Название | La venganza de un duque |
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Автор произведения | Noelle Cass |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418616235 |
—Ya lo había pensado, pero me es imposible. El baile se celebrará dentro de dos noches y todavía me queda mucho trabajo por hacer.
A Gina no le quedaba más remedio que cumplir con lo que su patrona le había pedido.
—Como usted ordene, milady.
—El cochero ya tiene el carruaje listo para llevarte al hotel.
—Milady, ¿necesita algo más?
—No, eso es todo, puedes retirarte. —Gina hizo una reverencia y salió de la estancia.
Tan pronto bajó al piso inferior, Samuel, el cochero, ya la estaba esperando con el carruaje en la entrada de la casa. Gina subió al carruaje y el vehículo se puso en marcha, mientras el corazón le latía a galope dentro del pecho, solo esperaba no encontrarse con Graystone. Haría el recado que su patrona le había encomendado, dejaría la invitación en la recepción del hotel y regresaría a casa para continuar con sus quehaceres.
El carruaje se detuvo frente a la entrada del hotel. Gina bajó del vehículo y se puso a caminar hacia la entrada del edificio, con piernas temblorosas, temiendo encontrarse con el duque. Como llevaba el uniforme puesto, el portero no se molestó siquiera en abrirle la puerta. En el vestíbulo del hotel, tuvo que enfrentarse a las miradas de indignación de clientes y empleados, pero Gina irguió con orgullo la cabeza y se dirigió al mostrador de recepción.
—Buenos días, señorita.
—¿Qué es lo que quieres? —preguntó la guapa recepcionista, con aire despectivo.
—Soy empleada del conde Carling. Su esposa, la condesa, está organizando un baile y me pidió que dejara esta invitación para el duque de Graystone. —Y le mostró el sobre.
—Muy bien —respondió la chica, al tiempo que le sacaba el sobre de la mano—. Le entregaremos la invitación cuando lo veamos, ahora ya puedes irte.
Gina salió del edificio, pues ya no soportaba que la gente la mirara como si fuera un insecto al que había que aplastar. Ya al lado del carruaje, subió y regresó a la casa. Y allí le informó a Vera que había cumplido su encargo. Luego, comenzó su jornada laboral, pues no tenía tiempo que perder, porque ya llevaba mucho retraso.
Mientras cambiaba las sábanas de las camas, y limpiaba el polvo, no podía dejar de pensar que en dos días iba a volver a ver a Graystone. Y se preguntó cómo iba a hacer para evitarlo, porque estaba segura de que en cuanto la viera, la iba a reconocer. Por mucho que intentara sacar esa preocupación de la mente, no era capaz. Porque por culpa de ese hombre tan déspota, estaba haciendo todo lo posible para ocultarse de él.
Sacudió suavemente la cabeza, y se puso a pensar en cosas más agradables, como, por ejemplo, en escribirles una carta a la familia para saber cómo se encontraban, y que ellos también supieran que su tía y ella se encontraban bien. Cada día que pasaba, a Gina le costaba cada vez más estar separada de su casa y de todos sus recuerdos. Tenía que mantenerse firme y pensar en cómo iba a hacer para que Graystone no la viera servir durante el baile.
Nolan todavía se encontraba en la cama. Era lo bueno de pertenecer a la nobleza, no se tenían preocupaciones y uno podía levantarse a la hora que fuera. Perezosamente, separó las mantas de la cama, se levantó, se acercó a las amplias ventanas y descorrió la cortina; al instante, la habitación quedó inundada por la luz del sol. Luego, se puso la bata y se disponía a desayunar cuando llamaron a la puerta de la habitación. Nolan hizo un gesto de contrariedad, ya que no soportaba las interrupciones, se anudó la bata y fue a abrir.
—Buenos días, excelencia, siento importunaros, pero han dejado este sobre para vos en recepción —dijo el botones.
—Gracias —respondió Nolan, al tiempo que cogía el sobre.
—¿Estáis cómodo, necesitáis algo? —Quiso saber el empleado.
—Todo está en orden —respondió Nolan.
—Me alegro, ya sabéis que solo tenéis que avisar cuando necesitéis algo. —El botones hizo una reverencia y desapareció por el pasillo para continuar con su trabajo.
