Historias Hilvanadas. Silvana Petrinovic

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Название Historias Hilvanadas
Автор произведения Silvana Petrinovic
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789878713687



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a dormirse por la fuerte presión de la mano del padre, que miraba el paisaje por la ventanilla; le daba la sensación de que estaba perdido o desorientado porque no despegaba la nariz del vidrio.

      El vehículo comandado por el parlanchín chofer comenzó a trepar por un camino terrible de curvas y contracurvas. El pequeño colorado pudo dominar el estómago de milagro.

      El auto se detuvo en un paraje lleno de pinos. La puerta se abrió y la mano del niño, la que hasta aquel momento se mantenía libre sobre sus piernitas, fue agarrada por una fuerza desconocida. Lo raro fue que el papá lo permitió, le soltó la otra mano que, a esas alturas, estaba agarrotada por la presión. Sin decir palabra alguna lo desenganchó.

      La mujer que lo sujetaba lo llevaba casi a la rastra por el sendero de lajas. Apenas pudo Rufo observar la partida del taxi con su padre dentro. La valija con sus pocas cosas de niño se había quedado sola debajo del arco de entrada de aquel lugar enorme. ¡Tan sola como su propio ser!

      La señora que sostenía con rudeza el brazo del niño parecía no darse cuenta de que no era un brazo extensible, porque lo llevaba a los tirones. Cuando detuvo la marcha, se presentó como la Señora Directora y sin ninguna contemplación lo llevó del mismo modo por pasillos y puertas demasiado altas para observarlas.

      Interrumpió la caminata al llegar a un gran salón lleno de camas superpuestas. Le indicó una cama con el número nueve, sin mirarlo a los ojos, mientras el niño sostenía su abrigo gris, el saco de felpa destinado a los domingos o festivos que le había hecho su difunta madre. La directora le informó que la cama nueve sería desde ese momento la suya. Debería desarmarla para dormir y volverla a tender por las mañanas, le explicó. El niño contenía el llanto lo más que podía porque un par de muchachos estaban detrás de una puerta observándolo y, seguramente, se burlarían de su color de cabello. El olor de las mantas era horrible, la almohada que mamá le había hecho no estaba ahí.

      Papá lo había abandonado…

      Pronto llegó la noche y lo llevaron junto a los demás rumbo a un gran comedor. Le sirvieron un plato de comida que no supo que era, pero el hambre y el susto pudieron más, y Rufo comió. Al sonar una campana, todos doblaron las servilletas y las pusieron sobre la mesa. La directora ordenó el retiro a los dormitorios, allá fue nuestro pequeño pelirrojo sin entender nada de nada. Totalmente convencido de que todo esto le pasaba por su color de cabello.

      Un hombre, que se hizo llamar “señor celador”, les ordenó el ritual previo a meterse en las camas y así lo hicieron todos a la vez.

      El llanto brotaba sin control dentro de la trinchera que formaron las sábanas, que olían a miedo, en la cama nueve del salón dormitorio. Hasta que escuchó una voz desde el lecho de arriba que le decía:

      —No llores, colorado, mañana será igual y pasado también. Lo mejor es dormirse porque si te escuchan llorar serás castigado.

      —Es que no sé dónde estoy —rebatió el pequeño sin aliento.

      Desde una cucheta lejana a la nueve, otro chico contestó su interrogante:

      —Estás en algún lugar de las sierras de Córdoba; un internado en donde nos dejan porque somos huérfanos… lo primero que tenés que aprender es a “no quejarte”.

      Aquella noche se durmió con al menos una pregunta respondida.

      Al día siguiente, comenzó un nuevo ritual que con el tiempo se le hizo costumbre. Lo que nunca pudo entender fue el nombre del lugar: “Hogar Escuela…”.

      El hogar era otra cosa, estaba seguro.

      A pesar de lo raro del color de su cabello, Rufo se hizo un hombre de bien. Formó un hogar de verdad, lejos de las serranías y de los abandonos. Un hogar en donde aprendió a criar y amar a sus hijos.

      Cierta mañana, cuando las canas ya habían coronado parte de su cabeza, y las sierras habían quedado muy lejos, conducía su taxi en busca de un cliente, como todos los días, en la ciudad de la furia. En plena Avenida de Mayo, subió a una pasajera con tonada cordobesa que le ponderó ese raro color de cabello. Rufo la observó por el espejo retrovisor y decidió contarle su historia en “El Hogar Escuela de Córdoba”.

      Fue entonces cuando el taxista colorado le pidió a la escritora que escribiera su historia, que cuento hoy.

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