Название | Moviendo los marcos del patriarcado |
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Автор произведения | Marilar Aleixandre |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788412335422 |
La conciencia de las desventajas de una educación tan desigual conduce a Emilia a trazar para sí misma una estrategia planificada de aprendizaje, apartando temporalmente a mediados de los años 70 las lecturas de ficción a las que se había entregado ávidamente hasta entonces y volcándose en el estudio sistemático. Es significativo que, junto a su admiración por Zola, otra gran figura de referencia para Emilia Pardo Bazán sea Fray Benito Jerónimo Feijoo, un autor ilustrado que había centrado sus energías intelectuales en el ensayo, en la divulgación de los saberes. Sin duda el texto de Feijoo «Defensa de las mujeres» (1726) es uno de los motivos de esta adhesión, y probablemente también su relación con el conocimiento, con el movimiento que atribuyó a la expansión del saber toda la fuerza de la utopía. Sin embargo la Ilustración no fue capaz —a pesar de la lúcida defensa de Feijoo— de hacerlo extensivo a la mitad de la población, sino que mantuvo a la mujer, como afirma la autora con mordaz ironía, en «saludable ignorancia».27 La ignorancia es, en su expresiva metáfora, «una campana de cristal que aísla a la mujer del mundo exterior». Notemos que ochenta años después, en 1963, la poeta Sylvia Plath titularía La campana de cristal su única novela, de carácter autobiográfico. Si en la novela de Plath la campana de cristal es una metáfora de la depresión, su tema central, desencadenante del proceso depresivo, es la búsqueda de la identidad, la frustración de la protagonista ante los roles socialmente aceptables para las mujeres en los primeros años 50, la expectativa de que ser madre era todo a lo que podían aspirar.
De una forma semejante a la que más tarde emprendería Emilia, Mary Shelley planificó desde la adolescencia sus lecturas, incluyendo los clásicos, Esquilo, Eurípides, Cervantes, Chaucer, Defoe, Goethe, entre otros, y el aprendizaje del latín o el francés, como documentan sus diarios. Así, en julio de 1816, en Ginebra, cuando empezaba a escribir Frankenstein, anota en su diario: «Domingo, 28 de julio. Leo las novelas de Voltaire. Shelley lee a Lucrecio (...) Hoy es el segundo aniversario de la unión entre Shelley y yo». Y al día siguiente: «Lunes, 29 de julio. Escribo; leo a Voltaire y a Quintus Curtius (autor de las Historias de Alejandro Magno). Día lluvioso, con truenos y relámpagos. Shelley acaba Lucrecio y lee las cartas de Plinio».28 En cuanto a Emilia, en una carta a su amiga Carmen Miranda desde París del 26 de enero de 1885, en la que se manifiesta explícitamente la tensión entre el tiempo para sí misma, escribir su novela, leer sus «librotes», y el tiempo hurtado a sus hijos (Aleixandre, 2021)29 dice:
A la verdad, mi vida tiene poco que contar, pues es la de un estudiante aplicado y no más. Yo me levanto, almuerzo y voy disparada a la Biblioteca [Nacional], de donde salgo a las 4, quedándome solo el tiempo preciso para dar un paseíto por el boulevard (...) a las seis como y de noche apenas salgo, pues necesito despachar el correo y hacer una novela que tengo vendida a la editorial de Arte y Letras. (...) no he querido ver aún á la Rattazzi porque me quitaría tiempo para mis librotes, y a la verdad, ya que hice el sacrificio no pequeño de dejar a los chiquillos, quiero aprovechar el tiempo.30
Si en las afinidades políticas Emilia Pardo Bazán puede ser considerada conservadora, no así en lo relativo a la educación, que concibe desde la ruptura con la tradición y como motor de cambio social, al afirmar que la educación debe tender a quebrar la cadena de la rutina, haciendo a los hijos mejores de lo que fueron sus padres. La reivindicación que articula en la Memoria al Congreso Pedagógico de 1892, centrada en el análisis de la educación recibida por el hombre y la mujer, sus diferencias, es inequívoca: una educación idéntica para ambos sexos. Emilia no adopta una postura moderada que aspirase a pequeñas mejoras, no lo pide como un favor que pudiera otorgarse con condescendencia sino como un derecho, desde la firmeza de quien cree en la justicia de lo que exige. La defensa de una educación idéntica resulta por sí revolucionaria, pero Emilia da un paso más al defender la coeducación como vía para ahondar en el conocimiento mutuo y diluir las diferencias entre los sexos.
