Название | 20 preguntas que Dios quiere hacerte |
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Автор произведения | Troy Fitzgerald |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789875678194 |
–¿Dónde estás tú?
¿Por qué nos escondemos de un Padre que todo lo ve y huimos del único que puede ayudarnos? Cuando no hemos orado honestamente por un tiempo, ¿por qué nos resistimos a conversar con Dios? Cuando hemos pecado, quizá solo en los lugares más recónditos de nuestra mente, todavía nos escondemos, aunque sabemos que Dios lo sabe. ¿Por qué? En la parte más profunda de la experiencia humana, lo que nos hace pecar –el egoísmo– aún reina y trata de proteger al yo de la presencia de Dios.
¿Cómo vamos a resolver el problema? ¿No es escondiéndonos un poco de Dios, como nos rehusamos a ver al médico cuando nos lastimamos? El pecado no solo corta nuestra relación con Dios sino también nos desanima haciéndonos creer que es imposible solucionar el problema.
La pregunta que Dios le hizo a Adán y a Eva es la misma pregunta que condena el corazón de los pecadores de todo el mundo hoy: “¿Dónde estás tú?” Detrás de los arbustos del temor y la vergüenza, Adán y Eva luchaban contra uno de los interrogantes humanos más profundos: ¿Admito mi pecado y pido ayuda? ¿O salvo la dignidad, y trato de resolver el problema por mi cuenta?
El sabio una vez escribió: “Hay camino que al hombre le parece derecho, pero su fin es camino de muerte” (Prov. 14:12). “Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia” (Prov. 3:5). Al final de la vida de Salomón, él se dio cuenta de qué modo nuestra mente puede jugarnos una mala pasada. La trampa más sorpresiva, en el cuaderno de estrategias del pecado, es convencernos de que podemos resolver nuestros propios problemas del pecado. La verdad es que podemos, pero la solución es menos que ideal: “La paga del pecado es muerte”, nos dice Pablo (Rom. 6:23). Y, además, señala que “todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Rom. 3:23). El pecado cuesta, y no hay otra salida que pagar el precio.
Hay dos maneras de afrontar el pecado. Podemos pagarlo por nuestra cuenta (paga del pecado: muerte), o podemos hacer que Alguien lo pague (“siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”[Rom. 5:8]). De cualquier modo, alguien tiene que morir para pagar nuestro pecado. La pregunta es: ¿Quién paga por ti?
Parados frente a las encrucijadas de la vida y la muerte, Adán y Eva se escondieron detrás de los arbustos. Fue decisión suya. Enfrenta al que conoce tu vergüenza; o escóndete de Dios y resuelve solucionar el problema del pecado por tu cuenta... de algún modo, de alguna forma. ¿Qué sucede cuando salimos de detrás de los arbustos en busca de ayuda?
Elevamos una oración honesta, por tanto tiempo esperada, y nos desahogamos en detalle.
Pasamos al altar del llamado.
Pedimos a un amigo de confianza que nos ayude a encontrar auxilio para nuestra adicción secreta.
Pedimos a una persona que odiamos que nos perdone.
Invitamos a un fiel creyente a orar con nosotros.
Le confesamos a nuestro cónyuge, hijo o padre que nos equivocamos.Admitir nuestro pecado es exponerse; un punto sin retorno.Un alumno vino a mi oficina y comenzó a hablar de trivialidades hasta que se abrió completamente:–Estoy luchando con la pornografía.Uno no puede volver atrás y redefinirlo, ni decir: “Estaba bromeando”. No se puede explicar, de todos modos. No puede ser mala interpretación ni falta de comunicación. Sencillamente es demasiado honesto para racionalizarlo. Pero pregúntenle a alguien que rompa el silencio del pecado, con Dios o con los demás, ¡y les dirá que es liberador confesar la verdad!¿Cómo es cuando tratamos de esconder y solucionar un problema por nuestra cuenta?
