Название | En busca de éxtasis |
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Автор произведения | Vanderlei Dorneles |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789877984040 |
Kant entendía que el hombre podría encontrar el conocimiento haciendo uso de sus categorías mentales, habilitadas para acceder a una estructura de conocimiento universal, compuesta de valores culturales, morales y filosóficos válidos y aplicables a toda la humanidad. Podría, también, mediante el uso de la razón propia, descubrir las leyes y la forma del universo.
Más adelante, sin embargo, ese concepto de verdad y de valores absolutos sería rechazado y sustituido por el relativismo y la pluralidad, propios de la posmodernidad.
La decepción de la razón
El siglo XX, con sus dos guerras mundiales, fue un período crítico de la historia occidental. Los principales beneficios de la ciencia, como el confort y el desarrollo tecnológico, encantaron y pudieron ser experimentados por una parte de la humanidad. Pero la ciencia no trajo solo ventajas. A causa del mal uso de alguno de sus descubrimientos, terminó intensificando el miedo y el pánico por medio de la tecnología bélica y de las bombas atómica y nuclear, así como las investigaciones que resultaron en la creación de armas químicas y de destrucción en masa. Las guerras del siglo XX mostraron que la ciencia había ampliado la capacidad de destrucción del hombre racional. Ese hecho minó silenciosamente la credibilidad de la Era Moderna y las expectativas de bienestar “prometido” por la ciencia, preparando así el surgimiento de la era posmoderna, que tiene cierto desencanto en relación con el conocimiento racional.
El filósofo y pensador Adauto Novaes hizo un balance pesimista del predominio de la razón en la cultura occidental: “Pasados tantos años, no es posible decir que hemos visto el triunfo de la razón”. En su lugar, “las guerras se volvieron el lugar común de nuestras vidas; diariamente, sin ninguna emoción, vemos en los periódicos y en la televisión las descripciones de centenas de muertes; vivimos en la ciudad del temor y de la tristeza” (1996, p. 10).
Después de tres siglos de racionalismo, el mundo se vio dominado por el temor, tomado por la violencia y decepcionado con algunos de los resultados de la aplicación técnica de la ciencia sobre la naturaleza. Desde las dos guerras mundiales y ante la amenaza del fracaso del ecosistema, la humanidad ha empezado a mirar a la ciencia con cierta sospecha. Según Novaes, la visión optimista de un futuro bendecido por la ciencia ha fracasado. Él califica ese fracaso como la “crisis de la razón”. El motivo para esto es el propio hombre, elevado al estatus de señor de la historia, y probado incapaz de ser señor de sus pasiones. Esta desconfianza en la razón ya podía verse en Nietzsche, en el siglo XIX. Él desdeñó el saber científico, incluso en contraste con el conocimiento del mundo antiguo:
En nuestra opinión, todas las otras eras simplemente propusieron cosas inconexas. Pero los sueños y las cosas sin nexo que dijeron fueron más reales que vuestro despertar. Vosotros sois estériles. Por eso no tenéis fe. Pero todos los que tuvieron que crear también tuvieron sus sueños proféticos y signos astrales –y fe en la fe (citado por Kaufmann, 1971, p. 95).
La crisis de confianza en la infalibilidad de la ciencia da lugar a una nueva fase de la propia ciencia. Los científicos han escrito sobre este período, marcado, según el Nobel de Química Ilya Prigogine, por el predominio de las posibilidades sobre las certezas objetivas (1996, p. 13). Además, lo sobrenatural atrae incluso a los científicos y genera una ciencia que camina entre la experiencia y la subjetividad. La relativización de la ciencia resulta inclusive del propio desarrollo de las ciencias humanas, cuyo objeto -el ser humano en el mundo- da testimonio de la imposibilidad de las leyes universales en su campo de estudio. Además, se da incluso cierta apertura de la ciencia a la espiritualidad, con innumerables científicos que creen y defienden no solo la existencia, sino también la posibilidad de experimentar el mundo espiritual. Estos cambios en el estatus de la ciencia ocurren paralelos a una creciente popularización de los fenómenos sobrenaturales y al resurgimiento del impulso religioso.
