Название | Tagherot |
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Автор произведения | Mateo Fernández Pacheco Martín |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418411670 |
Los lares se representaban como adolescentes, con un cuerno de la abundancia en una mano y cimbreándose sobre las puntas de los pies. El soldado, tras las guerras crueles, colgaba sus armas frente al altar; el que había estado preso, su cadena; y las mujeres recién casadas, al entrar al hogar de su marido, colocaban una moneda, un as, sobre los lares y otra en el cómpito o altar de las encrucijadas, donde los campesinos al terminar las faenas del año acudían a ofrecer los yugos rotos. Allí se erigían las capillas, las edículas, en las separaciones naturales de las tierras de labor a las que acudían los trabajadores, cerca de las fuentes públicas, en los límites.
Hemos olvidado los manes, los penates, los genios y los lémures. Los primeros eran almas de muertos, benévolas, clementes. Creaban el rocío matutino y tenían que ver con los manantiales. Se les ofrecía vino, miel, leche, flores. Sus fiestas eran la Rosaria y la Violaria, por la rosa y la violeta. Estas almas benefactoras se dan a aparecer el día 24 de Agosto, el 5 de Octubre y el 8 de Noviembre.
Los penates son los verdaderos dioses del hogar, los que surten la despensa, los poderes invisibles, y se representan como dos jóvenes sentados. «Llevarse los penates» significa cambiar de domicilio.
Con la persona nacen los genios para preservar su existencia. Es la fuerza divina que engendra, que da vigor, la conservadora de la estirpe. Los genios presiden las bodas, las uniones nupciales y la fecundidad. En la Antigüedad a la unión de los dos sexos se la llamó genialis, abundancia, alegría, felicidad. Los romanos juraban por su genio, indulgere genio, ceder a la tentación, sobre todo a la bebida. Su símbolo es la serpiente.
Hay otros fantasmas de los muertos menos indulgentes y más molestos, los lémures. Son sombras, duendes, casi espectros. Se aparecen los días 9, 11 y 13 de Mayo, días nefastos en los que no debe uno casarse. Por la noche el padre de familia sale descalzo y a medio vestir de la casa, se lava las manos en una fuente y castañeteando los dedos para llamar a los fantasmas, vuelve la cabeza y arroja habas negras, repitiendo nueve veces: «Por estas habas me rescato yo y los míos», o también, «Por medio de estas habas nos comunicamos yo y los míos». Hace sonar un vaso de bronce y conmina: «Manes de la familia, salid, sombras de mis antepasados, marchaos».
Hay otros espíritus malvados, las larvas, pero hoy no hablaremos de ellas.
Vamos a colocar el altar con un lar en el centro entre dos penates, tres muchachos coronados de flores que levantan en una mano el ritón, el cuerno para beber, y en la otra mano una copa o pátera. Ahora les ofrecemos vino, incienso, guirnaldas.
¡Salud!
En la oficina todo se va en gestiones, problemas, compromisos, resoluciones y ordenador; a las doce salgo un rato al jardín, bebo agua y voy a tocar el árbol majestuoso que siempre da sombra, no sé cómo se llama. Máximo me dice con su boca de dientes torcidos que es un flamboyán, y que en Mayo o en Junio ya veré qué flores rojas tan hermosas; es un hombre muy viejo, muy negro, muy delgado. Siempre me pone un dedo, solo uno, sobre el hombro, y se coloca a mi lado para mirar las ramas, así que formamos una pareja que mira en la misma dirección, pero sin estar enamorados. Vuelvo adentro y él se lleva la carretilla, el machete y el escobón al cobertizo, donde hay una bicicleta con una sola rueda. Patricia me mira y se ríe. Creo que tengo hambre; esta tarde haré cenas para dos o tres días. Me parece que los cubanos nunca salen fuera de sí mismos, yo sé lo que quiero decir, una parte de mí también es así, como algo bueno o algo malo.
He estado pintando mi casa, la dueña me dio permiso y me rebajará un poco la renta este mes, y como solo he encontrado pintura de color crema, la cocina comedor y el dormitorio están de ese color. El fin de semana me entretuve con el cubo y la brocha. Patricia me trajo dos cuadros en los que se transparentan hombres y mujeres desnudos muy elegantes, y los colgamos sobre el sofá y quitamos dos de paisajes con volcanes y canoas.
