Tagherot. Mateo Fernández Pacheco Martín

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Название Tagherot
Автор произведения Mateo Fernández Pacheco Martín
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788418411670



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un secreto, que conocían mis padres; ni ahora hemos podido mi hermana y yo, después de interrogarles de muchas formas y maneras, enterarnos de la cuestión. Pepe y Jacinta son una pareja alegre y bromista; alguna sombra oscurece en pocas ocasiones la expresión de ambos. Es necesario conocerlos de toda la vida para poder apreciarlo. Mi madre, en esas ocasiones, me mira desde el otro lado del salón o de la cocina y sabe lo que estoy pensando o notando y me advierte sin palabras. He dicho me mira, pero tal vez ni siquiera eso. En esos momentos se suele romper un vaso o derramar el vino, siempre después. Una vez, el tapón de la botella de cava que abría mi padre derribó uno de los números puestos sobre la tarta de chocolate de mi cumpleaños y, en vez de diecisiete, quedó un uno solo y triste.

      Mi hermana vio un domingo por la tarde a Pepe Madero hablando solo y tal vez llorando en la Rosaleda; él no la vio, desde luego. Según ella, parecía otra persona, un extraño. El domingo siguiente fueron todos a comer a nuestra casa, y Madero estuvo haciéndonos reír a todos con las imitaciones de sus vecinos y de su portera y con un viaje que hizo en autobús a Bilbao. Creo que es el hombre más gracioso que he conocido.

      El último libro del Nuevo Testamento es el Apocalipsis. Esta palabra en griego se puede traducir como «quitar el velo» o «revelar». Se escribió a finales del siglo i, seguramente entre los años 95 y 96, de esto tengo más dudas, cuando el malvado emperador romano Domiciano torturaba y asesinaba a los cristianos. Fue escrito por Juan en la isla de Patmos, donde estaba desterrado; este Juan puede o no ser el autor del cuarto Evangelio. Ciertas iglesias cristianas no lo incluyeron en el canon hasta el 950 de nuestra era.

      Para poder entender algo o mucho de los textos deberíamos conocer los símbolos, que pueden ser cifras, figuras de animales, colores, imágenes del cosmos, así como otros que vienen del Antiguo Testamento. No les voy a decir todos, pero sí algunos.

      Cuando se habla de «tres y medio», se está hablando de un tiempo delimitado, finito, terrenal.

      Cuando se habla del «cuatro», se representa el universo, los cuatro confines de la tierra y de los astros. Cuando se quiere expresar una masa infinita de personas, los elegidos, se cuentan 144 000.

      El color blanco significa pureza, dignidad, hay un caballo blanco.

      El color negro, miseria, hambre, desgracia, hay un caballo negro.

      El color rojo es violencia, guerra, sangre derramada; también hay un caballo bermejo.

      El color amarillo, verduzco, es granizo y fuego. Este caballo no me gusta nada.

      Hay otros colores que no suponen que haya ningún caballo, el color púrpura, el color escarlata: son los colores de la lujuria y el desenfreno.

      La mujer, el dragón, la ramera y la bestia son otros símbolos interpretados por los exégetas preteristas, los historicistas, los futuristas y los idealistas. En el Apocalipsis figuran los gobernantes corruptos y malévolos, crueles, representados como bestias, como escorpiones y también como señales funestas en el cielo y cursos de agua extraviados y caóticos. Sin embargo, los leones dormidos, los árboles frondosos son los símbolos del maltratado pueblo cristiano. El fin está cerca, y luego habrá cielos y tierra nueva para los buenos, en la Gloria, tras la segunda venida de Jesucristo; algunos dicen que Jesús ya volvió.

      Se cree que el autor del Libro es el hijo de Zedebeo, pero puede ser otro Juan, llamado el Anciano. Marción, hereje del siglo ii, negó que el Libro fuera de san Juan, así como la secta de los álogos. Era una impostura para Cirilo de Jerusalén, Gregorio de Nazianzo y para Teodoro de Mopsuesta.

      El Apocalipsis se escribió en cualquier caso en Patmos, una de las islas Espóradas, al sureste de Icaria, cerca de Samos, frente a la costa turca. Espóradas significa dispersas. La visión de la isla pudo impresionar a Juan. En una foto en blanco y negro vemos un islote volcánico, rocoso y desolado, árido, en mitad de la desesperación. Cerca, flotan en el Egeo: Kos, Kalymnos y Leros.