Así, la modernidad, que surgió en el siglo XVII, parece entrar en declive en la segunda mitad del siglo XX, seguida por la posmodernidad. La visión optimista del futuro prometido por la ciencia tradicional finalmente pierde su aliento. En el espacio dejado por la pretensión científica tradicional, resurge todo tipo de creencia y la recurrente búsqueda de lo sobrenatural. Marcelo Coelho dice que estamos ante “un proceso creciente de irracionalismo, de proliferación de sectas, de supersticiones alternativas. Ángeles, duendes, reencarnación, horóscopo, terapias de cristales y de vidas pasadas” (1996, p. 346).
De la modernidad a la posmodernidad
Un cambio en el estatus de la ciencia objetiva no es un consenso, pero se ha aceptado ampliamente una nueva fase en la historia de Occidente, la cual ha sido llamada posmodernidad (Anderson 1999; Lyotard, 1998, 1993; Grenz, 1997; Connor, 1996).
Como un paradigma filosófico, la posmodernidad fomenta la ciencia, el relativismo, el pluralismo, la diversidad, la religión, la intuición y la emoción como modelos y fuentes de conocimiento del mundo y de la naturaleza humana. Ese paradigma emerge sobre la fragmentación de la ciencia tradicional, que se mostró incapaz de cuidar del ser humano y de la Tierra. Al contrario de la Edad Media, cuando se creía en un Dios supremo, y de la Era Moderna, período en el que se exaltaba la razón como criterio infalible, la posmodernidad está caracterizada por la ausencia de verdades y valores absolutos y por la búsqueda de la utilidad y relevancia del conocimiento.
Este nuevo paradigma científico y cultural ha cobrado impulso con la formación de la aldea global, posibilitada por el desarrollo de las tecnologías de la comunicación, que ha acortado las distancias, aplacado los nacionalismos, y ha llevado a las diversas culturas del mundo a un proceso de aproximación, sincretismo y redefinición. El choque e integración de las culturas ha favorecido la relativización de las normas tradicionales que han marcado la cultura occidental cristiana.
El filósofo y activista francés Claude Lefort cree que “si hay un sentimiento actualmente compartido, es el de la crisis de nuestro tiempo” (1996, p. 27). Aunque no haya consenso sobre los conceptos posmodernos, y no lo habrá, los observadores coinciden en que hay un proceso de transformaciones sin precedentes. El teólogo estadounidense Stanley Grenz afirma que “todo indica que estamos atravesando un desplazamiento cultural solo comparable a las innovaciones que marcaron el nacimiento de la modernidad” (1997, p. 16).
Este nuevo paradigma representa el abandono de la moral cristiana y el rechazo de un patrón de verdad universal. Jean-François Lyotard afirma que, simplificando al máximo, la posmodernidad representa “la incredulidad en relación con las metanarrativas” (1998, p. 26), esto es, los conceptos e ideas considerados como universales. En la obra A Condição Pós-moderna, él anuncia el fin de todas las narrativas grandiosas, declarando que el mundo del pensamiento está inmerso en la diversidad y en el relativismo. En textos subsecuentes, Lyotard amplía la lista de las metanarrativas fallidas al incluir la “redención cristiana y el progreso ilustrado” (citado por Anderson, 1999, p. 39). En Moralidades Pós-Modernas, Lyotard afirma que “los modernismos fueron humanismos, religiones del hombre”, indicando que también la Ilustración, el racionalismo y el marxismo constituyeron metanarrativas (conceptos absolutos) renunciadas en la posmodernidad. Para él, la mayor metanarrativa sería el cristianismo, que “hace tiempo dejó de modelar las formas reales de la vida social, política, económica y cultural” (1993, p. 32).
Lyotard equipara al cristianismo, al judaísmo y al islam con la idea de una alteridad irreductible, una autoridad por encima del hombre, sostenida por la tradición. Esa alteridad está vinculada a la trascendencia y a la idea de ley. Para el pensador francés, esa “Ley trascendente”, válida para todos los tiempos y las personas, deriva de la lectura del “Libro”, esto