Название | Tagherot |
---|---|
Автор произведения | Mateo Fernández Pacheco Martín |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418411670 |
Un pintor francés, Gustave Moreau, que fuera maestro de Matisse, representó a dos unicornios complacidos junto a dos damas en un bosque frondoso. Una de ellas está de pie, con un vestido suntuoso, y pasa el brazo sobre el cuello del animal; la segunda doncella está reclinada sobre un lecho de flores, prácticamente desnuda, y otro animal y ella se miran con ternura a los ojos, al fondo se ve un lago en el que a muchos les gustaría bañarse.
Monoceros, el Unicornio, es también una constelación del hemisferio austral dibujada por Bartschius en 1624 en el globo celeste.
Capitulo 4
La verdad es que no tengo mucho que contar, tal vez sí; yo me llamo Violeta, tengo una hermana mayor que se llama Marisol. Mis padres no son unos padres convencionales, aunque tampoco demasiado excéntricos; casi siempre han hecho lo que han querido. Me gusta mucho hablar con ellos, discutir, hacer bromas. Claro que mi madre no quería que aceptara este trabajo de un año, ya veremos, en La Habana. Hemos estado separados otras veces, pero con menor distancia entre nosotros. Estudié Relaciones Internacionales, aunque lo que a mí me gusta es la historia y la literatura, nadie me obligó. He cumplido hace poco veintinueve años.
He tenido desde niña la sensación, y a mi hermana también le ocurre, de que mi familia era particular o diferente, tal vez a todo el mundo le pasa. Siempre nos hemos dedicado a discutir, eso que tan mal se ve en ocasiones, tomar parte, hacer bromas y burla sobre los demás y sobre nosotros mismos, puede que criticar. No me entiendan mal, también nosotros nos metemos en el ajo para que los demás pongan en duda lo que decimos y lo que hacemos; parece mentira la cantidad de opiniones y decisiones que tomamos a la ligera. Mi padre dice que la vida es tan corta que no da casi tiempo a escogerla, aunque hay personas que aparentemente toman decisiones muy meditadas.
Mi familia siempre ha tenido dos amigos íntimos, bromistas a tiempo completo: Pepe Madero y Emiliano. Son amigos de mi padre desde que hicieron la primera comunión y han reñido entre los tres muchas veces, pero como si nada. Pepe es gordo y Emiliano delgaducho, siempre los he visto en mi casa.
Madero tiene dos restaurantes en los que apenas aparece; contrató a un encargado, Justo, que es tan leal, tan honrado y tan buen administrador que Pepe confía ciegamente en él, le paga un buen sueldo, y los establecimientos siempre tienen ganancias. Lo que a él le gusta y le interesa es la política, el teatro, los libros y el fútbol. Vive con su mujer en una casa laberíntica, cerca de la Fuente del Berro, con un gran jardín y una piscina descuidada; no tienen hijos, y una parte del año la pasan de viaje, sobre todo por Portugal, que les gusta mucho.
Pepe es muy sentimental, le he visto llorando con mi madre en muchas ocasiones por cualquier tontería. También dice que el mundo ya se acabó, que no nos damos cuenta, que lo que ahora hay es una prolongación, un tiempo añadido, una prórroga, pero que esto ya no cuenta. Mi padre y Emiliano le llaman burgués, rentista y nombran el capitalismo feroz en su presencia mientras se ponen de puntillas con las manos en la espalda, no sé por qué. Pepe no hace ni caso.
Siempre nos ha ayudado mucho, en todos los sentidos. Él es quien recibe las quejas tanto de mi padre como de mi madre sobre su matrimonio, quien plantea la solución de los problemas prácticos, que en mi casa son transcendentales: siempre hay grifos que gotean, persianas que no bajan o sillas desencoladas. Él es quien desvía las conversaciones molestas y plantea otras graciosas, agradables. A mi hermana y a mí nos ha llevado siempre al teatro, al cine y a la ópera, a las marionetas, a los museos, a la sierra y al mar. En Agosto nos íbamos con su mujer Jacinta y con él a una finca de sus padres cerca de Santillana del Mar y allí no hacíamos otra cosa que jugar, desde las nueve de la mañana hasta las doce de la noche, por los campos y las vaquerías, por las montañas y los caminos, con otros chicos y chicas.
