El arte de mentir. Eucario Ruvalcaba

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Название El arte de mentir
Автор произведения Eucario Ruvalcaba
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9786078764259



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cosmopolita no muere en casa; muere en el ámbito del universo, y a todo el universo le afecta.

      Si los líderes en el mundo abrevaran del cosmopolitismo, las guerras no abundarían. Las relaciones entre los países serían más amigables, y no se verían en las reacciones de los extranjeros señales de violencia o desafío.

      Pero el cosmopolita no está cerrado a descubrir en su entorno valores universales. Ve la belleza donde otros sólo ven trivialidad, perfección donde otros sólo distinguen bastedad. Más aún, el cosmopolita defiende las virtudes de su país ante el descrédito, o, peor, la indiferencia.

      “No soy alemán ni húngaro, como tampoco soy francés ni italiano. Con igual derecho podría afirmar que soy inglés. Mi patria es el mundo, y la encuentro en todas partes”, dijo alguna vez Franz Liszt ante el asedio de una mujer.

      EL OFICIO DE LA INVISIBILIDAD

      Para Christophe Lucquin

      1. Lo bello permanece invisible a los ojos del profano. Como las sinfonías de los pájaros a los oídos del sordo.

      2. Dios es invisible. O preguntémonos, ¿a quién le rezamos cuando levantamos los brazos al cielo?, ¿habrá quien piense que a nadie?

      3. Nada mejor que pasar inadvertido, que ser invisible. En la medida que no existimos para la humanidad, la humanidad nos deja en paz.

      4. La invisibilidad es la capacidad de estar sin estar. De no figurar. Y no es precisamente la modestia llevada hasta sus últimos extremos. Es el hartazgo de esa bestia llamada hombre. Que obliga a ceñirse la corona del aislamiento.

      5. La música es invisible. Si la ves tras una cortina de agua, sólo distinguirás alas de ángeles.

      6. La invisibilidad nos permite disfrutar de las cosas sin el alto precio de figurar en escena. Acaso para las mujeres resulte aún más difícil. Por su avidez de figurar en los primeros planos del mundo. Que pasen inadvertidas es doblemente complicado. Porque su vanidad las obliga a estar ahí en donde transcurre la acción. Y no es que los varones no sean harto vanidosos, sino que la mujer necesita retroalimentarse de eso que ella misma da a torrentes. No puede pasar un día sin que la mujer se sienta impelida a exhibirse. Aun en el larguísimo trecho de la cama al baño. O a la inversa.

      7. Los ojos, o, más que eso, la mirada, es básica para el éxito de la invisibilidad. Porque los ojos son como aquel corazón delator de Poe. Que se manifiesta su presencia a costa de lo que sea. De tal manera que los ojos atraen las miradas, y delatan. Allí está, se dirá alguien señalando al aludido. De ahí que sea prudente domesticar la mirada. Domeñar los ojos. No permitir que se salgan de sus cuencas.

      8. La invisibilidad es la única cómplice de la Iglesia. Tal vez porque Jesucristo sólo se revela a los ojos del corazón. Tal vez porque el Nazareno fue invisible, y sólo lo distinguieron los impíos para su salvación eterna. Tal vez porque el Redentor no existió, salvo en su invisibilidad –que éste habría sido el argumento indiscutible del Diablo, en su demostración de la no existencia divina.

      9. ¿Quién dice que el agua no es invisible? El sediento vulgar descubre el manantial en la fuente. El sediento hiperestésico descubre el manantial donde el resto sólo ve piedras áridas.

      10. Ser invisible consiste en estar sin estar.

      11. La máxima aspiración de la invisibilidad es trocarse en aquello que está a la vista de todos y que nadie requiere: una cosa cualquiera. Digamos como un discreto florero. Entre ese hombre invisible y el florero no habría diferencia alguna. Nadie le va a pedir su opinión. Nadie se dará cuenta del color de su corbata. Nadie se empecinará en sentarse junto a él para salir beneficiado.

      12. La mujer invisible es más imprevisible que el hombre invisible. La mujer invisible no deja huella por donde pasa; el hombre, deja un hijo.

