Una candidata inesperada. Romina Mª Miranda Naranjo

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Название Una candidata inesperada
Автор произведения Romina Mª Miranda Naranjo
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788494315237



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un grupo selecto de personas que no está a la altura de las expectativas del conde, pero que usará para que no se sepa a las claras lo que pretende.

      –Míralo de este modo, querida. –Eleanor se asomó tras su hombro, acariciándole la cabeza con mimo. Los dos pares de ojos castaños mirándose a través del espejo–. Vamos a pasarlo muy bien viendo a todas esas pequeñas con las cabezas llenas de serrín corretear alrededor del conde, esperando ser las elegidas.

      Aunque Victoria se había reído, una parte de ella seguía sintiéndose terriblemente ofendida. Tenía muy claro que el escalón que ocupaban su madre y ella en la alta sociedad era bajo, pero no veía necesidad de que les enviaran una invitación para un evento donde no cumplían prácticamente ninguna de las normas relativas a la etiqueta que tan importantes eran para los Holt. Andrew Ferris siempre había vivido en una familia acomodada, siendo su sangre, decían los entendidos en aristocracia, más valiosa que algunos de los vinos más selectos, pero aún así ella no consideraba que mereciera el derecho a mirar a nadie por encima del hombro.

      No es que Victoria aspirara a ser objeto de cortejo, aunque una punzada de decepción se adueñara de su pecho cada vez que lo pensaba, pero saber que estaba allí solo como decoración, mientras el resto de jóvenes casaderas eran tratadas de forma exquisita solo por tener unas mayores fortunas… la hacía sentirse insegura y mediocre, exactamente igual que en su primera y única temporada en Londres. No pudo tener los vestidos a la moda, ni tampoco fue invitada a los eventos más recomendables. Jamás tuvo oportunidad de ver o conocer a caballeros respetables a los que podría haber considerado como compañeros potenciales. En otras palabras, se le negó toda ocasión de suerte debido a su situación económica y social. Y volvía a vivirlo.

      De modo que ahora, rodeada de personas influyentes e importantes, no podía evitar pensar cómo habrían resultado las cosas si su padre no hubiera aspirado tan alto. Quizá, de no haber persistido en ampliar sus negocios hasta más allá del vasto océano, ella podría ser un partido a tener en cuenta, en vez de tener la seguridad, a los veinticinco años, de que se quedaría soltera para siempre.

      La idea de poder vivir relajadamente y sin tomar en cuenta las estrictas normas sociales, o bien sola o junto a su madre, olvidando todo compromiso, la atraía. Pero por Dios, habría querido tener al menos la ocasión de plantearse cómo sería ser escogida como esposa de alguien.

      Ajeno a tales pensamientos y casi arrastrando el brazo menudo pero férreo de Adeline Aldrich, Andrew se abrió paso entre el gentío y avanzó, captando la atención de su madre, que le miraba de hito en hito, como si no pudiera comprender a qué se debía su repentina necesidad de aproximarse a ellos.

      –Buenas noches –dijo por fin, adoptando su voz más formal en cuanto tuvo enfrente al estrafalario cuarteto–. Señora Linton, permítame ofrecerle mi más sincera bienvenida nuevamente, ahora que me encuentro en mejores condiciones que la primera vez que nos vimos.

      Eleanor abrió los ojos y parpadeó como un búho soñoliento mientras Andrew le hacía una venia impecable. La redonda mujer, que se abanicaba distraídamente, respondió con el mismo gesto, añadiendo a su rostro de facciones bonachonas una sonrisa casta que ocultaba una malicia muy inocente.

      –Milord… es un placer verle. Esta es una velada encantadora.

      –Espero que la disfrute. Permítanme presentarles a la señorita Aldrich, que ha tenido la gentileza de no abandonarme cuando me dirigía hacia aquí.

      Adeline sacó a flote sus poses más ensayadas y selectivas, ganándose la atención de los allí presentes con su derroche de perfección. Cuando alzó la vista y clavó en Victoria sus ojos malévolos, levantó unos centímetros el mentón, resistiéndose a soltar el brazo de Andrew. Con un parpadeo coqueto, le sonrió antes de dirigirse a ella con mordacidad.

