Las aventuras de Tom Sawyer. Mark Twain

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Название Las aventuras de Tom Sawyer
Автор произведения Mark Twain
Жанр Языкознание
Серия Clásicos
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9786074570298



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pero la niña no se dejó ver, y Tom se consoló pensando que quizá se habría acercado a alguna ventana y habría visto sus homenajes. Al fin se fue a su casa, de mala gana, con la cabeza llena de ilusiones.

      Durante la cena estaba tan inquieto y alborotado que su tía se preguntaba “qué es lo que le pasaría a ese chico”. Sufrió una buena reprimenda por el apedreamiento, pero no le importó ni un comino. Trató de robar azúcar, pero recibió un golpe en los nudillos.

      —Tía —dijo—, a Sid no le pegas cuando la agarra.

      —No, pero no la atormenta a una como me atormentas tú. No quitarías mano al azúcar si no te estuviera mirando.

      Después se metió la tía a la cocina, y Sid, glorioso de su inmunidad, alargó la mano hacia el azucarero, lo cual era alarde afrentoso para Tom, a duras penas soportable. Pero a Sid se le escurrieron los dedos y el azucarero cayó y se hizo pedazos. Tom se quedó en suspenso, en un rapto de alegría, tan enajenado que pudo contener la lengua y guardar silencio. Pensaba que no diría palabra, ni siquiera cuando entrara su tía, sino que seguiría sentado y quieto hasta que ella preguntara quién había hecho el estropicio; entonces se lo diría, y no habría cosa más gustosa en el mundo que ver al “modelo” atrapado. Tan entusiasmado estaba que apenas se pudo contener cuando volvió la anciana y se detuvo ante las ruinas lanzando relámpagos de cólera por encima de los lentes. “¡Ahora se arma!” —pensó Tom. Y en el mismo instante estaba despatarrado en el suelo. La recia mano vengativa estaba levantada en el aire para repetir el golpe, cuando Tom gritó:

      —¡Quieta! ¿Por qué me pega? ¡Sid es el que lo ha roto!

      Tía Polly se detuvo perpleja, y Tom esperaba una reparadora compasión. Pero cuando ella recobró la palabra, se limitó a decir:

      —¡Vaya! No te habrá venido de más una tunda. De seguro habrás estado hacienda alguna otra trastada mientras yo no estaba aquí.

      Después le remordió la conciencia y ansiaba decir algo tierno y cariñoso, pero pensó que esto se interpretaría como una confesión de haber obrado mal y la disciplina no se lo permitió; prosiguió, pues, sus quehaceres con un peso sobre el corazón. Tom, sombrío y enfurruñado, se agazapó en un rincón y exageró, agravándolas, sus penas. Bien sabía que su tía estaba, en espíritu, de rodillas ante él, y eso le proporcionaba una triste alegría. No quería arriar la bandera ni darse por enterado de las señales del enemigo. Bien sabía que una mirada ansiosa se posaba sobre él de cuando en cuando, a través de lágrimas contenidas, pero se negaba a reconocerlo. Se imaginaba a sí mismo postrado y moribundo y a su tía inclinada sobre él, mendigando una palabra de perdón, pero volvía la cara a la pared y moría sin que la palabra llegara a salir de sus labios. ¿Qué pensaría entonces su tía? Y se figuraba traído a casa desde el río, ahogado, con los rizos empapados, las manos flácidas y su mísero corazón en reposo. ¡Cómo se arrojaría sobre él, y lloraría a mares, y pediría a Dios que le devolviera a su chico, jurando que nunca volvería a tratarlo mal! Pero él permanecería pálido y frío, sin dar señal de vida... ¡pobre mártir cuyas penas habían ya acabado para siempre! De tal manera excitaba su enternecimiento con lo patético de esos ensueños, que tenía que estar tragando saliva, a punto de atosigarse; y sus ojos enturbiados nadaban en agua, la cual se derramaba al parpadear y se deslizaba y caía a gotas por la punta de la nariz.Y tal voluptuosidad experimentaba al mirar y acariciar así sus penas, que no podía tolerar la intromisión de cualquier alegría terrena o de cualquier inoportuno deleite; era cosa tan sagrada que no admitía contactos profanos, y por eso, cuando su prima Mary entró dando saltos de contenta, encantada de verse otra vez en casa después de una eterna ausencia de una semana en el campo, Tom se levantó y, sumido en brumas y tinieblas, salió por una puerta cuando ella entró por la otra trayendo consigo la luz y la alegría. Vagabundeó lejos de los sitios frecuentados por los rapaces y buscó parajes desolados, en armonía con su espíritu. Una larga almadía de troncos, en la orilla del río, lo atrajo; y sentándose en el borde, sobre el agua, contempló la vasta y desolada extensión de la corriente. Hubiera deseado morir ahogado, pero de pronto, y sin darse cuenta, y sin tener que pasar por el desagradable y rutinario programa ideado para estos casos por la naturaleza, se acordó de su flor. La sacó, estrujada y lacia, y su vista acrecentó en alto grado su melancólica felicidad. Se preguntó si ella se compadecería si lo supiera. ¿Lloraría? ¿Querría poder echarle los brazos al cuello y consolarlo? ¿O le volvería fríamente la espalda, como todo el resto de la humanidad? Esta visión le causó tales agonías de delicioso sufrimiento que la reprodujo una y otra vez en su imaginación y la volvía a imaginar con nuevos y variados aspectos, hasta dejarla gastada y pelada por el uso. Al fin se levantó dando un suspiro, y partió entre las sombras. Serían las nueve y media o las diez cuando vino a dar a la calle ya desierta, donde vivía la amada desconocida. Se detuvo un momento, ningún ruido llegó a sus oídos; una vela proyectaba un mortecino resplandor sobre la cortina de una ventana del piso alto. ¿Estaba ella allí? Trepó por la valla, marchó con cauteloso paso, por entre las plantas, hasta llegar bajo la ventana; miró hacia arriba largo rato, emocionado. Después se echó en el suelo, tendiéndose de espaldas, con las manos cruzadas sobre el pecho y en ellas la pobre flor marchita.Y así quisiera morir... abandonado de todos, sin cobijo sobre su cabeza, sin una mano querida que enjugara el sudor de su frente, sin una cara amiga que se inclinara sobre él, compasiva, en el trance final. Y así lo vería ella cuando se asomara a mirar la alegría de la mañana..., y, ¡ay!, ¿dejaría caer una lágrima sobre el pobre cuerpo inmóvil, lanzaría un suspiro al ver una vida juvenil tan intempestivamente tronchada?

