Название | El arte de mentir |
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Автор произведения | Eucario Ruvalcaba |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9786078764259 |
3. Sé sutilmente franco. Pero no bajes la guardia. Se puede ejercer ese doble filo: externar tu opinión con franqueza pero no de un modo brutal. La violencia innecesaria se castiga, aun en el futbol llanero.
4. Reprueba la crítica acerba. Porque el escritor bisoño que asiste a un taller lo hace con el ánimo de aprender, no de que lo apaleen. Poner los puntos sobre las íes en cuanto al modo de blandir la crítica le corresponde al coordinador. Cuando la crítica es demoledora el criticado no escucha. Se pasma. En el fondo es una crítica obscena.
5. Prohíbe los aplausos –no es un recital, es un taller de creación literaria. Si algo hay perfectamente kitsch en un taller es el aplauso. En primer término porque no hay texto que se lo merezca, y, en segundo, porque el aplauso es la hipérbole, el elogio desmesurado.
6. Haz de la incomplacencia tu chaleco antibalas. Descubre el error aun en el texto perfecto –porque no hay texto perfecto. Desde la primera palabra del texto que tengas ante tus ojos, destaca el error.
7. Empéñate en encontrar precedentes en los textos de los participantes. Uno de los cometidos de un taller literario –quizás el principal– es bajarle el volumen a la soberbia. De ahí la recomendación de que se deje la camisa de fuerza del amor propio en la entrada. Para nadie es novedad que el escritor se pasea en los hombros de la fatuidad. Señalar los precedentes literarios de cualquier texto contribuirá a que aquel vacuo pierda el equilibrio y caiga estrepitosamente.
8. Dispón lecturas neutras en voz alta –es taller de creación literaria, no de actuación. Las lecturas dramatizadas no son bienvenidas en un taller de esta naturaleza. Porque el que escucha se deja contaminar por el modo de leer del autor, y confunde una cosa con otra.
9. Sé puntual –es el único ejemplo que puedes dar.
10. Calla, si hay que callar; escucha, si hay que escuchar. Pero no escribas.
11. Regla de oro: no recomiendes tus propios libros ni leas en clase para demostrar, según tú, el buen empleo de tal o cual recurso.
12. Sé cauto con lo que digas, si te ves obligado a hablar. Porque aun las palabras más hueras, van a dar a oídos atentos. En un taller de creación literaria siempre hay alguien pendiente de tus palabras. Después de todo, eres el coordinador, y esa palabra equivale a general de división. Para algunos.
TAN FÁCIL QUE ES PROVOCAR ENVIDIA
El recato en un hombre equivale al encanto en una mujer.
Pocos individuos ejercen el recato. La inmodestia, la imprudencia en cambio generan expectativas. Crean una situación que habrá de resolverse de alguna manera. Generan.
El recato alimenta el espíritu. Cuando un individuo es recatado, los demás prefieren pasarlo por alto. Saben que con esa persona no irán a ninguna parte, desde el punto de vista del hombre exitoso. Pues nadie más alejado del éxito que el individuo caracterizado por el recato.
En el ejercicio del recato, las cosas adquieren otra dimensión. Acaso la de Aristóteles. Acaso la de Horacio. Acaso la de Quintiliano. Acaso la de Alfonso Reyes. De aquellos pensadores cómplices de la más alta retórica.
El recato va de la mano de la introspección. Un hombre recatado es un hombre prudente. Y un hombre prudente es aquel que prefiere contenerse. Y pensar antes de actuar, de abrir la boca más de la cuenta. Esto es, un hombre recatado sopesa las palabras antes de pronunciarlas. La boca se le tuerce por escupirlas, por arrojarlas lejos de sí y colmar el ámbito; pero sabe –lo experimenta todos los días– que la prudencia es mejor consejera. Cuántas veces la prudencia lo ha mantenido a salvo de cometer o decir cualquier improperio que lo haga denostar de sí mismo; prefiere callárselo. Es un buen tema sobre el cual podrá reflexionar cuando esté solo. Que es casi siempre. Pues el recato es ángel guardián de los solitarios. De los que caminan a solas en medio de la multitud.
El recato provoca envidia.