Trabajamos incesantemente: parecemos y actuamos como ocupados.
Nos centramos en los fracasos de los que nos rodean.
Nos distraemos con una vida social.
Conversamos con los demás solo sobre cosas insignificantes y por cortos períodos de tiempo.
Nos sumergimos en largos períodos de evasión (películas, deportes, novelas, Internet).
Nos dedicamos a ejercicios temporales que nos hacen sentir bien, como el sexo o las compras.
Nos rodeamos de personas que no hablan ni se preocupan de cuán perdidos y vacíos estamos.
Nos unimos a personas que nunca nos desafiarán a conectarnos verdaderamente.¿Adán y Eva realmente se estaban escondiendo de Dios? Dios ¿no sabía dónde estaban? ¿De algún modo el pecado interrumpió el “dispositivo de posicionamiento global” en la mente de Dios? Dios sabía dónde estaban. Adán y Eva sentían temor porque comenzaron a caer en la cuenta de las implicancias de su desobediencia. Las palabras del Creador resonaban en su mente: “De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Gén. 2:16, 17). Dios sabía que sus hijos estaban solos y perdidos; eternamente. Su pecado los separó de la vida más allá de su comprensión relativamente inocente. La razón por la que Dios los llamó en el jardín preguntando “¿Dónde estás tú?” (Gén. 3:9) es que la pregunta es monumental; una cuestión de vida o muerte. La respuesta bien puede ser: “Estoy aquí, escondido, lleno de vergüenza y temor, y necesito ayuda”; o: “Estoy bien. No te preocupes por mí; todo saldrá bien sin ayuda”.A veces me he puesto a pensar que ser ciego sería espantoso. Pero imagínate que eres ciego y que piensas que puedes ver sin problemas. Al menos los ciegos usan un perro, un bastón o alguna clase de ayuda. Los ciegos que piensan que pueden ver son inaccesibles para que se los ayude. William Barclay afirma que los pecados que Dios desprecia más son los que nos ponen fuera de su alcance para salvarnos: la hipocresía, la autosuficiencia y la justificación propia.1 Lo que a Dios le enferma el estómago sobre Laodicea se convierte en una acusación sorprendente para todos los que son ciegos pero piensan que ven perfectamente: “Tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo” (Apoc. 3:17). La salvación puede venir cuando nos damos cuenta de que necesitamos un Salvador. Sin embargo, qué difícil es salvarse cuando no vemos la necesidad de ayuda.Cuando Adán y Eva salieron de detrás de los arbustos, Dios ya había comenzado la obra de redención. Por supuesto, estaban las preguntas: “¿Qué hicieron?” ; “¿Quién les dijo que estaban desnudos?”; “¿Comieron del árbol que les ordené que no comiesen?” Aunque Dios conocía las respuestas a todas estas preguntas, Adán y Eva necesitaban pronunciar las palabras que condenaban la obra del pecado para los siglos venideros.Justo delante de sus ojos y con sus propias manos, se realiza el sacrificio. Por primera vez en la historia del universo, la sangre de una criatura viviente cae al suelo, solo insinuando el verdadero costo del pecado. En ese momento Adán y Eva escogieron entre dos opciones. Podían pagar por su pecado o podían permitir que Alguien pagara por ellos. Tiempo después el Cordero, el que anhelaban en el Jardín, pendía de la cruz. Aunque ver sangre era común para la humanidad para ese entonces, los ángeles y algunos otros seres presenciaron el evento al que señalaba el sacrificio del Edén. Alguien tenía que pagar. Pablo dice:“Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida. Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos” (Rom. 5:18, 19).“Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron” (2 Cor. 5:14).¿Dónde estás tú? Dios llama a cada corazón que se esconde detrás de cualquier arbusto en el que encontremos refugio. ¿Resistirás el llamado que Dios te hace? ¿O saldrás de los arbustos y te aferrarás al Padre, que ya te ha abierto un mejor camino para afrontar tu pecado? Tal