Tagherot. Mateo Fernández Pacheco Martín

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Название Tagherot
Автор произведения Mateo Fernández Pacheco Martín
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788418411670



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en ocasiones te engañan. Compré lo que pude, pero aún veo difícil poder hacer comidas o cenas en casa, aunque una persona sola lo tiene más fácil. El sábado fui al agro, que es un mercado al aire libre lleno de gente; llovía y el suelo estaba algo embarrado. Casi todos los puestos tienen lo mismo: boniatos, malanga, yuca, limones, algunos tomates bastante feos. Poco a poco voy llenando el frigorífico. Ayer se fue la luz durante bastante rato, tengo que encontrar velas en algún sitio.

      Hasta ahora los cubanos no me han parecido muy simpáticos, me miran descaradamente con una mezcla de deseo y desprecio que no me gusta nada. A veces, me hablan en inglés o contestan con los dedos y las manos como si fuésemos sordomudos; cuando llego a casa me siento agotada, hay algunos mosquitos. Patricia dice que todo eso es normal, que no me preocupe, que ella me dará yogur y patatas y huevos, que hay mucha fruta, que el próximo sábado iremos a 19 y B y a comprar cerveza y ron a Tercera y 70, todo me suena a chino, no me oriento, las calles están llenas de latas y botellas y papeles sucios, pero los atardeceres son maravillosos; vuelvo a casa andando por el puente sobre el Almendares, y otras veces me lleva Patricia, o regreso en un almendrón. Un perro escuálido me espera en la puerta de casa, creo que me estoy acostumbrando.

      Mis padres me llaman cada cuatro o cinco días y me dijeron que Emiliano me enviaría unas historias por correo electrónico. Más adelante hablaré de Emiliano.

      Patricia me llevó al faro del Castillo del Morro, a la casa de Hemingway en San Francisco de Paula y a Matanzas por la carretera de la costa. Cuba es extraña, diferente, no sé bien qué pensar, todavía no soy más que una turista que ha empezado aquí a trabajar. Hago muchas gestiones, también hablo con mucha gente por teléfono, el trabajo me gusta; mi jefe, Álvaro, con el que hablé otros diez minutos, me dijo que estaba muy contento conmigo y que todo iba bien y luego se fue, y no sabemos nada de él desde hace cuatro días, debe estar de viaje.

      He tenido que matar algunos bichos en mi casa, algunas tardes me siento a leer en el parque mientras me mira la cabeza de piedra de Víctor Hugo, tengo que buscar una biblioteca o una librería. También fui al teatro con una compañera cubana, Taymí, pero no entendí gran cosa, todo eran gritos y carreras en un escenario sin decorados; la gente aplaudió mucho. Los cines son en La Habana grandes, con telones en los bordes de la pantalla que ya no se abren ni cierran, bastante mortecinos, con unas luces tristes y feas. He visto varias películas francesas y españolas, es casi gratis; cuando no me gustan, me salgo y doy un largo paseo mirando todo lo que me llama la atención. Me gustaría entrar en algunas casas.

      No siento tristeza ni tampoco soledad, estoy a gusto. Algunas tardes llueve muy suavemente, como en un otoño dulce en España, nunca hace frío. Ahora tengo un perro pequeño que me mira con cariño, tuve que acogerlo, nunca ladra, es un perro mudo. Desde hace tres días le llamo Mudín, no Mudito, y viene detrás de mí por las escaleras hasta la terraza, que le vuelve loco. Después se duerme bajo la luna y las estrellas.

      En la Antigüedad, creo que algunas personas disponían de mucho tiempo o, tal vez, era la necesidad la que hacía espabilar a los pueblos. Uno de los primeros lenguajes, si no el primero, es el jeroglífico, empleado por los egipcios desde aproximadamente la IV dinastía; esto no fue ayer por la mañana, sino hace cinco mil años. La I dinastía empieza en el año 5500 antes de Cristo, año más o menos, según Petrie. A partir de ahí se suceden treinta que se reparten en cincuenta siglos. El primer faraón, por tanto, o el jefe de aquel tiempo remoto, vivió hace siete mil años junto al Nilo.

      En los jeroglíficos egipcios cada signo no tiene un valor independiente, sino simbólico. Al interpretarlos de otra manera basados en textos de Amiano Marcelino (siglo iv), se llega a conclusiones disparatadas o monstruosas. A partir del siglo xvii surgen numerosos intérpretes que complican aún más la cuestión: Pierio Valerius, Miguel Mercati, Warburton, Zoega. Este último cifró los signos en 958 caracteres divididos en siete órdenes. En el fuerte de San Julián de Rosetta, en 1798, durante la ocupación francesa, un capitán de artillería, Bouchard, encuentra una piedra o una losa con inscripciones de arriba abajo de un mismo texto en alfabetos jeroglíficos, demóticos y griegos. Corresponde a lo que dijeron los sacerdotes de Tolomeo Epifanes en el 196 antes de Cristo. Es estudiada por Champollion, que da con la clave para su interpretación, y abierta esta puerta, otros egiptólogos avanzan en las escrituras hieráticas y demóticas.

