La seducción de los relatos. Jorge Panesi

Читать онлайн.
Название La seducción de los relatos
Автор произведения Jorge Panesi
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789877122015



Скачать книгу

argentina, pero con la ventaja que el tiempo agrega a la lectura de sus palabras, presentimos que ya en 1984, Luis Gregorich atrasa. En el plano estético, por supuesto, pero desde el punto de vista de las instituciones críticas, su discurso relleno con todos los tics del periodismo señala el último capítulo de la hegemonía que tuvo este tipo de crítica en la valoración de la literatura, para dar paso a lo que Gregorich desdeña y teme, la especialización tecnocrática del discurso académico, que se impondrá definitivamente cuando muchos de los críticos que se fueron, junto con otros que aquí permanecían lejos de la enseñanza o habían interrumpido sus carreras, cimenten el predominio posterior del discurso universitario.

      Por su parte, Liliana Heker se ve obligada a justificar su intervención de 1980 aparecida en la revista El Ornitorrinco, “Exilio y literatura”, que es una refutación de la idea de exilio latinoamericano desarrollada por Cortázar en 1978, “América Latina: exilio y literatura”. La intervención había provocado una réplica de Cortázar y una contrarréplica de Heker. Alberto Giordano ha estudiado convincentemente en su Modos del ensayo33 las estrategias paternalistas y narcisistas de Cortázar en esta polémica. Pero en el contexto que me interesa, yo no sería tan benevolente con Heker, quien en su irritada respuesta no podía olvidar que Cortázar era uno de los blancos que la política cultural de la dictadura quería derribar. Cortázar tutea a su oponente; Heker lo trata de usted, sin intimismos. Conveniencias polémicas de la distancia: durante la dictadura, Cortázar queda distanciado doblemente, por un exilio prefabricado y por un exilio pronominal, puesto que Heker al reseñar esta polémica en Maryland dice: “Fui amiga personal de Cortázar, lo admiré y lo sigo admirando”.34 Los amigos personales, se me ocurre ahora, no desdeñan la proposición de un tuteo, salvo que pour la galerie o pour le pire, se intente intensificar una distancia ideológica. Muerto Cortázar, Heker en Maryland contemporiza con un recuerdo, pero durante la polémica, en su réplica furiosa le había arrostrado:

      Nadie lo echó, no huyó por motivos políticos: se fue. Queda muy claro y usted lo admite que no era un exiliado […] Usted actúa de adherente. Apoya movimientos, se manifiesta partidario, se solidariza […] No sé del caso de muchos argentinos que se hayan ubicado en una situación tan cómoda para luchar por su pueblo.35

      Sea lo que fuere, y más allá de la confrontación personal, el condescendiente paternalismo narcisista y resentido que Giordano descubre en Cortázar, así como la distancia que se impuso Heker, pueden ser leídos como los últimos avatares de un tipo de intelectual que si no había desaparecido totalmente de la escena latinoamericana, mostraba ya su desajuste con la realidad de la que pretendía ser hostigador privilegiado. Lo que el coloquio de Maryland sepulta definitivamente, lo sepan o no sus participantes, son los ribetes mesiánicos del intelectual, y a ese intelectual mismo.

      En la intervención de Beatriz Sarlo, y en consonancia con lo que digo, la figura de Cortázar queda fija en una suerte de balance que le otorga un papel mediador con la Revolución cubana, con la recuperación de Borges para la izquierda y la consiguiente anulación de un prejuicio.36 Otro prejuicio que Cortázar habría ayudado a liquidar es la concepción de que estética y política formaban un todo ininterrumpido. Cortázar se convierte así en el agente que da comienzo al desengaño de las izquierdas: nada nuevo en él, sino un cierre.37

      Lo que se cerraba también para abrirse en un espacio social más vasto era esa insuperable dicotomía cultural nostálgica que irónicamente Rayuela había contribuido a sedimentar imaginariamente (el lado de acá y el lado de allá), de la que esta polémica del irse o del quedarse era su último avatar. O el penúltimo, pues los exilios y las diásporas económicas que posteriormente se sucedieron más allá del grupo de intelectuales vieron a los nietos de inmigrantes reclamar frente a los consulados europeos su derecho a establecerse en el lado de allá.

