El arte de mentir. Eucario Ruvalcaba

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Название El arte de mentir
Автор произведения Eucario Ruvalcaba
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9786078764259



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amabilidad, o la educación, como se quiera, es especialmente agradecible en un niño. Lo hace ver como un adulto, y eso causa gracia. Porque los niños no tienen por qué ser amables, educados sí, pero no más allá. No al grado de caerles bien a todos los que los rodean. Al revés. Más bien caen mal. Cuando un niño es demasiado amable, se piensa que algo trae. Que allí hay gato encerrado. Lo que ese niño está haciendo es darse cuenta de cómo funciona el mundo. De lo que puede obtener con unas gotas de buena educación.

      UN POCO DE CARNE CRUDA NO CAE MAL

      1. Se es original, cuando se es, por el ímpetu narrativo (o ímpetu creativo), siempre ajeno al narrador. No por convicción.

      2. La carne cruda semeja la pasta narrativa con la que el escritor trabaja. Antes de comerse, habrá de sazonarse y cocerse; tal como lo hace el escritor con las palabras que las deja al punto. Conforme se cuece, aquella carne desprende el olor que inevitablemente despierta el apetito; de algún modo, se está a punto de comerse algo que fue un ser vivo; exactamente igual, conforme el escritor avanza, su trabajo desprende el olor de lo prohibido, que inevitablemente invita a leerlo. Porque el escritor se devora a sí mismo cuando escribe.

      3. El escritor que siente que finalmente ha escrito una línea que sobrevivirá se engaña. No estaría en su mano reconocerlo. Exactamente como el amor; quienes se sienten amados se engañan. Y Dios, que es magnánimo, les concederá vida para confirmarlo.

      4. ¿Qué significa concentración en literatura? Significa un mínimo de acción, de desplazamiento innecesario; y significa un máximo de intensidad, que es avanzar hacia dentro, hacia lo más profundo.

      5. La literatura te pone en contacto con lo peor de ti mismo; la religión, con lo mejor. Escribe.

      6. Debe haber una jerarquía entre los acontecimientos que se narran en un cuento; de tal modo que el principal desparrame su pulso sobre los secundarios. Mejor entre menos acontecimientos existan. Cuando los acontecimientos son extraordinarios apabullan al escritor. Entonces (el escritor) se quiere poner a la altura de lo que narra. Y siempre la vida le quedará grande. Como una gabardina cinco tallas más grande.

      7. El escritor debe sentir en carne propia el rechazo editorial. Debe ponerse a prueba a través de negativas constantes. Cuando los escritores se quejan de que no hay quien los publique o de que las editoriales les cierran las puertas, deberían dar gracias de rodillas de que esto acontezca. Porque saldrán robustecidos de la experiencia. Cuando son verdaderos. Pues escribir, el acto de escribir, nace en contra de algo, contra lo mejor que cada uno de quien escribe tiene dentro, que es quedarse callado.

      8. El escritor debe carecer de propósitos, de cometidos, de ambiciones. No debe proponerse nada. Ni conmover, entusiasmar o producir belleza. No debe ser presa de ningún deseo porque a partir de ahí escribirá para satisfacer ese deseo. Ni siquiera escribir por escribir. Es el único modo de eludir las complacencias.

      9. Los escritores que se toman en serio ven su nombre escrito en la historia de la literatura. A partir de ahí la literatura los estará educando. Ya no son como son. Sino como la leyenda que quieren ser.

      10. El escritor se siente enormemente complacido cuando deja volar su imaginación. Nada más peligroso para un narrador. Cuando su imaginación vuela escribe los ejemplos más conmovedores de la estulticia.

      11. En literatura, el triunfo es mero espejismo. De ahí que el mejor lector es aquel que desdeña a la literatura. Y el mejor escritor, el que escribe contra sí mismo.

      12. Entre la literatura y la vida hay semejanzas felices. Se da un paso, y otro, y otro más, y así sucesivamente hasta darle la vuelta al mundo y regresar al punto de partida. Del mismo modo, se escribe una palabra, y otra, y otra más, y así sucesivamente hasta terminar un libro, que es quedarse exactamente en cero, es decir, en el mismo punto en el que ese libro se originó. Porque el escritor ignora lo que ha hecho, desconoce el secreto de lo que ha hecho. De ahí que en la vida, y en la escritura, lo importante, lo verdaderamente importante, sea el viaje.

