de emoción. El juicio político es asunto de justicia.
Termino el recorrido con el capítulo titulado “El republicanismo arendtiano”. Cuando Arendt se pregunta explícitamente por la “fuerza” que mantiene juntos a los ciudadanos en general, su respuesta consiste en otorgar al espacio público las dos presentaciones que señalamos antes: un espacio de aparición donde los sujetos tienen oportunidad de distinguirse, darse a conocer, crear su identidad y con ello ofrecer un remedio a la futilidad de la acción y del discurso, para aumentar la probabilidad de permanencia al ser recordados. Y, por otro lado, el mundo común compartido nos asegura la realidad del mundo y de nosotros mismos. De ahí la insistencia arendtiana en distinguir espacio privado y espacio público. El mundo común nos permite compartir un espacio en el que obtenemos identidad y existimos mediante el reconocimiento. De esta manera, cada uno ve su propia ventaja en estar unido a los demás y, por consiguiente, él mismo se vincula a ellos por medio de “la fuerza del contrato o de la mutua promesa”.62
Desde la mirada de la Arendt republicana, la retirada hacia lo privado es una renuncia a la identidad. En su trabajo sobre Lessing63 critica esta búsqueda de intimidad, porque significa evitar la disputa, tratar sólo con personas con las que no se entra en conflicto. La excesiva cercanía, según Arendt, suprime las distinciones, elimina el mundo compartido, el espacio público que es por definición un espacio de pluralidad.
La reconstrucción de los conceptos de ciudadanía, espacio público y juicio que brindo en los primeros cuatro capítulos del libro permiten ubicar la concepción arendtiana en el marco de la tradición republicana. Por supuesto, esta ubicación es arriesgada, no sólo porque Arendt se resistió a cualquier ubicación política, sino también por lo complejo y variado de la tradición republicana. En esta corriente, podemos situar a pensadores tan disímiles como Aristóteles, Cicerón, Maquiavelo, Montesquieu y Rousseau, por mencionar sólo algunos de los más representativos de entre los clásicos. En nuestros días, podemos citar a Quentin Skinner,64 Philip Pettit65 y Mauricio Viroli.66 Esta diversidad me obliga a matizar la ubicación de Arendt en esta tradición del pensamiento político. Lo que me interesa son los ejes que articulan la tradición republicana. Esta concepción de la política fue unificándose con el transcurso del tiempo, en parte por un entusiasmo compartido por los ideales y las lecciones de la República romana, en parte por el énfasis puesto en la importancia de disponer de ciertas instituciones: por ejemplo, un imperio de la ley, en vez de uno de los hombres; una constitución mixta, en la que diferentes poderes se frenan y contrapesan mutuamente, y de manera relevante, un régimen de virtud cívica, bajo el cual las personas se muestran dispuestas a servir honradamente en los cargos públicos y a participar en la vida pública. En esta tradición ubico a Arendt. Al mismo tiempo, considero importante reanudar los lazos con la tradición del republicanismo cívico, y es esencial que sea desde la senda abierta por la mirada arendtiana a lo político.
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En los últimos años, he participado en diferentes congresos y seminarios y he publicado varios artículos dedicados al pensamiento de Hannah Arendt. En todos