      La ventana se abrió, la voz áspera de una criada profanó el augusto silencio y un diluvio de agua dejó empapados los restos del mártir tendido en tierra.

      El héroe, medio ahogado, se irguió de un salto, resoplando; se oyó el zumbido de una piedra en el aire, entremezclado con el murmullo de una imprecación; después, como un estrépito de cristales rotos, una diminuta forma fugitiva saltó por encima de la valla y se alejó, disparada, en las tinieblas. Poco después, cuando Tom, desnudo para acostarse examinaba sus ropas remojadas, a la luz de un cabo de vela, Sid se despertó, pero si es que tuvo alguna idea de hacer “alusiones personales”, lo pensó mejor y se quedó callado... pues en los ojos de Tom había un brillo amenazador. Tom se metió en la cama sin añadir a sus enojos el de rezar, y Sid apuntó en su memoria esta omisión.

      IV

      El sol se levantó sobre un mundo tranquilo y lanzó sus esplendores, como una bendición, sobre el pueblecito apacible. Acabado el desayuno, tía Polly reunió a la familia para las prácticas religiosas, las cuales empezaron por una plegaria construida, desde el cimiento hasta arriba, con sólidas hiladas de citas bíblicas, trabadas con un débil mortero de originalidad; y desde su cúspide, como desde un Sinaí, recitó un adusto capítulo de la ley mosaica.

      Tom se apretó los calzones, por así decirlo, y se puso a trabajar para “aprenderse sus versículos”. Sid se los sabía ya desde días antes. Tom concentró todas sus energías para grabar en su memoria cinco nada más, y escogió un trozo del Sermón de la Montaña porque no pudo encontrar otros versículos que fueran mas cortos.

      Al cabo de media hora tenía una idea vaga y general de la lección, pero nada más, porque su mente estaba revoloteando por todas las esferas del pensamiento humano y sus manos ocupadas en absorbentes y recreativas tareas. Mary le recogió el libro para tomarle la lección, y él trató de hacer camino entre la niebla.

      —Bienaventurados los... los...

      —Pobres...

      —Sí, pobres; bienaventurados los pobres de... de... —Espíritu...

      —De espíritu; bienaventurados los pobres de espíritu, porque ellos... ellos... —De ellos...

      —Porque de ellos... Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos..., será el reino de los cielos. Bienaventurados los que lloran, porque ellos... porque ellos...