Nolan cerró la puerta, vio que en el sobre estaba escrito el nombre del conde Carling, y sin pérdida de tiempo abrió el sobre. Estupendo, se dijo, lo estaban invitando a un baile de máscaras que se celebraría dentro de dos noches. Ya que no le vendría nada mal divertirse unas horas, y diciéndose que tenía que confirmar su asistencia lo antes posible. Se acercó a la mesa del desayuno, dejó el sobre, y se sentó a tomarse el desayuno. Y con el presentimiento de que le esperaban grandes sorpresas.
Después de desayunar, se dio un baño, se vistió con la elegancia de siempre, y tras consultar su aspecto en el espejo, salió de la habitación. Para ese día, el hotel había organizado varias actividades para entretener a los huéspedes. Para los caballeros, habían organizado un concurso de dardos, una partida de cartas, y las actuaciones de dos bellas cantantes. Las damas, se entretendrían bordando, tomando el té, y todo amenizado con la armoniosa música de un arpa.
A la hora de la cena, los huéspedes se reunieron en el comedor, y mientras se sentaban, comentaban lo bien que se lo habían pasado ese día, y los camareros comenzaban a servir la cena.
Nolan se sentó solo. El día le había resultado agradable, pero nada fuera de lo normal. Mientras cenaba, el baile de los condes ocupó de nuevo su mente, deseando que los dos próximos días pasaran pronto para poder asistir al baile. Porque su intuición le decía que en esa casa le aguardaba una gran sorpresa, y deseaba averiguar de qué se trataba.
Después de cenar, pidió un café acompañado de una copa de coñac. De pronto, la imagen de Gina St. James cobró vida en su mente, y se maldijo, porque desde que había llegado a Éxeter no había sido capaz de dar con su paradero, parecía como si Gina se hubiera esfumado del planeta. De nuevo, pensó en la posibilidad de que hubiera abandonado el país en barco, pero Danny le había asegurado que el nombre de esa mujer no se encontraba en las listas de pasajeros de ningún barco que hubiera zarpado de Londres, o fuera a zarpar en los próximos días. Y Nolan tenía el presentimiento de que estaba malgastando sus energías buscando en el lugar equivocado, y ya no sabía qué más podría hacer, quería creer en el detective al asegurarle que estaban tras la pista correcta. A Nolan no le gustaría malgastar su fortuna en algo que no estaba dando los frutos que esperaba.
Nolan sacó esos pensamientos de la mente, se levantó de la mesa, se acercó a la barra del restaurante y allí pidió otra copa de coñac. Todavía no tenía sueño, y estaba seguro de que, si subía a su habitación a acostarse, no iba a ser capaz de dormir. Minutos después, el barman le informó de que varios caballeros solicitaban su presencia para una partida de póquer, y Nolan se alegró por ello, porque así estaría distraído parte de la noche, ya que a todo buen caballero que se preciara, le gustaba disfrutar de una buena partida de cartas.
Y como siempre, Nolan volvió a llevarse las mejores manos y ganó todas las partidas de la velada, ya que tenía mucha suerte para el juego. No había nacido en cuna de oro, pero estaba demostrando mucha más inteligencia que los petimetres que se habían criado en Eton, y que se creían el ombligo del mundo por nacer entre la nobleza.
5
Los dos días siguientes pasaron como un torbellino, pues toda la servidumbre debía limpiar la casa a fondo, poniendo especial atención en el salón de baile, en el que había que abrillantar el suelo, asegurarse de que todas las velas de las magníficas lámparas alumbraran, colgar cintas decorativas, y un sinfín de tareas que parecían no tener final. Cuando Gina entraba en su dormitorio, se encontraba totalmente exhausta de tanto trabajo. Vera también había ordenado a Holly que ayudara a las doncellas, y su tía hacía que las largas jornadas fueran más amenas.
Ya era por la tarde, y Gina y Holly se encontraban en el salón de baile poniendo flores frescas, mientras las otras doncellas se ocupaban de preparar la mesa, y la orquesta que amenizaría la velada montaba el palco y afinaba los