      LA ARMADURA DEL CABALLERO

      Lo mejor del amor es que se acaba. Única y nada más por esta circunstancia es posible valorar sus repercusiones.

      El amor vuelve zafios a los de finos y atentos modales, de conversación hábil y mirada escrutadora; mentecatos a los inteligentes, esos que siempre están esperando el mejor momento para hacer reír a los demás; débiles a los de voluntad férrea, los llamados duros, y previsibles a los indomeñables. No es difícil adivinar en aquel individuo los estragos del amor. Se distrae fácilmente, todo parece haber pasado a segundo plano. Lo que antes atraía poderosamente su atención, ahora lo deja indiferente. Está enamorado y las cosas a partir de ahí adquieren otra dimensión –para él, la verdadera.

      Lo que se torna difícil de creer es el hombre que por el amor pierde su voluntad. Ese individuo ha mutado determinación por enmudecimiento, bríos por docilidad. Come de la mano de su amada, y todo en torno pasa a segundo plano. ¿Dónde habrá quedado aquel hombre que asumía la vida con dignidad y pundonor?, habrá quien se lo pregunte. Y si lo mira más a fondo, verá en sus ojos que aquel brillo de ingenio y arrojo ha desaparecido. En cambio es posible descubrir cierta melancolía, cierta nostalgia. Una especie de brillo en proceso de extinción, porque algo en el fondo le dice que todo va a acabar yéndose por el caño. Que la vida, el destino, Dios, el azar, o como se quiera, le ha permitido asomarse al precipicio donde las cosas cambian de nombre, pero que no está en su mano perpetuarlo. Tal vez sea este convencimiento lo que provoca ese estado de levitación. Si tuviera la seguridad de que habría de ser para toda la vida, viviría en un estado de sobreexcitación continua. Pagado de sí al cien por ciento. Simple y llanamente, estaría aniquilado. Como vaca que será ejecutada en el rastro.

      Sólo se valora el estado de libertad cuando el amor se ha extinguido. Primero sobreviene el desconcierto. Aquel hombre anda como desorientado. Como si de pronto perdiese la noción de los puntos cardinales. O la noción del bien y del mal. Sabe que las cosas no son lo que aparentan. Él viene de una situación extrema. Se ha jugado algo cuando cruzó ese campo minado. Pudo haber volado en pedazos. Se salvó porque su instinto de sobrevivencia le susurraba al oído dónde podía pisar y dónde no. En esa situación que vivió midió sus alcances respecto de la estulticia que lo habita. No salió fortalecido sino mal librado, y lo sabe. Y ya está esperando volver a atravesar el mismo tramo. Excepto si la libertad que ahora es suya se convierte en un acicate y no en un estancamiento.

      La mediocridad va de la mano del enamoramiento. Porque el enamoramiento comprende cierto optimismo, cierta complacencia que termina por traducirse en una sonrisa de oreja a oreja. Ese hombre es fácil blanco de la comodidad. Tan fácil que es vivir. Tan agradable que resulta despertarse cada mañana pensando en qué momento habrá de toparse con la persona amada. Todo lo demás deja de tener relevancia. Trabajo, proyectos, planes, qué importancia pueden tener al lado de que tendrá aquellas manos entre las suyas, aquellos ojos a su disposición. Aquel perfume… Aquella caricia…

      Todo mundo está en su derecho de trinchar el trozo de amor que le corresponde. Aunque cada quien quiere la rebanada más grande. Se lo merece. Porque el lado bueno del amor es compartible. Aquél que lo vive se ha puesto la armadura del caballero. Nada le puede pasar si el amor lo ha hecho suyo. Piensa.

      UN TEMA PASADO DE MODA

      1. En una carta fechada en Viena en 1812, Beethoven le dice a un amigo: “De no revelar su carta claramente la intención de hacer un bien a los pobres, habría considerado grave ofensa que viniese su petición acompañada de cifras. Nunca, desde mi niñez, pidió mi celo otra cosa que servir con mi arte al sufrimiento de los pobres; otra recompensa de la íntima satisfacción que acompaña al arte de la música”.

      2. La vista de un individuo paupérrimo echa por tierra todas las buenas intenciones. La pobreza revela un estado de descomposición inocultable. Por más que la voz mediática hable de progreso, de igualdad, de compensación social, la pobreza pulveriza la demagogia. Porque delante del fenómeno de la pobreza las cosas parecen fracturarse. Todo lo que se conoce por confianza, las acciones legítimas que se emprenden