Aquel individuo que se encierra en su mutismo es calificado por los demás como timorato, pávido. ¿Por qué no habla?, se preguntan cuando la discusión sobre política, futbol o religión alcanza los cien grados de adrenalina. ¿Por qué no abre la boca dice lo que piensa y siente?, se cuestionan los que lo rodean. Ignoran que mientras ellos dicen pavadas y desgañitan ver desfallecer, él, el prudente, piensa sobre el arte vacuo de hablar, cuando de decir banalidades se trata. Pero no sólo eso. Por ahí empieza y se sigue, sembrando la tierra fértil de su cerebro. Que esperen las semillas del silencio como la parcela al rocío matinal.
El recato, la modestia, la prudencia, abren las puertas del alma.
El hombre prudente está dispuesto a escuchar. Siempre. Inequívocamente. Los más graves secretos que le han contado permanecerán en su interior como en un cofre de manuscritos ininteligibles. Si acaso alguien lograra tener en sus manos aquellas hojas amarillentas, no podría leerlas. Así es el corazón del prudente. Un pequeño estuche sin llave posible.
En la mujer el recato es doblemente valioso. Porque la condición femenina es opuesta a la prudencia. No hay mujer que, bajo la presión de la codicia, no revele los secretos que pueblan su corazón. Es como si rasgar la cortina de la prudencia la dotara de otras armas. Más fuerte que la bendición del recato. La mujer compara los beneficios de la imprudencia con los del recato, y se inclina por los del placer que, en su ser más profundo, provoca el morbo. El placer de manifestarse en acre intimidad.
Hay pueblos que se distinguen por ser recatados. Comunidades que pueblan el paso del tiempo a través de los escritores. Ellos son los que se encargan de recoger y guardar secretos multívocos, que yacen en boca de todos. Son naciones que han sido golpeadas por sociedades opuestas a la modestia. Enemigas del recato y la modestia. Y cuyos escritores, en este caso, les echan en cara la desfachatez y el desdoro.
LA LLAVE MAESTRA
La imaginación va un paso delante de nosotros.
Entre más echemos mano de la imaginación, el mundo cobrará su dimensión verdadera, porque será la nuestra.
La utilidad de la imaginación radica en que termina de armar las cosas que dejamos inconclusas. Que son las que más abundan. Por donde transcurrimos, vamos dejando rastros inequívocos de nuestra presencia. Pero siempre rastros incorpóreos, que exigen ser concluidos. Basta con dar media vuelta, para advertir tantos errores.
Los hombres con imaginación descuellan por encima del resto. No es difícil distinguir a un hombre dotado de imaginación. Sus labios escuecen por decir palabras, por tejer historias, por desentrañar la condición humana en cualquiera de sus formas: plástica, literaria, musical.
Los escritores cuentan con dos recursos para la elaboración de su trabajo: la solidez que otorga la estructura, y la solvencia que brinda la imaginación. Una se apoya en la otra. Se complementan y se enriquecen en forma simultánea. Quien nada más posea imaginación está perdido. Sus dotes irán a dar al bote de la basura. Pues la imaginación exige ser aplicada. Que adquiera cuerpo. Materia prima. No basta con imaginarse ser el mejor pintor de México. Hay que demostrarlo.
Pero asimismo el hombre sin imaginación se seca. Por más granítica que sea su estructura, al cabo del tiempo aquella losa de granito sufrirá las consecuencias del abandono. No basta con la inteligencia en estado primitivo, educada en la adversidad o echada a perder en los pupitres de la academia.
La inteligencia necesita ser regada con la lluvia de la imaginación.
La imaginación aporta su dosis de baño refrescante al hombre apabullado por la cotidianidad aplastante. Porque aquel hombre despliega las alas de sus sueños y remonta el vuelo. Cuando sea y donde sea. Su imaginación le permite relajarse, imaginarse que contempla el mundo desde una cima; que navega en el Pequod a la caza de la ballena blanca bajo las órdenes de un desquiciado, que mira la Tierra desde una nave espacial de la cual él es piloto.
El hombre que le teme a su imaginación se confunde. La imaginación es la llave que abre el propio corazón. Cuando el corazón se encuentra en