      Lo que verdaderamente se debate en Maryland lo dice también, con un vocabulario que tendrá un éxito apabullante en la crítica argentina, la misma Beatriz Sarlo: “doble fractura del campo intelectual”. No es el lugar ni hay tiempo para discutir este exitoso comodín o fetiche sociológico y estructural de nuestros críticos, pero concédanme que la expresión “campo intelectual” teóricamente designa un intento intuitivo por acomodar una totalidad provisoria a una grilla no menos provisoria, que de otra manera quedaría disuelta en el despatarre. Y los que se pelean conviviendo en Maryland tienen ya una idea del acuerdo, quieren ya la resolución de la disidencia, quieren esa totalidad ilusoria, pues no se ha visto jamás ningún campo intelectual armónico: su razón de ser es la competencia, la lucha, el disenso y quizá la fractura misma.38 Más que fractura del campo, ha habido la irrupción del poder sin mediaciones, la alteración de la ley constituyente de la mediación que lo hace posible. En Maryland, “el campo” vuelve a funcionar como tal, con su lógica beligerante por la adquisición de prestigios y con su ilusión de totalidad. Maryland es un hecho simbólico que restituye para la crítica literaria una continuidad temporal aparentemente perdida.

      De las dos fracturas, la principal ha sido la maniobra política urdida por la dictadura que separó a los intelectuales del tejido social y de una probable alianza cultural y de clases; en cuanto a la dicotomía “irse o quedarse”, inducida también por los militares, son –afirma Sarlo– “dos tesis a la vez opuestas y complementarias”.39 Esta es la síntesis en la que todos en mayor o menor medida coinciden y la que permite el diálogo. Mientras que la acción cultural y declarativa de Heker y Gregorich hacia 1980-1981 tendía a acentuar de hecho la división, María Teresa Gramuglio, en esos mismos años, desde Punto de Vista sutura anticipadamente la dicotomía ocupándose de tres novelas escritas en el exilio.40 Para Gramuglio estas novelas están fuerte y afectivamente ligadas al contexto argentino, forman parte de él, y llevan a preguntarse sobre la incidencia del exilio en el modo de producir significaciones, marcado dice “[por] el desmantelamiento cultural sin precedentes”.41 De esta manera, no se identifican o se igualan dos modos distintos de producir ficción, sino que se evita plegarse a la engañifa ideológica que da por naturalizada la escisión resultante de una fuerza brutal:

      […] hablar de estas novelas como de tres novelas argentinas supone algo más que una petición de principio: fundamentalmente, modificar concepciones excluyentes y pensar que la literatura argentina hoy, como ocurrió en otros momentos de nuestra historia, se escribe también [subraya Gramuglio] en el exilio, y que a las múltiples tensiones que atraviesan el campo literario se añade ahora una más, la de la dispersión geográfica de sus centros de producción.42

      En este sentido, Punto de Vista, además de su reconocida función cultural de resistencia a la dictadura, cumplió otra no menos importante: ser un puente entre los dos lados, y preparar así, cuasi institucionalmente (junto con otras publicaciones y grupos), la reanudación de trayectorias interrumpidas, merced a la activación de esa capilaridad que ya no se producía entre intelectuales y amplias zonas de la sociedad, como extrañaba Sarlo, sino entre las mismas capas de intelectuales escindidos.

      Veinticinco años después puede sorprender que la escisión se soldara tan rápido, al menos en la cultura argentina y en la crítica literaria. En 1991 también sorprende a Raúl Beceyro cuando en la misma Punto de Vista escribe “Los que se van y los que se quedan” (como se ve, le he robado el título). Para Beceyro la polémica que nos ocupa fue un debate abortado, pues

      […] cuando a partir de 1983 muchos de los que se fueron volvieron al país, se produjo la integración, sin grandes fricciones, de los que se fueron y de los que se quedaron, indistintamente, especialmente en la enseñanza, en las universidades, en los organismos dedicados a la investigación.43

      Beceyro escribe en un momento en el que hay otra diáspora que excede a los intelectuales y al campo de la cultura, y si bien el nuevo éxodo de raíces económicas recuerda como una huella lo que ha cicatrizado en el mundo académico, la escisión se ha vuelto permanente, se ha incorporado al modo de experiencia de los sujetos y a los sujetos mismos. No se trata de quedarse o irse de la universidad, como ocurrió en el avasallamiento que le infringió el régimen castrense de Onganía hacia 1966 (esa otra huella más limitada del “irse o del quedarse”), ni de la escisión