Название | En busca de éxtasis |
---|---|
Автор произведения | Vanderlei Dorneles |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789877984040 |
Según Newton A. von Zuben, que firma una introducción al pensamiento de Buber, en la edición portuguesa de Eu e Tú, Martin Buber nunca quiso aparecer como el portavoz de un sistema filosófico, pero sus ideas están en la base de las formulaciones posmodernas sobre la religión y el misticismo, además de haber tenido una profunda influencia en el culto pentecostal. Buber “vio su misión como una respuesta a la vocación que había recibido: la de llevar a los hombres a descubrir la realidad vital de sus existencias”, en el encuentro (ibíd., p. xvii).
La cosmovisión posdualista fortalece en la religión y en la filosofía el rechazo a la tradición hebrea y bíblica, y proyecta a Dios como una fuerza de la naturaleza y del ser. El concepto de un Dios inmanente, que es una herencia primitiva, da lugar a los rituales de éxtasis y comunión mística, que alimentan la espiritualidad posmoderna.
Intuición e inconsciente
Como Dios debe ser encontrado en lo íntimo del ser, las dimensiones intuitivas y subconscientes de la psique humana pasan a ser atractivas para los posmodernos. Se convierten en fuentes de conocimiento. El posmoderno quiere guiarse por sus propias verdades, aquellas que emergen de su ser.
En la medida en que la razón y el pensamiento consciente pierden la exclusividad como fuentes de conocimiento, los posmodernos dan la bienvenida al conocimiento intuitivo. Los místicos de la Nueva Era sostienen que la mentalidad racional solo puede entender el mundo natural, y que las verdades espirituales y metafísicas son resultado de otro tipo de pensamiento: el intuitivo e inconsciente. Para los defensores de esa espiritualidad, el conocimiento de tipo espiritual está “no en la lógica del hemisferio izquierdo, sino en la intuición y en la creatividad del hemisferio derecho del cerebro” (Chandler, 1993, p. 39).
Heidegger entiende el concepto de verdad desde esta perspectiva. Él sugiere que la verdad no es una recompensa por la búsqueda de certezas en las proposiciones lógicas, sino algo que tiene que ver con la “revelación”. En este sentido, los posmodernos vuelven atrás y retoman el pensamiento revelado; cambiando, sin embargo, su fuente. En lugar de las Escrituras, eligen el inconsciente. Para Heidegger, “la primera ley del pensamiento no son las reglas de la lógica” (1967, p. 99). Él dice, incluso: “Nunca llegamos a los pensamientos. Ellos vienen a nosotros” (1969, p. 1). La cuestión de la verdad y el conocimiento, para Heidegger, está relacionada con la búsqueda constante del ser humano: “ser algo más allá de sí mismo” (1991, p. ix). El final de esa búsqueda puede ser una experiencia de éxtasis en la cual el ser se realiza: “La existencia es éxtasis, estar fuera, en la verdad del ser, y dirigiéndose a lo más interior, a lo más profundo, ahí estar adentro, en lo más íntimo del ser (1969, p. 2). Para obtener esa “verdad revelada”, Heidegger argumenta que es necesaria una “apertura”, un “develamiento”, o incluso un “sobrepaso” (1991, p. 91), capaz de proporcionar una experiencia de trascendencia. Eso ocurre a medida que nos distanciamos de nuestra fijación moderna por el pensamiento cauteloso y nos embarcamos en el “pensamiento meditativo”. Pensar, por lo tanto, no sería tan solo ejercer una facultad consciente, sino dialogar con el ser interior, ya que “el pensamiento está referido al Ser y dependiente de él”, y el “Ser es el destino del pensamiento”. Heidegger concluye que “el pensamiento por venir [posmoderno] no es filosofía, porque pensará más originalmente” (1967, p. 99).
En ese sentido, el posmodernismo fomenta un concepto de no-razón, ya defendido en el siglo XVIII por Edmund Burke, filósofo irlandés. Él dice que “es la razón la que congela lo que es dinámico y sagrado” (1993, p. 10). Para él, el pensar racional y fríamente inhibe el conocimiento profundo y trascendente.
La apreciación de las experiencias emocionales o románticas proviene del predominio de la cultura de los medios de comunicación y del entretenimiento, cuyos contenidos se alimentan de lo imaginario, los juegos, las fantasías, lo irreal y lo ficticio. Estas fuentes son más atractivas que la propia razón, y su contenido adquiere el estatus de cosa sagrada.
