La seducción de los relatos. Jorge Panesi

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Название La seducción de los relatos
Автор произведения Jorge Panesi
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789877122015



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una suerte de exiliada resistencia que se opone tanto al estéril e incoloro discurso académico como a las políticas del Estado dictatorial. Sería por demás redundante insistir en ese otro interregno eufórico (con un sentido contrario a los anteriores) que se instaló en los claustros hacia 1973, por el cual pedagogía universitaria, transformación ideológica y participación política se aunaron en un momento fugaz de ilusiones rápidamente perdidas.59 Sin embargo, desde una lógica estrictamente institucional, los interregnos de uno u otro signo pueden verse como un proceso político que irrumpe en, e interrumpe, un desarrollo de autónoma modernización (también de “profesionalización” de la crítica académica en el sentido de Fish) ya comenzado en la década de los años cincuenta, momento que se erige posteriormente como un obligado referente de continuidad, cuando la institución universitaria debe volver a pensarse a sí misma dentro del contexto de la restauración democrática (1984). El golpe militar de 1966 interrumpe ese proceso de modernización: basta pensar en la Universidad de Buenos Aires, en la que muchos profesores que ocupaban un lugar de reconocimiento en el campo de la crítica literaria renuncian a sus cargos con un gesto político de protesta (que también es un gesto de defensa de la autonomía universitaria) frente a la dictadura. Es como si la lógica institucional de la democracia previera o determinara el juego de autonomía profesional al que nos estamos refiriendo, una lógica que, por una parte, deja que el discurso universitario se reproduzca a sí mismo sin regla de imposición alguna, pero que, por otra, le hace pagar la generosa libertad con el aislamiento de un sistema que se autorrepliega en un ilimitado juego de expertos sujetos a la carrera profesional.60 Con esto no quiero decir que la política se retirara a partir de 1984 de los claustros, dejándolos en la asepsia indolora de su propia reproducción. Todo lo contrario: alcanzaría con recordar la hegemonía que en la Universidad de Buenos Aires y en otras universidades nacionales alcanzó la Franja Morada, avanzada del partido radical en el gobierno, o luego los embates del menemismo para quebrar y desterrar esa hegemonía. En la universidad, los partidos políticos encontraron un lugar de reclutamiento de “cuadros”, al mismo tiempo que un campo de entrenamiento político incipiente de esos mismos “cuadros”. Pero esta lógica de injerencia política, este entrecruzamiento de funciones y esta lucha por el poder que busca prolongar en todos los campos su hegemonía son sentidos por los expertos universitarios como una alteración enrarecida de los propios mecanismos de reproducción y validación, más allá de la conducta oportunista de connivencia con el establishment de la que muchos de los agentes pudieran hacer gala. Como si también esta tensión entre el poder político y la autonomía, en la fragilidad de sus fronteras, estuviera prefigurada en el funcionamiento democrático de las instituciones. Recuerdo estos puntos obvios porque me parece que encuadran necesariamente una discusión que, solo si se olvida la historia de nuestra vida académica, puede calificarse de “banal”. No lo es, como sugiere Dalmaroni, pero por motivos diferentes. Lo que aquí está en juego es el parámetro dominante por el que la institución universitaria otorga a sus miembros la validación de un saber demostrado en investigaciones que se miden según el consenso más o menos mudable, más o menos estable en muchos de sus protocolos. El consenso que en la jerárquica institución universitaria tiene el privilegio de decidir qué tipo de saberes, de metodologías teóricas y críticas, y qué tipo de corpus son los válidos académicamente, es el que impera en los “estamentos superiores”, vale decir, entre los más veteranos, entre aquellos que forman los jurados de tesis. En este sentido, la discusión acerca del corpus es una discusión estrictamente profesional. O si se quiere, de estricta política académica. Porque, en el fondo, lo que aquí se discute es también la validez de trabajos de investigación emprendidos para defender una tesis doctoral. Por supuesto, para que una discusión académica sea relevante, además de repercutir en los sistemas por los que evalúa a sus miembros, debe poner en juego la eficacia relativa de los procedimientos y examinarlos desde un punto de vista cognoscitivo: las ventajas, los “avances”, las nuevas perspectivas que abren a la investigación de la crítica universitaria en contra de otras consideradas perimidas o a punto de perder vigencia en el consenso general. De eso se trata esta discusión crítica: de dos aspectos unidos inextricablemente, de los que he elegido subrayar el institucional, pues las reglas y las normas de las instituciones (en eso consiste su eficacia) se incorporan férreamente, y más que reflexionarlas, se actúan como si siempre estuvieran en un conato de olvido. Pero es un semi-olvido o un olvido aparente, aun en esta discusión sobre los corpus. Quien las recuerda irónicamente es Miguel Dalmaroni:

      En 2000, Josefina Ludmer se pronunciaba en contra de la crítica de autor, y agregaba entre otras cosas que en las universidades estadounidenses nadie consigue trabajo si escribió su tesis doctoral sobre Borges o sobre García Márquez: este –sostenía Ludmer que se decían las autoridades de la Universidad en la que el despistado solicitaba una plaza de profesor– sabe únicamente Borges, sabe solo García Márquez. En esa ocasión, alguien le respondió a Ludmer en tono algo humorístico que en la Argentina no se consigue trabajo con ninguna clase de tesis.61

      Se trata, entonces, de las tesis, y de las tesis como un modelo de investigación para la crítica académica. Pero también Dalmaroni (como Sandra Contreras) desliza, como en sordina, un modelo institucional que se insinúa con todo el peso de su influencia: la universidad estadounidense y el modelo “profesional” que rige algo tiránicamente (la tiranía material de la necesidad) sobre el método, la orientación, la temática, y a ciencia cierta, los corpus de la crítica literaria. Al pasar, señalemos que esta discusión acuerda en considerar el trabajo de Josefina Ludmer62 como el ejemplo privilegiado de construcción de un “corpus crítico” (según la adecuada terminología que propone Dalmaroni), en gran parte pensado en y desde las condiciones de producción estadounidenses. Respecto de esta influencia global de impulso hegemónico, quien fuera el original estudioso de la burocracia, Max Weber, ya en 1918, al trazar un paralelo entre la universidad alemana y la estadounidense, creía que “la vida universitaria alemana se está americanizando en aspectos muy importantes, al igual que la vida alemana en general”,63 porque, como las empresas capitalistas, la universidad formaba parte del mundo burocratizado. Sin embargo, esta máquina burocrático-académica (y empresarial),64 aplicada al sistema de selección de profesores e investigadores, ofrecía para Weber “ventajas indiscutibles”, entre las cuales se encontraba el freno a la injerencia política en esta selección, pues si los motivos políticos se entrometen “se puede tener la seguridad de que las convenientes mediocridades monopolizarán todas las oportunidades”.65 Nos llevaría lejos (y fuera de tema) el análisis de las tentativas de racionalización (en el sentido de Weber) que el Estado argentino ha introducido en el sistema universitario de enseñanza e investigación por la vía de “incentivos” pecuniarios, y de sus probables efectos cualitativos y cuantitativos en la producción de la crítica literaria académica en los últimos veinte años. Sin embargo, puede aventurarse que han actuado –más allá del intento jerárquico-discriminatorio en la selección de investigadores– como un refuerzo de la necesaria lógica institucional que abroquela a los críticos en autosuficientes discusiones profesionales. Discusiones justificadas e imprescindibles en el campo universitario de nuestra disciplina, aunque exhiban, como en este caso, la doble defensa de unas tesis. Doble, puesto que, aprobadas por los expertos académicos, vuelven a legitimarse o a ponerse a prueba en la arena más amplia y permeable de la comunidad crítica. Martín Kohan, en el trabajo que dispara la discusión, no alude a su propia tesis que, en efecto, y según leemos en la amena y vibrante reelaboración Narrar a San Martín,66 va más allá del esquema “totalizador” del “autor y su obra”, al que seguirían apegados los libros de Sandra Contreras y Julio Premat67 sobre Aira y Saer respectivamente. El libro de Premat (que es profesor de Literatura Hispanoamericana en Paris VIII) sigue los preceptos metodológicos ya presentes en su tesis doctoral,68 y exhibe acotaciones institucionales que se refieren a dos tradiciones de la crítica académica en pugna: la francesa y la estadounidense. Esta última formaría –según Premat– una dupla con la argentina, impedida por esta alianza de realizar un balance crítico sobre la obra de Saer:

      Las diferentes razones que explican esta situación tienen que ver con una conjunción entre ciertas características de la obra [de Saer] y la evolución del pensamiento crítico en Argentina y en Estados Unidos. […] [En cambio es más intensa la lectura