Creo que hasta Mudín tiene manchas de pintura, pero me ha quedado muy bien, la casa parece más grande y más acogedora. Riego las plantas del jardín constantemente, y ahora ya puedo ver el televisor sin niebla, tuve que comprar un aparato después de hacer una cola de más de una hora. Hay que tener paciencia, todo el mundo quería colarse, y hacía mucho calor. Patricia y otros amigos quieren ir de viaje a algunas playas lejanas del oeste, y estamos buscando algún lugar al que se pueda llegar el viernes por la tarde, a última hora.
El embajador de la casa de al lado hizo amistad con nosotros, quiero decir con Máximo y conmigo. Después de comer nos llevaba café recién hecho en un termo metálico. Es un hombre mayor, yo creo que tiene más de setenta años. Nos dijo que en la embajada había poco que hacer, y que lo poco lo hacía una secretaria, que en su país las cosas iban de mal en peor, que querían sustituirlo y puede que meterlo en la cárcel, que él era feliz a su manera; también nos dijo que había estado casado, pero ya casi no recordaba a su mujer, que sí, que creía que la había querido, pero ahora ya no quedaba nada, que se encontraba mucho mejor solo. Para este hombre que fuma unos habanos muy delgados, solo el arte y la belleza y también la sabiduría hacen que la vida valga la pena. Vive en la parte de atrás de la embajada y allí tiene una piscina y un huerto con árboles tropicales; en La Habana lleva cinco años y antes había estado en al menos siete países diferentes, en Costa Rica, en España. Máximo, que es aún más viejo, lo mira a veces como se mira a un hijo descarriado, sin soltar el escobón.
El embajador se dedica durante el día a leer y a escribir, a escuchar música y a resolver algunos asuntos importantes; a partir de las seis se sienta en un sillón de mimbre oscuro que tiene en el jardín umbrío y bebe ron y fuma mientras atardece y aumenta el ruido de los pájaros. Más tarde, Máximo, que tiene una pequeña vivienda dentro de la empresa, abre una puerta metálica interior que comunica las dos mansiones y se sienta a su lado y le cuenta sus aventuras en la Sierra Maestra y cómo fue que llegó a La Habana.
Todas vienen de la palabra latina somnus: en francés, sommeil, sonno en italiano, sleep en inglés, schlaf en alemán; los portugueses tienen saudade y somno, y sueño los españoles y los que hablan en castellano.
Parece ser que en el Mundo Antiguo también se dormía en horizontal, aunque con menos comodidad y no sabemos si con más paz; sobre una esterilla, sobre la paja o en el duro suelo, en el fondo de la barca cuando se navegaba y en la guerra en medio del campo, con la lanza a un lado, envueltos en algún manto y con una piedra apropiada como almohada.
El sueño es importante, sobre todo el que se tiene en el primer tercio de la noche: son los dioses los que nos están contando algo. Dicen que las liebres nunca duermen o lo hacen con un sueño tan ligero como un velo. En cambio, Adán durmió tan profundamente, tan inconscientemente que no se dio cuenta de que de una costilla suya surgía su deleite y su tormento. Dormir no es lo mismo que acostarse, sobre todo con alguien; en la Biblia figuraba la palabra sâkab, dormir, pero más bien es semejante a vâda, conocer, y yuâgar, acercar.
Un gran intérprete de sueños es José, el hijo de Jacob, que en la cárcel descifró los sueños del copero del faraón y de otro funcionario. Tuvieron que llamarlo porque el soberano soñaba con vacas gordas y con vacas flacas. Esto sucedió en el año 1700 antes de Cristo. José había sido vendido como esclavo por sus propios hermanos por veinte monedas de plata, así es la vida.
Las personas dormidas, generalmente, están indefensas. Para protegerse se creó el albergue, para hallar resguardo, amparo. No es una palabra de origen árabe, sino germana, herbergen, albergar, acoger. Los lusitanos se echaban a la siesta antes de guerrear con los romanos, y los indígenas americanos preferían mejor estar sentados que en pie y tumbados mejor que sentados.
También les diré cómo se acostaban y se acuestan, a lo largo de la historia, en algunos pueblos y en otros: se puede dormir acurrucado para evitar los ataques y escapar de la intemperie,