      Una mujer, Jezabel, viene a turbarnos. Según el Apocalipsis es la mujer de un rey de Israel, Acab, y lo incita a la inmoralidad, a la adoración de falsos dioses, de ídolos. Mientras, vive y hace vivir una vida de promiscuidad sexual. Un profeta, Elías, anuncia que manchará con su sangre la viña de Naboth (había persuadido a su esposo para que acabara con él y se quedara con la tierra). El caso es que tras una vida de fornicación, sacrificios a los ídolos y otros pecados, Jehú, un nuevo tirano, manda a los eunucos que la arrojen por una ventana del castillo o palacio, es arrastrada hasta la viña y allí es devorada por los perros. No sé dónde he leído que en tiempos de Juan «existía una influencia satánica considerable en Asia Menor».

      En el último libro de la Biblia aparecen ángeles que tocan las trompetas del fin, y caen sobre la tierra mortíferas plagas, dragones de siete cabezas y diez cuernos y diez diademas, la Gran Prostituta embriagada de la sangre de los mártires, Satanás, y también el Cordero y el Libro de los Siete Sellos. Intervienen los veinticuatro Ancianos, y se muestran entre truenos y relámpagos los cuatro seres vivientes llenos de ojos, el arco y la corona.

      Que Dios nos perdone.

      Estuve el resto de la semana paseando por toda La Habana, al menos por muchas partes. Una chica holandesa, Martha, me acompañó el primer día, pero resultó tener muchos prejuicios y mucho miedo a todo: al agua, a la comida, a hablar con cubanos o con cubanas, a subir en la lancha de Casablanca; tengo algunas debilidades, fumo, y estando en La Habana no puedo dejar de beber algún daiquiri o algún mojito. Esta chica de piel tan blanca, un poco torpe, no hacía ni quería hacer nada de esto y tampoco tenía mucha conversación, así que los siguientes días me fui sola y pude disfrutar de la ciudad.

      La Habana es una ciudad segura, eso dicen todos. Estuve en el Capitolio, en el Museo Napoleónico y en la universidad y un poco en todos los sitios hasta llegar al río Almendares. La semana que viene iré a trabajar a Miramar, por los túneles. Patricia me llamó dos veces desde el trabajo, dice que seré bienvenida. Me gusta Cuba.

      El trabajo me pareció bien, aún no puedo saber cómo será en el futuro. Es en una casa muy grande de dos plantas, azul, en la Quinta Avenida, dentro de un jardín muy bonito, junto a una embajada. Patricia es allí la que organiza, junto a dos secretarias y un administrativo, porque el jefe, que se llama Álvaro, no suele estar casi nunca. Estuve hablando con él diez minutos y luego se marchó enseguida.

      Tengo un despacho que da al jardín, en el que hay un árbol muy extraño. Lo que tengo que hacer es muy parecido a lo que hacía en Madrid, así que no creo que tenga problema; el ambiente es relajado, la oficina parece provisional, como ocurre con muchas cosas que veo en La Habana. Hay muchos cables, enchufes, aparatos casi en el suelo y muchos papeles en estanterías abarrotadas, pero según Patricia casi todo funciona. Puedes llevarte la comida o salir a un local cercano en el que hay poca variedad. Necesito encontrar un piso o una casa, esta tarde iré con mi amiga, la verdad es que parece muy competente.

      Me pregunto qué hago en Cuba, puede que estuviese mejor en mi casa. Hace un tiempo magnífico, fresco, me gusta ir a todos los sitios andando, todas las calles me parecen iguales y diferentes al mismo tiempo. Estuve dudando entre un piso segundo en una avenida principal, y una casa en la calle 19, en el Vedado. El piso era más caro, más moderno, mejor amueblado, pero lo noté un poco oscuro; me gustó más la casa, salvo la cocina. Al final me mudé a otra diferente, en 21, muy cerca del parque Víctor Hugo, que es muy bonito; tengo una terraza a la que se sube por una escalera de caracol, un jardín lleno de plantas con una fuente, una cocina comedor muy grande y un dormitorio pequeño que da al oeste; los techos son altísimos, el suelo es de baldosas de color verde, muy bonitas, la ducha es muy moderna y el agua sale con fuerza. Creo que aquí estaré bien. La dueña es una chica muy joven, negra, muy guapa, que me dice «mi querer», «mi amor», «mi tesoro» y «mi vida». Tengo una estantería baja y alargada llena de libros y dos mecedoras que brillan con el sol de la tarde. Mañana empezaré a comprar cosas para llenar el frigorífico. Patricia me invitó a cenar en un local muy barato, luego nos bebimos dos rones, y me estuvo contando algunas cosas de su vida. Al salir, vimos una luna grande, muy blanca, y una pequeña estrella a su lado.

      Es difícil comprar cosas en La Habana, no exagero: las tiendas están casi siempre medio cerradas, revueltas,