Historias Hilvanadas. Silvana Petrinovic

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Название Historias Hilvanadas
Автор произведения Silvana Petrinovic
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789878713687



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el artículo leído; cerca, mi niña rodeada por todos los niños que he atesorado con las alas de mi alma…

       Ojeras de rímel y carbón

      El camino henchido de curvas los empujaba. En aquellos días, transitaron el lento precipicio que conducía al amor. Sus historias más íntimas se fundían en cada vuelta del volante, mientras se observaban ciegos de ardor impaciente.

      Las distancias entre un lugar y otro los obligaron a hacer una parada fuera del recorrido prefijado. La noche, conmovida por la luna, los invitaba a fusionar sus deseos de amarse. Un paraje fascinante del valle los albergó.

      El auto se detuvo bajo un techo de coníferas. Envueltos en aromas veraniegos, caminaron juntos con rumbo al paraíso de la entrega. Los corazones palpitaron con la aceleración que nos da el calor de amar.

      El amor no tiene límites, solo la mente perturba y clasifica.

      El amor no juzga, ni tiene fecha de caducidad.

      Un aire fresco invadió la espesura del abrazo y los arrastró dentro del espiral del deseo. Sucumbieron de placentero dolor en el núcleo de la tormenta perfecta, que solo el amor puede gestar.

      Así, el alba los sorprendió ocupados en destilar piel, sudor, ensoñación y libertad para demostrarles la llegada implacable del nuevo día. Amanecer engrasado de sospechosa calma...

      El coche los condujo por la ruta que habían dejado atrás. Los alejó del valle, de la luna y las coníferas. Las máquinas obedecen, las almas son libres.

      Aquel espiral, que los llenó de magia, se disolvía entre los kilómetros de ruta. Quedó en el cosmos de los sueños juveniles, escondido en la memoria del pasado.

      El amor se hizo canción, que suena en las voces de los que saben cantarla.

      Lejos quedaron el maquillaje, la ropa interior elegida irrespetuosamente, las flores de jazmines en el pelo. Y en la lejanía que provoca el haber vivido, la vida misma las ha convertido en fabulosas e inolvidables “ojeras de rímel y carbón”.

       N. del A.: Esta historia surge del análisis de la canción Catalina bahía, de Miguel Cantilo.

      [] Cuando se hacen las dos de la mañana cuando se hacen las cuatro del amor sus pupilas se hamacan porcelana en ojeras de rímel y carbón […]

       El foco del barrio Minetti

      Los clientes entraban uno tras otro y las piernas, a la altura de las rodillas, comenzaban a jugarle una mala pasada, pero logró someterlas a su antojo y siguió de pie. Ahí estaba mi hermana, con la atención puesta en las ventas y nada más.

      Yo no sabía bien cuál era mi rol en la tienda de ropa. Para ella, mi presencia no era más que una visita que asomaba intermitente entre los percheros cargados de ropa y accesorios de moda. Al menos, esa era mi sensación.

      Aturdida y con desánimo encontré un lugar entre las cajas repletas de mercadería que yacían en el suelo, acomodadas con el claro propósito de atrapar la mirada de las clientas, que parecían hambrientas de más y más prendas.

      Esperé mi momento sin muchas pretensiones y dispuesta a poner un límite a mi paciencia.

      Después del torbellino de compradoras, que dejó saldo positivo en la caja registradora, ella se acordó de mí, me dio una palmada en el hombro diciéndome:

      —¡Qué bien nos vendría un café a las dos…!

      No habíamos terminado con la colación, cuando un llamado telefónico la sobresaltó. Sin mirarme siquiera, dejó el aparato y anotó algo en un papel. Acto seguido, clavó la vista en la pantalla de la computadora y casi frenéticamente comenzó una sinfonía de clics que causó en mí verdadera inquietud. A sabiendas de que tal vez no compartiera conmigo la preocupación que se había apoderado de ella, me puse de pie para observar qué buscaba con tanto hermetismo.