Pepe siempre estaba leyendo el periódico, gruesos libros de consulta, enciclopedias, mientras su mujer nos limpiaba las heridas de las rodillas o nos hacía mermeladas y bizcochos, siempre entre gritos y canciones. Después de comer se iba andando a Santillana, así lloviera o tronara, a tomar café cerca de la Colegiata; alguna vez lo he visto medio dormido en la terraza de la cafetería o fumándose un puro. El año pasado estuvo un poco delicado, con diabetes, ahora está mejor.
Madero y su mujer nos llevaron de vacaciones a Portugal un año que hizo mucho calor en Julio y mis padres estaban muy nerviosos, muy alterados. Fuimos a Coímbra y cruzamos el Mondego que tenía un color verde esmeralda, fuimos a Nazaré, a Peniche y a Figueira, fuimos a Aveiro en el Renault grande de Pepe. Todos los días comíamos sardinas asadas, pulpo, calamares, bacalao y caldereta de pescado. Las playas eran inmensas, inacabables, y allí soplaba un violento viento del Atlántico, como una corriente de espuma incansable, sobre las dunas. Nunca me he encontrado mejor, tal vez más salvaje, en el sentido de partícipe de la naturaleza, del universo; lo cierto es que quería estar continuamente desnuda, o casi; todas las noches caían estrellas en el oscuro cielo del oeste. Regresamos quemados, sedientos, ardientes, felices y, según Jacinta, sin dinero. Esto lo dijo entre risas. En realidad, ni mi hermana ni yo queríamos regresar.
Nadie me quería ni me tenía en cuenta, lo importante es lo que una siente, aunque no sea verdad. Mi padre me miró dejando el periódico abierto sobre el sofá y me dijo que estaba creciendo mucho, creo que no se expresaba bien; mi madre contestó que yo, que Violeta, ya no era una niña, que era muy guapa su hija pequeña. Sin embargo, parecía decirlo con tristeza, con impaciencia. Esa tarde fuimos al Retiro y al regresar me sentí enferma y mareada y con fiebre; mi hermana entraba a cada rato en el dormitorio y se acercaba a la cama y me miraba sin decir nada, luego salía y dejaba la puerta entreabierta. Desde mi habitación oía conversaciones extrañas, incoherentes, enrevesadas, y Pepe Madero era uno de los que hablaba; la fiebre me subió y luego me dormí. Al día siguiente me levanté y estuve mirándome en el espejo del armario, muy cerca, con la boca pegada, mientras respiraba pausadamente. Era yo, Violeta, y también otra persona que salía de mí.
Hace más o menos 2500 años vivió en una colonia jónica de Asia Menor, Éfeso, un hombre llamado Heráclito. Se llamaba Jonia al Ática después de la invasión de los pueblos jonios, pero sobre todo a la región al otro lado del mar, en la actual Turquía, que abarcaba desde el río Hermus al norte hasta el Meandro al sur y sus islas adyacentes. La Liga Jónica estaba formada por doce ciudades: Focea, Clazomenas, Eritras, la isla de Quíos, Teos, Lebedas, Colofón, Éfeso, la isla de Samos, Priene, Míos y Mileto.
Se llama también jonia a una de las divisiones del pueblo griego, que pobló Eubea y la mayor parte de las islas del Egeo.
Aunque hay otros Heráclitos poetas e historiadores, el más conocido, o el menos, es el filósofo presocrático. Éfeso era el puerto natural de Sardes, la capital de Lidia. Los persas toleraban de una u otra manera la presencia de estos colonos, que eran sobre todo comerciantes. Desde el siglo xi antes de Cristo, vivían los griegos en esta región. El padre de Heráclito era rey, o más bien magistrado en la ciudad. Su hijo renunció a sucederle en este cargo a favor de su hermano. El filósofo, que luego fuera llamado el Oscuro, no sentía mucho aprecio por sus conciudadanos. Según él: «Los perros ladran a los que no conocen, el nombre del arco es vida, pero su obra es muerte, uno es todo, una armonía invisible es más intensa que otra visible».
Para Heráclito la vida es un juego que nunca termina, un niño que juega a los dados sin parar, o también, que mueve las piezas de un tablero. Es un incesante comienzo y término de las cosas, una relación entre vida y muerte.
No tenemos que entender todo, parece que Sócrates dijo que «lo que se entiende de su obra es excelente y lo que no se entiende creo que también lo será, pero necesita un buen intérprete».
Nada es, todo cambia, ser y no ser coinciden. Para el jonio lo único verdadero es el cambio, y los sentidos nos engañan. La naturaleza del mundo es el devenir, la noche y el día, la vigilia y el sueño. Sin dolor, no