El camino del pensamiento intuitivo y emocional, minimizado por el racionalismo moderno, es redescubierto por los posmodernos, que buscan la sensación de alienación y trascendencia en relación con el mundo real y racional. Para el sociólogo Peter Berger, “el redescubrimiento de lo sobrenatural” sería, sobre todo, “una reconquista de la apertura en nuestra percepción de la realidad”. Él cree que, “en la apertura a las señales de la trascendencia, las verdaderas proporciones de nuestra experiencia son redescubiertas” (1973, p. 125).
Desde esta perspectiva, la búsqueda del conocimiento interior o místico es también una búsqueda de la trascendencia, por una sabiduría más allá de la razón. Esa búsqueda está destituida de cualquier juicio de valor; importa solo la posibilidad de conectarse a lo sobrenatural. De este modo, la posmodernidad abre un camino amplio para el misticismo, oriundo de la psique inconsciente. El distanciamiento de la razón y la valoración del conocimiento intuitivo perjudican a los referenciales de la verdad y pueden lanzar al pensamiento a una crisis profunda.
Retorno a lo primitivo
A la luz del psicoanálisis de Carl G. Jung, el inconsciente sería el reservorio de vivencias y memorias antiguas, muchas de ellas de naturaleza colectiva, que retroceden al pasado remoto y primitivo. La apertura posmoderna a las experiencias y los saberes de origen inconsciente contribuye, en ese sentido, a un retomar de prácticas y costumbres primitivas. Un retorno a lo primitivo es evidente en el campo de la espiritualidad.
La escritora británica Mariana Torgovnick sostiene que el Occidente buscó, en la Era Moderna, reprimir ciertas emociones y sensaciones humanas vitales de conexión e interdependencia. Pero, de hecho, nunca eliminó esas pasiones que pertenecen a la capa profunda de la psique. Estas vuelven con fuerza sorprendente en la posmodernidad, que busca rescatar aspectos originales de la cultura reprimidos por el predominio de la razón. Torgovnick encuentra un eslabón entre esas sensaciones y los pueblos “primitivos”. Para ella, el primitivismo manifiesto en lo posmoderno “es el deseo utópico de emprender el retorno y recuperar aspectos irreductibles de la psique, del cuerpo, de la tierra y de la comunidad” (1999, p. 11).
Torgovnick dice que, al defender el pensamiento Yo-Tú, Buber entendía que los pueblos primitivos todavía experimentan “la verdadera unidad original”, perdida en el mundo de la razón, que neutralizó lo sublime del sentimiento y de la fe. Buber dio énfasis a las tradiciones místicas como fórmulas adecuadas de cultivo de la relación original Yo-Tú. Para Torgovnick, “muchos pensadores de la época compartían su [de Buber] interés por el misticismo, criticando, a veces, incluso a las iglesias institucionalizadas por refrenar los impulsos místicos” (ibíd.).
Antes de Buber, Edmund Burke relacionaba lo sagrado y lo sublime con lo impulsivo, y también con lo primitivo. Él entendía que el estado de la mente durante el contacto con lo sagrado no permite cualquier raciocinio. “Ese es el origen del poder de lo sublime, que lejos de resultar de nuestros razonamientos, nos antecede y nos arrebata con una fuerza irresistible” (1993, p. 65). Por eso mismo los pueblos primitivos tenían una religión no de conocimiento, sino permeada de misterio y oscuridad. Esos elementos serían la llave para lo sagrado. “Casi todos los templos paganos eran oscuros. El ídolo estaba ubicado en una parte oscura de la casa dedicada a su adoración. […] En esa descripción todo es oscuro, incierto, confuso, terrible y absolutamente sublime” (ibíd., p. 67).
Torgovnick sostiene que, en la cultura moderna, así como en el período de hegemonía cristiana, a lo primitivo se lo asoció con el paganismo, a los impulsos sexuales y a los excesos. Eso creó la idea de que las costumbres primitivas necesitaban orientación y controles racionales. A pesar del control y de la represión de la racionalidad, esos impulsos primitivos resurgen con fuerza renovada en la posmodernidad, en todos los círculos, manifestándose en la libertad sexual, en los piercings y tatuajes, en el uso de drogas y en el éxtasis religioso. Tales impulsos generan una restauración de la antigua naturaleza humana, que el mundo racionalizado y comedido había camuflado y reprimido (1999). Esta restauración se da por medio de la liberación de los impulsos, del contacto con el mundo salvaje y original, de la vivencia con la religiosidad espontánea primitiva, o incluso por