Название | El peronismo y la consagración de la nueva Argentina |
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Автор произведения | Carlos Piñeiro Iñíguez |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789507547096 |
Ya la anterior guerra mundial había mostrado un peligroso incremento de la conflictividad, que en la Argentina se tradujo en enfrentamientos como los de la “Semana Trágica” y las huelgas de La Forestal y la Patagonia. Muchos oficiales que ahora estaban alcanzando jefaturas, en los primeros grados de su carrera habían conocido de primera mano esos acontecimientos y no deseaban revivirlos. Máxime cuando el comunismo se les aparecía, con vistas a la próxima posguerra, como una amenaza más real aún que en la anterior. El general José Humberto Sosa Molina (1893-1960), que en junio de 1943 era coronel, recordará que en la manifestación del Primero de Mayo de ese año fue “comisionado para apreciar de visu” el valor de la columna comunista, que le pareció “realmente imponente”: “Una enorme multitud con banderas rojas al frente, con los puños en alto y cantando ‘La Internacional’ presagiaba horas verdaderamente trágicas para la República”8.
Si bien, a más de siete décadas de distancia, ese temor puede sonar exagerado, lo cierto es que era una apreciación compartida no solo por los nacionalistas más extremos, sino por los liberales partidarios de los aliados. La presencia comunista en las organizaciones gremiales más dinámicas, además de la perspectiva de que su Partido tuviese un papel destacado en la propuesta alianza opositora al gobierno, fortalecían esa aprehensión que pareció corroborarse con la escisión de la Confederación General del Trabajo (CGT). El proceso de ruptura entre la CGT 1, dirigida por el ferroviario José Domenech y contraria a un abierto involucramiento partidario electoral, y la CGT 2, encabezada por el municipal Francisco Pérez Leirós e impulsora de la participación de lleno en la Unión Democrática (UD), se había gestado a partir del Segundo Congreso Ordinario, de diciembre de 1942, y estalló en la reunión del Comité Central Confederal (CCC) de marzo de 1943. Si la CGT 1 contaba con la más poderosa Unión Ferroviaria (UF), acompañada por otras organizaciones significativas como la Unión Tranviaria y el Sindicato de Cerveceros, en la CGT 2 la alianza socialista-comunista también reunía a gremios de peso, como la Unión de Obreros y Empleados Municipales (UOEM), la Federación de Empleados de Comercio, dirigida por el socialista Ángel Borlenghi, la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE), la Federación Gráfica Bonaerense y la Federación Obrera Nacional de la Construcción (FONC), entre las que agrupaban a mayor cantidad de afiliados. No se debe olvidar, además, que las dos partes en que había quedado desgajada la central obrera proclamaban por igual su adhesión a la lucha contra el Eje. La CGT, basándose en las resoluciones de su Primer Congreso Ordinario, de julio de 1939, en contra de “todo intento expansionista respaldado por la fuerza”, venía recaudando fondos en “Ayuda a los países que luchan contra el nazi-fascismo”. Los carnets donde se registraban los aportes, al igual que las estampillas correspondientes, llevaban un gran “V”, con el trazo izquierdo de la letra en celeste, y el derecho en blanco con las siglas “C.G.T.” inscritas, y certificaban la “contribución POR LA DEMOCRACIA / POR LA LIBERTAD / POR LA JUSTICIA SOCIAL”. Además de su carnet, cada aportante recibía un distintivo de solapa de metal dorado, que llevaba esmaltado el mismo símbolo de la “V” celeste y blanca y las siglas de la CGT. Las declaraciones antifascistas estuvieron a la orden del día en ambos sectores entre diciembre de 1942 y junio de 1943, y era clara la intención de los dirigentes de la CGT 1 de evitar los ataques de sus contrincantes que pudiesen hacerlos ver como una expresión sindical “pro-Eje” o, incluso, simplemente neutralista9.
Los conflictos sociales y la situación del movimiento obrero sumaban inquietud ante un panorama político marcado por el plan oficial de perpetuar en el gobierno a la Concordancia mediante el fraude. Si la única alternativa ante el descontento político y social era el mantenimiento del estado de sitio establecido en diciembre de 1941, la dinámica apuntaba a que las Fuerzas Armadas fuesen involucradas cada vez más en un papel de “guardia pretoriana” del régimen. Para los oficiales considerados “liberales”, eso implicaba retroceder en el camino que se había insinuado con Ortiz y los planteos finales del general Justo, para recaer en lo peor de las prácticas fraudulentas. Pero tampoco los nacionalistas, tanto los más autoritarios cuanto los cercanos a posiciones del radicalismo intransigente o del forjismo, estaban dispuestos a cumplir ese rol, al servicio de un sistema que consideraban entregado a intereses foráneos.