      Un estremecimiento recorrió mi columna cuando leí en la pantalla el nombre del lugar donde nos habíamos criado: el barrio Minetti. El barrio, conformado por un caserío que adornaba las sierras, custodiaba las espaldas de la fábrica de cemento; cada casa y chalé que lo formaban, fueron nuestros hogares.

      ¡Volver no es fácil! ¡Abrazar a tu niña, tampoco lo es! En especial, cuando no le has sido fiel.

      ¿Qué tipo de filmación era la responsable de atraparla, obligarla a pegar el rostro a la pantalla hasta el punto de haberla hecho olvidar de las ventas del local?

      Las imágenes se amontonaban en la pequeña mampara del ordenador.

      Pude observar, de pie junto a ella, que con estupenda destreza un grupo de alumnos de una escuela de la zona había realizado un cortometraje sobre nuestra fábrica de Dumesnil. El pasado se anudaba a fotos actuales con sutil encanto mientras una voz relataba en off lo que ahora es: “La historia de Dumesnil”.

      Ahí estábamos, dos mujeres que vestíamos canas, sin saber mucho una de la otra, pero unidas por un lazo invisible cargado de infancia.

      Las imágenes llenaron nuestros corazones de recuerdos de aquel viejo mundo. Aquel lugar… donde la iluminación de los caminos caprichosos que unían nuestras casas era tarea de unos postes de luz a los que llamábamos “focos”. Los focos distaban unos cuantos metros unos de otros. Eran zonas mágicas, sobre ellos revoloteaban centenares de insectos que los transformaban en universos colmados de satélites y lunas. Espacios únicos para encontrarse con amigos, sin que importara mucho la estación del año. Lejos de los mayores, que deshilachaban sus noches según las costumbres de cada hogar.

      Risas, llantos, nombres, confidencias y picardías saboteadas de colores y sabores lo llenaban todo.

      ¡Tal vez, con aquel video que andaba por las redes, las dos podríamos cruzar el puente…! Era mi más profundo pensamiento.

      Los clientes volvieron para renovar las actividades en el local y todo retornó a la normalidad de la tienda y su bullicio.

      El cortometraje se perdió en el espacio virtual.

      Hermética en sus silencios, cerró la última persiana y apagó las luces sin decir palabra. Mi rol de visitante me dejaba muda y estática. Dos mujeres que vestían canas, mudas… una vez más.

      Largo había sido el camino recorrido hasta llegar a ella. Dentro de mí, una voz me aseguraba que el amor que nos había unido podría vencer el silencio que aturdía nuestros pasos mientras recorríamos la distancia que une la tienda con su hogar. Pero no fue así…

      Nos despedimos al día siguiente con un abrazo.

      Volví a mi vida llena de instantes cargados de costumbres. Ella, seguro, regresó a la suya. Desarmé la valijita de viaje y al revisar los bolsillos encontré un pequeño sobre. Lo abrí. Una frase escrita a mano cruzaba la tarjetita blanca, con la letra inconfundible de mi hermana, que rezaba:

       Te quiero, pero te quiero como siempre, “te quiero hasta el foco del barrio, de la fábrica Minetti”.

       Amigos para siempre

       Dedicado a Congo

      La noche se desploma sin pedir permiso y con ella, el indeseado rocío. Sí, es difícil para mí soportarlo, pero debo acompañar a mi amigo y estas molestias son parte del sacrificio de amarlo.

      Es extraño, parece estar más demorado que de costumbre; tal vez no ha podido con la ingrata botella que lo envuelve trago a trago o quizás algún programa nuevo en la televisión lo retiene.

      No importa, una de mis cualidades es la paciencia, así que lo voy a esperar. Han sido días difíciles, duermo en la planta baja y escucho sus pasos sobre mi cabeza en medio de la noche, hasta podría asegurar que llora.

      Está muy triste, la soledad no