      –Disculpe… ¿nos conocemos? Su rostro me es apenas familiar…

      Joanna escogió ese preciso momento para efectuar las presentaciones oficiales, recomponiéndose por fin de la súbita aparición de su hijo. La mirada de Victoria, puesta sobre la adorable y esponjosa Adeline no dejaba lugar a la duda. Claro que la conocía, pues incluso viviendo ellas más próximas a Surrey que a Kent, les llegaban los cotilleos de la ciudad. La señorita Aldrich era una de las doncellas más aclamadas y deseadas por los caballeros londinenses. Con su liso cabello castaño y sus ojos color verde resultaba tan perfecta, que solo mirarla le creaba a uno todo tipo de complejos.

      Desde luego ella no sabía nada de Victoria, pues sus círculos no podían ser más distantes, tal como se reflejaba en aquella precisa situación. Una, junto al conde de Holt, y la otra… tratando de mantener la atención de Bernard Chamber el tiempo suficiente como para que él respondiera una pregunta antes de seguir comiendo todo cuanto caía en sus hábiles manazas.

      –Eleanor y Victoria, esta es Adeline Aldrich, su padre es un importante inversor que posee participaciones en dos ferrocarriles que con frecuencia cruzan nuestro país y nos traen progreso y nuevas oportunidades.

      –Tres ferrocarriles. –Sonrió ella, quitándole importancia a su propia explicación con un gesto de la mano–. Acaba de iniciar una nueva participación, motivo por el que no ha podido acompañarnos en esta ocasión.

      –Su ausencia se hará notar, sin duda. –Joanna no se dejó amilanar por la interrupción–. Querida, estas son las damas Linton. Eleanor y yo somos cercanas desde hace mucho tiempo. Y este joven caballero, es Bernard Chamber.

      El joven hizo una torpe reverencia, haciendo que su pelo ralo se despeinara ligeramente sobre la frente. La voz le salió ronca cuando la saludó, y ella mostró una expresión de desagrado que fue casi imposible de disimular.

      –Es hijo del barón Ilhan Chamber, ¿no es así? El segundo hijo. –La sonrisa mezquina de Adeline se reflejó en el semblante del joven–. Un placer.

      Victoria respiró hondo, estirando el cuello para comprobar si los músicos seguían tocando, pues todo movimiento y sonido parecía haberse esfumado del pequeño rincón que ocupaban en el salón. No podía reprimir la creciente oleada de disgusto que estaba apoderándose de ella en aquellos momentos al comprender lo que estaba pasando a su alrededor. Andrew se había acercado llevando del brazo a la encantadoramente deseable Adeline Aldrich, la dama idónea, mostrándose ambos como un alarde de perfección. Sin duda serían una pareja hecha a medida, en caso de que él escogiera centrar sus intenciones de cortejo en ella. Claro que, ¿por qué no iba a hacerlo? Parecía claro que esa mujer había sido puesta en el mundo para él.

      Entonces, ¿por qué perdía tiempo con ellas? ¿Acaso pretendía dejar claro, acudiendo junto a la reluciente señorita vestida de verde musgo, que únicamente tendría para dedicarles unos segundos de obligada cortesía? Y desde luego, no pensaba mantener una conversación estando solo, seguramente por miedo a que le retuvieran.

      Andrew la miraba con atención, preguntándose por qué parecía tan incómoda con todo lo que la rodeaba, cuando debería estar agradecida de que la hubiera rescatado de la penosa compañía en que se encontraba. El brazo de Adeline cada vez le aferraba con más fuerza, como si pretendiera exigirle sin palabras que se apartaran cuanto antes de ahí y volvieran a dedicarse únicamente el uno al otro, algo que a él no le apetecía en absoluto en esos momentos. En un alarde poco común de descortesía, Andrew ignoró sus intentos y giró el rostro hacia Victoria, llamando su atención con un débil carraspeo que hizo que tanto ella, como las madres de ambos, le miraran con inquietud. Se le puso un nudo en la garganta. Maldita sea… ¿es que no podía mantener una conversación con una de sus huéspedes sin tener espías?

      –Señorita Linton… –Obligó a su temperamento a sosegarse–. Le ofrezco excusas por mi repentina aparición de esta mañana. Fue todo un infortunio que tuviera que presentarme en tal atuendo.

      Victoria no mostró ningún balbuceo, ni tampoco sus ojos se movieron con rapidez, dejando ver desconcierto o inquietud. Simplemente se quedó como estaba, sosegada e imperturbable, mostrando un grado de desdén tan ligero que le pasó casi desapercibido incluso a su madre, que era el ser humano que más y mejor la conocía.