      En 1866, Lepsius halla otra losa con un texto íntegro de un decreto escrito en tres lenguas, el llamado Decreto de Kanopos.

      Les daré una pequeña relación de sabios interpretadores de jeroglíficos: Barchardt, Budge, Deveria, Erman, Guiyesse, Lauth, Maspero, Revillont, Schiaparelli, Stern. Los signos están esculpidos en la piedra, grabados y también pintados. Para escribir usaban el cálamo, una pluma de ave o de metal. Si ustedes son muy curiosos pueden intentar descifrar la escritura etiópica, que lo está a medias, o la cursiva etiópica, que hasta ahora sigue sin entenderse. Pero también pueden leer el Libro de los Muertos, Totenbuch der eegypter nach dem hieroglyphischen papyrus in Turin, publicado por Lepsius en 1842. Está basado en el manuscrito que se encuentra en esta ciudad, con setenta y nueve tablas, y que en egipcio se llama Pert-em-hru. Puede traducirse por La salida del día, o más bien El Libro de irse alejando en el día o El Libro de irse alejando de día en día. Se conocen al menos tres versiones, la de Tebas, la de Saita y la Heliopolitana.

      Tal vez lo más interesante de los jeroglíficos egipcios sean los signos ideográficos; por ejemplo, un muro inclinado representaba la acción de caer; un instrumento musical, el placer y la alegría de vivir; el firmamento era un tablero y debajo de este, una estrella. En casi todos los jeroglíficos había pájaros, y según estos miraran, así se leía, normalmente de derecha a izquierda. Además de grabados y esculpidos, los escribas dibujaban en papiros con tinta. El papiro es una planta que puede alcanzar los ocho metros de altura. En Londres, en el Museo Británico, además de la piedra Rosetta, tienen un rollo de papiro de casi cuarenta y un metros, descubierto por un tal Harris y que trata sobre los triunfos de Ramsés III.

      Este papiro no se lo enseñan a casi nadie.

      En La Habana parece amanecer muy temprano y enseguida hay ruidos y gritos de niños que van a la escuela. También se oyen motos, carros petardeantes y carretillas. Los vecinos se llaman muy a menudo a voces. Aunque es pronto, ya hace calor. Desayuno en la cocina con Mudín mientras oigo las conversaciones de la calle, y luego salimos a dar una pequeña vuelta al parque, y regreso pronto, pues me voy enseguida a trabajar. Subo una cuadra y desde el borde de la acera hago la señal convenida hasta que alguno de los viejos carros de los años cincuenta se detiene y entonces pregunto al chófer si va en mi dirección. Dentro, aunque son las siete y media de la mañana ya la música es atronadora; cuatro personas muy serias, con cara de sueño, me dan los buenos días y nos vamos entre una nube de humo negro hacia Miramar.

      El jardinero y custodio, que se llama Máximo, me recibe cada mañana barriendo el trozo de acera que está delante del edificio con un escobón tan viejo como él. Todo está lleno de hojas de los árboles, de papeles, de latas y algunos cartones. Patricia suele llegar un poco más tarde, así que mientras hago un poco de limpieza sobre la gran mesa del despacho rompiendo, apartando, clasificando y colocando documentos. Las cubanas dicen que me oyen tararear. Luego me tomo otro café de una cafetera que tenemos en la pequeña cocina con Taymí, que le añade al menos tres cucharadas de azúcar a la taza. ¿Para qué nos vamos a engañar?, Taymí es muy negra, está muy gorda, ríe mucho, yo la encuentro muy graciosa, muy cómica como dicen aquí. Habla mucho por teléfono con su madre, con sus hermanas, con su marido, y siempre se trata de resolver. A mí me llama Violetita, la flor de España.

      Ahora ya no hay dioses en los hogares, o tal vez sí, pero existieron los llamados lares, espíritus, así como los Manes, los Penates, los Genios y los Lémures. Naturalmente, vivían en Italia entre los latinos, los sabinos y los etruscos, y no hace tanto tiempo. En un principio eran protectores de los campos de labor, de los cultivos de la campiña, custodes agri, y vigilaban los cruces de caminos, hasta que además se trasladaron y se integraron como guardianes y benefactores de las familias en sus hogares.

      El lar familiar custodiaba en depósito un tesoro oculto, hasta que llevado de su generosidad decidía revelar su existencia a quien lo merecía.

      Lar