      13. A los visibles se les juzga por todos los ámbitos. Son escarnio aun en el caso de que sean buenas personas. Porque abren la boca más de la cuenta. Porque no se comportan como se esperaría de ellos. Porque no son capaces de tragarse su opinión. Porque ese carácter de visibilidad los convierte más en un estorbo que en un acicate.

      14. Si la Sagrada Familia hubiera sido invisible, no seríamos creyentes. Ni sufriríamos tanto.

      15. Nada hay oculto para la invisibilidad, excepto un desafío ante el espejo.

      16. Los perros muertos que nos visitan en el tramo de la noche son invisibles; no así sus ladridos, sus aullidos, sus garras, su olor. O ni su pelambre a las manos del amo.

      17. El practicante de la invisibilidad aprenderá a dejar su amor propio en el perchero de la entrada. Sobrevivir sin semejante recurso lleva más tiempo de lo imaginado. A veces más de lo soportable.

      18. Cuando invocamos un ente invisible y se aparece, surge el milagro –o la intemporalidad, que aún es más peligrosa.

      19. Cuando un hombre ha sido generoso, está rodeado de amigos invisibles. Los muertos, en primer término. De ellos, sólo se escucha el rumor de las viudas.

      20. Las palabras son invisibles hasta que aparecen en el papel.

      21. La mediocridad, como la genialidad, es invisible; y sólo se manifiesta cuando se la acorrala.

      EL DEMONIO DEL MEDIODÍA

      Para Daniel Escalante

      Se dice que los tristes son melancólicos, pero no siempre que los melancólicos son tristes.

      La melancolía –alguna vez llamada demonio del mediodía, alguna vez llamada bilis negra– pesa como un costal de piedras que habría de llevarse de un lugar a otro a cuestas. Pero no desde que se nace.

      Pobre del niño que se torna melancólico. Como una bruja de los cuentos de Perrault, la melancolía infestará sus mejores días, que son los de la fantasía y el arrobo por lo sobrenatural, o de plano por lo cotidiano vuelto sobrenatural. Sin embargo, la melancolía es una palabra fuerte, y nadie en su juicio diría de un niño taciturno: es un niño melancólico; mejor: es un niño triste, eso cuadra con todo.

      En determinados seres, la melancolía va manifestándose al paso de los años. Conforme aquel hombre escudriña en sí mismo, o se percata de la indiferencia de la humanidad para con él. En esta transición hacia la melancolía, ese individuo hace de las cosas que lo rodean un amasijo de nervios. De nervios devastadores que lo aguijonean. Que lo van hundiendo en un pozo sin fondo, sin rescate posible.

      No se llega a la melancolía de la noche a la mañana. Porque ser melancólico no es una meta. Salvo en el romanticismo, precisamente ser melancólico era signo inequívoco de genialidad mórbida –al punto de que también había quien actuaba como melancólico sin serlo, con tal de ser aceptado en círculos en los que reírse a carcajadas era visto como una profanación–, de que se estaba en el camino correcto hacia la inmortalidad apesadumbrada.

      Para un santo, la melancolía declaraba un estado entre el dolor y la introspección, en el que se caía sin remedio –y mejor aún, si iba acompañado de un ayuno prolongado–, entre un desconsuelo y un dejarse arrastrar, como una mota de polvo. Aunque bien podría ubicarse a ese hombre más cerca del padecimiento mental que de la santidad.

      La melancolía acerca entre sí a las almas desvalidas. Un hombre y una mujer asaz melancólicos, se miran, se escudriñan, atisban sus interiores más devastados sin dirigirse la palabra. Apenas han cruzado un par de miradas y con eso les basta. Saben que en ese ser que tienen enfrente –cuando van en el metro, no es difícil imaginarlos–, o a un lado –digamos en el centro de trabajo, digamos en el centro escolar–, es alguien en el cual se ven reflejados. Y que por eso mismo no podrán intercambiar palabras, por mejores que sean las intenciones.

      Cantidad de gente se escuda en la melancolía para urdir y ejecutar planes aviesos. Proyectos que persiguen un fin del cual podrán obtener beneficios personales. Piénsese si no en el individuo que, bajo el manto de la melancolía, que lo hace ver desamparado a los ojos de los demás, despierta la compasión