1.1.b) La cuestión del reequipamiento militar y el creciente poder del Brasil
Junto con esa preocupación por la estabilidad del orden socio-político del país, en materia internacional la inquietud central estaba planteada en torno al “equilibrio de fuerzas” regional, que se consideraba roto por la provisión de equipamiento militar estadounidense, mediante el régimen de préstamo y arriendo, a Chile y Brasil, sobre todo a este último país.
La Argentina, tradicionalmente, había contado con un equipamiento militar que compensaba el mayor número de efectivos que podía movilizar Brasil y que superaba cuantitativamente al arsenal chileno, por lo general bastante moderno. Esas ventajas relativas eran consideradas las bases de un equilibrio de fuerzas que contribuía al mantenimiento de la paz en el sur del continente y, en el peor de los casos, aseguraba una adecuada defensa de nuestro territorio. Toda vez que las Fuerzas Armadas advertían que la modernización de equipos o la capacitación del personal se encontraban demoradas o retaceadas, se provocaba inquietud entre los cuadros. Así había ocurrido en las dos presidencias de Yrigoyen. El general Justo, tanto como ministro durante el gobierno de Alvear como luego al frente del Poder Ejecutivo, se encargó de impulsar, como ya se ha referido, ambiciosos planes de reequipamiento y modernización, y a ello debió gran parte de su prestigio y apoyo entre la oficialidad. Ortiz y Castillo mantuvieron esa política, pero en circunstancias que, a partir de la guerra mundial, dificultaron su realización.
Parte de esos planes incluyó la compra, a partir de comienzos de 1938, de treinta aviones Northrop 8A-2, versión del A-17, biplaza utilizable como caza y caza-bombardero que había entrado en servicio en el United States Army Air Corps (USAAC)10 apenas dos años antes. Estados Unidos mostraba por entonces interés en mantener buenas relaciones, lo que incluía la venta de material y adiestramiento. Para la asunción del presidente Ortiz, en febrero de 1938, en visita de cortesía y “buena voluntad”, vino al país una escuadrilla de bombarderos cuatrimotores Boeing B-17, las “fortalezas volantes”, para participar de las celebraciones. El propio Ortiz pidió luego el envío de asesores aeronáuticos estadounidenses, que se sumaron a los instructores ya presentes, y avanzó en la compra de nuevos artefactos. En marzo de 1939 llegaron a la Argentina veintidós Curtiss H75O Hawk, también de fabricación estadounidense. Se trataba de una versión avanzada de un caza cuyo prototipo había volado por primera vez en 1935, y que, bajo la denominación P-36, equipó desde 1937 las fuerzas aéreas estadounidense, francesa, holandesa y de los dominios del Commonwealth británico. Pero más ambiciosa aún que esas adquisiciones fue la producción del Hawk en la Fábrica Militar de Aviones de Córdoba, bajo licencia de la empresa estadounidense Curtiss-Wright. El primer FMA H75O salido de la planta cordobesa tuvo su vuelo inicial el 16 de agosto de 1940, bajo el mando del teniente primero E. Correa. El contrato con la Curtiss-Wright, la mayor empresa de aeronáutica militar en esa época, autorizaba producir hasta doscientas unidades de ese modelo en Córdoba, e incluía la fabricación local, aunque con componentes importados, del motor Wright Cyclone R-1820-G5, también utilizado por los Northrop 8A-2, lo que representaba una ventaja por la racionalización de materiales. Sin embargo, solo se pudieron construir localmente ventiún aviones H75O, ya que pronto comenzaron las dificultades para proveerse de los insumos importados, como parte de las restricciones estadounidenses destinadas a que la Argentina abandonase la neutralidad11. Paralelamente, en marzo de 1942, Brasil recibió un lote de diez Curtiss P-36A del USAAC. Era el inicio de un reequipamiento militar del país vecino que, a partir de su declaración de guerra a las potencias del Eje, ocurrida en agosto de ese año, se fortalecería, al tiempo que el de la Argentina se hacía cada vez más dificultoso.
Si bien el peso de las erogaciones de defensa pasó del 17 a casi el 23% del