Название | Historias Hilvanadas |
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Автор произведения | Silvana Petrinovic |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789878713687 |
En ese momento un ruido estalló, hizo temblar el edificio y después… Después, nada…
Al abrir los ojos estaba en el piso con la cara llena de polvo y mucho dolor en los oídos. Miró a su alrededor, percibió un olor extraño; buscó entre el humo espeso y reconoció la figura del maestro desparramada en el piso. Sin dudarlo se movió hasta él, pudo ver que sus lentes no estaban en esa cara conocida, ahora tan diferente; tenía los ojos cerrados y heridas en todas partes. Sintió tanto miedo que no pudo más que pensar en aquellas manos que arreglaban sus cabellos, que ajustaban su corbata a la maldita remera del uniforme, que lo despertaban cada mañana con caricias eternas.
Fue entonces cuando millones de lágrimas comenzaron a derramarse mientras no paraba de repetirse que debía encontrar la fortaleza necesaria para sostener la cabeza de su maestro entre sus piernas, que se veían tan pequeñas en ese lugar infernal. Miró a su lado y encontró los anteojos, los guardó en el bolsillo y esperó rezando que alguien viniera a ayudarlos.
El tiempo sin tiempo rozaba su alma como una guillotina, hasta que unos brazos fuertes lo separaron del maestro y lo llevaron fuera del edificio. Voces que gritaban, sirenas que sonaban, manos que lo tocaban y revisaban.
Lo llevaron a algún lugar, se sentó en una silla, le sirvieron un refresco. Esperó y esperó, palpando cada tanto los lentes en su bolsillo. Los olores no eran los de su hogar, pero parecían similares, estaba en una casa que no era la suya… no tenía intención de buscar más información.
Su infancia aturdida se sobresaltó al percibir una brisa fresca, que le rozó la cara como una navaja. La voz que se escuchaba, angustiada y resuelta a todo, desde el pasillo de la casa que no era la suya le cortó la piel del alma cuando gritó su nombre.
Giró la cabeza embotada de incendio y dolor. En ese instante sintió el cruce magnético de aquellos ojos color del tiempo con los suyos. El túnel invisible que lo llevaba a esos brazos, a esas manos expertas que lo colocaban en la ruta fabulosa de lo conocido y amado se había hecho presente.
¡Mamá lo había encontrado!
Capítulo 2
La queja
Una vez llegada la desgracia,
de nada sirve quejarse.
—Esopo (S. VII aC-S. VII aC)
Fabulista griego.
La hendidura, mi niña, el bicho y yo
Llueve, un insecto desafina su canto. Bendición que limpia, humedad que nutre mi profundo ser de marioneta.
El pobre bicho pretende hacer un ostinato que enriquezca el concierto de gotas; ojalá logre acompañar a la lluvia y componer una copla que no suene a quejas.
Me pregunto si los bichos tienen nombre. No logro entender por qué el alboroto. Tal vez, cuando consiga lo que quiere deje de quejarse, apague el motor que lo mantiene y me permita bucear en mis adentros…
La ventana a medio abrir nos separa a él y a mí, por suerte.
¡Sé que escucha el sonido del teclado que acompaña mi viaje en estos tiempos! Tal vez, para él sea tan monótono el golpe de mis dedos como para mí su compañía.
Así, sin propuesta previa, se ha creado este tintineo, mezcla torpe de felicidad y angustia, que moverá el mecanismo que germina en esta tarde sin montañas ni río…
A pesar de todo, busco sin treguas la paz que tanto ansío. Pero allí, detrás del canto desafinado, está ella, pequeña y aturdida…
Quiero rescatarla y ofrecerle el mundo, quiero abrazarla y deshacer sus miedos; pero el bicho tenaz, allá afuera, entre las plantas, se ocupa de mantener mis nervios en la cornisa. Mis ansias locas esperan que su grito de barítono en desgracia calle de una vez.
Anhelo desde hace tiempo conocer a la pequeña que, encarcelada detrás de la puerta que nos separa, me persigue con sus ojos de niña.
Hasta ahora, no he podido.
Ahí está. Saca su manito por una rendija, la sacude con los pocos movimientos que le deja la abertura alargada y estrecha. Sus ojos de nena me imploran que elimine la hendija y la libere pronto.
¡Hoy más que nunca, mi pequeña, el bicho y yo en infinita queja!
La lluvia se dispersa, el bicho calla al mandato de quien sabe qué patrón de pacotilla. Por la hendidura de la odiosa puerta, ella estira su manito para tocar la mía.
Decido estrechar, por fin, sus dedos regordetes. Empujar la gruesa y oscura lámina que nos separa con un valor germinado en tantos años sin ella; es en esta tarde, de bichos y de quejas, una de mis más dignas batallas.
Al apreciar la tibieza infantil de su sabiduría, mi alma se funde con su cuerpo pequeño. La puerta se rompe como un terrón de azúcar en el chocolate caliente.
El apretón nos mantiene para siempre juntas, libres y en paz.
La hendidura, por donde su carita buscaba mi abrazo, se queda en el tiempo de las fotos viejas; esas fotos viejas que, en un futuro desconocido, alguien destruirá.
Una noche de abril
Esta es una de tantas noches en mi vida, de más está decirles que será la última.
La contemplo en silencio, sus movimientos se han vuelto partes de mi rutina. Espero a cada uno de ellos con ansiedad y expectativa. Cada noche, llega a la habitación y busca el interruptor que está entre el marco de la puerta y la biblioteca, embutido en la pared. Le molesta la luz que cuelga del techo, lo sé. Una vez que el espacio es visible, enciende la lámpara que está sobre el viejo escritorio, acomoda los papeles y objetos que acumula a diario mientras observa sus manos una y otra vez.
Me pregunto si el barniz con el que pinta sus uñas se le habrá vuelto a correr, porque nunca espera a que se seque completamente cuando decide arreglarlas. El líquido cremoso se transforma en una masa brillante que la fastidia porque se corre y muy rara vez la pintura queda pareja. ¡Me encantaría interpretar sus pensamientos cuando emplea tiempo indefinido en la observación de cada dedo!
Mi instinto me dice que esta noche es especial, y vaya si lo es. No quiero preocuparme ni lidiar con quejas que solamente me traen cambios de humor. La verdad es que, hasta ahora, he podido moverme a voluntad.
Esta mujer siempre está tan concentrada en sus dedos, en sus escritos y en las luces que no me tiene en cuenta, no es novedad en lo absoluto.
¡Un momento!
Sus manos recorren el teclado con ese sonido característico que me tiene embrujada. ¡Ahora sí ha comenzado mi velada!
Esta noche no ha cruzado las piernas sobre el sillón de cuero, como es su costumbre. Lleva el cabello suelto, atrevidamente revuelto, debo decir que no le queda nada mal.
La lámpara del escritorio se entrega a los golpeteos de sus dedos sobre el pobre teclado. Espero que sea el final de ciclo luminoso de la lamparita que tanto me perturba. No puedo leer lo que escribe porque las intermitencias de su luz son insoportables. Ella parece no percibir el temblor radiante que reina en la habitación y sigue con el acompasado movimiento de parir letras sobre la pantalla. El embrujo corre por todo mi cuerpo de tal manera que logra borrar todos mis lamentos en contra de la lámpara, los dedos, el barniz, las uñas y la luz mortecina.
¡Ah, la pequeña luz ha decidido dejar de parpadear!
Esta es la oportunidad perfecta para acortar distancia y leer de qué trata el escrito de esta noche.
¡Necesito