El personaje literario de la autora que mejor encarna este ideal formativo es sin duda Feíta, en dos novelas publicadas en los 90, momento en que su pensamiento ha desarrollado una notable madurez. En Doña Milagros (1894) y Memorias de un solterón (1896) Feíta reclama el derecho a formarse y ejercer un trabajo, emergiendo estudio y trabajo como alternativa al modo de subsistencia que constituye el matrimonio, como la vía para alcanzar autonomía y libertad. Feíta se opone a la concepción paterna según la cual «coser, bordar, rezar y barrer basta a una señorita»31 y afirma enérgicamente que quiere «estudiar, aprender, saber y valerse el día de mañana sin necesidad de nadie».32 Emilia proyecta en este personaje una idea en la que cree firmemente: que cada persona, hombre o mujer, debe trazar una vida acorde con sus inclinaciones y capacidades, sin sucumbir a la presión de los patrones sociales sobre lo deseable para uno u otro sexo. Este es el principio que pone en práctica Feíta con sus hermanas y su hermano tras la muerte del padre con un éxito en la trama narrativa que funciona como prueba de su validez.
El anhelo de saber y la escritura de la Nueva Mujer
Emilia Pardo Bazán vuelve de forma recurrente sobre la instrucción de la mujer concebida como adorno, como ornato social que se procuraba en la clase burguesa, como cultivo, no de conocimientos, sino de sentimientos. Al mismo tiempo la formación sólida y el conocimiento eran percibidos como peligros. Los testimonios escritos de inspectores gallegos de enseñanza primaria a finales del xix citados por Narciso de Gabriel33 son explícitos, había padres que prohibían expresamente a los maestros que enseñasen a las niñas a escribir, alegando que era perjudicial para ellas. De Gabriel interpreta que la escritura, al proporcionar autonomía, se percibía como una amenaza a la dependencia y la sumisión. La represión sexual de la mujer, según Emilia, lastra su educación, diseñada desde presupuestos preventivos y opresivos. Rigen principios asimétricos al considerarse la educación del hombre desde postulados optimistas para los que supone un perfeccionamiento, mientras que la femenina es considerada como «deshonra y casi monstruosidad».34 De ahí, según concluye Guadalupe Gómez-Ferrer, en su introducción a La mujer española y otros escritos, que Feíta sea puesta a salvo de toda sombra de duda sobre su conducta moral, así como de los defectos atribuidos a las mujeres que desafiaban el orden convencional en la época.
Por el contrario, Pardo Bazán alega que esta inferior educación es un impedimento para las relaciones igualitarias entre hombres y mujeres. Así, ridiculiza a las señoritas de Barrientos, en las que la insuficiencia intelectual es vista, desde la óptica masculina de Mauro, como falta de cualidades para una compañera adecuada: «Lo que realmente daba (…) era pavor, de imaginar que se preparaban con tal régimen futuras esposas y madres de familia; de pensar que aquellas muñecas rellenas de serrín, y con la cabeza hueca, serían, andando el tiempo, base de un hogar, compañera de un hombre inteligente».35
Esta preocupación por la educación de las mujeres es compartida por un conjunto de escritoras del siglo xix. El anhelo de aprender y saber es un tema clave, recurrente en la escritura de la Nueva Mujer. Este término, acuñado por Sarah Grand, fue popularizado por Henry James y la «cuestión de la nueva mujer» es una dimensión relevante de la literatura en la segunda mitad del siglo xix. Gail Finney, en un libro sobre el teatro a finales del siglo xix, la describe así:
[La] Nueva Mujer procura la autorrealización y la independencia, a menudo optando por el trabajo como forma de sustento. Suele esforzarse por la igualdad en sus relaciones con los hombres, intentando eliminar la doble vara de medir que moldeaba las costumbres sexuales de la época siendo, en general, más directa sobre su sexualidad que la antigua mujer. Desalentada por las actitudes masculinas o por la dificultad para combinar matrimonio y carrera, a menudo decide permanecer soltera; simultáneamente, otorga un valor creciente a las relaciones con otras mujeres (Este nuevo énfasis literario en la solidaridad femenina va en paralelo al crecimiento en la vida real del asociacionismo femenino). Más aún, la Nueva Mujer tiende a poseer una buena educación y a leer mucho. Aunque no necesariamente sufragista, es probable que esté más interesada en la política