Название | Femme de ma vie |
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Автор произведения | Jorge Pimentel |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789942866592 |
—Jajaja. Tranquilo, gavilán de todas las palomas, ahí la llevas, pero hay camino por recorrer.
—Me bajas los humos.
—Alguien tiene que mantenerlos bajos.
Regresé inmediatamente a la conversación con Catalina, a una mujer no se le hace esperar, supongo. Así que le contesté:
—Pues no creo haber hecho mucho para llamarme todavía lindo, pero si vuestra merced gusta ojalá podamos ser amigos.
—¡Claro! Ya nos iremos conociendo.
Y vaya que nos íbamos a ir conociendo.
La efímera gloria del día que por mi sangre corría pronto habría de acabar, no por alguna vicisitud que implicara el presagio de algo malo, sino que simplemente el día tiene un fin, y con él se van las cosas que con él se viven. El día terminó.
Llega el lunes y con él las ganas de poder plantear a Hernán y Rafael lo acontecido con Catalina. Era toda una novedad, pues comunes eran las veces que Hernán venía con la historia de algún amorío nuevo, amoríos que nunca eran certeros y que poco duraban. Mejor aún, comunes eran las veces que alguna chica a Rafael se acercaba, con claras connotaciones flirteantes. Sin embargo, pocas eran las veces que yo tenía mis propios romances, o al menos pocas las veces en relación con ellos, porque como situaciones aisladas sí que habían habido ya algunas vicisitudes, pero que, más apegadas al estilo de Hernán, eran poco certeras o tenían poca esperanza de ser concretadas. Las de Rafael tampoco se concretaban, no toda la gloria la tiene, pero más era porque poco hacía por ellas que porque en verdad no pudiera.
La clase de contabilidad llegó, lo que significa la guerra. Una incesante muestra de poder contable. El objetivo era claro: quien más rayados de diario, con sus respectivos esquemas de mayor y hoja de balance, hiciera, era el ganador, el magnánimo hombre que demostraría sus habilidades matemáticas y fiscales. Aunque a veces la mortal contienda para denotar poder y sabiduría era alternada por el cotilleo y la vagués.
En aquella hora de contabilidad Rafael solía acercarse a donde estaban Millicent, Anna e Iria, era muy amigo de ellas; Hernán se sentó con ellos. Yo no me había movido de mi lugar, hasta que Anna señaló mi ausencia a Hernán, por lo que este se dirigió a mí, desde donde estaban todos, haciéndome el ademán de que me acercara. Fui donde Hernán y el resto: siéntate aquí con nosotros, dijo Rafael. Sale pues, deja traigo mis cosas, les contesté.
Una vez llegado allí se me cuestionó:
—Ahora sí puedes decirnos de tu nueva aventura —dijo Rafael.
—Jajaja, la fiera tiene presa —bromeó Hernán. (Rafael y Hernán rieron).
Confundido les contesté: ¿Tengo nueva presa? ¿Qué presa? Que alguien me la presente para comérmela, ya que la he cazado.
—No des largas, hombre, lo que nos ibas a contar de la amiga de Anna —precisó Rafael.
—Ohooo. Pues vi a una de las amigas de Anna, creo que también la conoce Millicent, pues ya ven que ella y Anna fueron juntas a la primaria, y pues se me hizo agradable —señalé.
—¿Agradable o bonita? —Me cuestiona Hernán—.
—Pues es bien parecida, tampoco diré que no lo es.
—Uuuy, Pessoa yendo a por ellas —bromea Iria, refiriéndose a mí por mi apellido.
—¿Qué piensas hacer con ella? ¿Cómo se llama? —Pregunta Hernán.
—Se llama Catalina —irrumpe Millicent.
—Sí, se llama Catalina… Pues no sé, supongo que quiero conocerla —respondí.
—Jajaja, y ya en serio: te gusta, ¿verdad? —pregunta Rafael.
—… Se podría decir.
Para entonces Millicent se sorprendió, alzó las cejas en ese sentido y volteó a ver a Anna, como cuestionándola con la mirada. Inferiblemente Anna pareció haber captado lo que Millicent quería transmitirle, pero no se inmutó y volvió a seguir prestando atención a la conversación general. Iria les miraba, parecía entender lo que Millicent quería a Anna referir, pero no hizo por querer referir algo también.
—Pues no hay que decir más, ¡la quieres como tu señora! —Vaciló Hernán.
—Si Dios quiere que Catalina sea mi señora, pues que así sea —respondí, vacilando igualmente.
Continué con el balance general que estaba haciendo simultáneamente con la conversación, veía que Rafael parecía estar a punto de acabar, cosa que no quería que fuese así, quería ser el primero (al menos entre nosotros, pues algunas bancas más allá, Isabela, no dejándose conquistar por las distracciones, ya iba por la segunda hoja de rayado diario).
Todo me parecía bastante tranquilo, e incluso acogedor, los tonos beige del salón parecían cobijar la luz del Sol, que alumbraba discreto en la belleza de la mañana. Era un instante digno de disfrutar.
Millicent dejó su banca, pues fue con Terenzio, vaya cosa que hay que ver de nuevo. Sin embargo, dejó sola su banca, que estaba al lado de la de Anna, yo estaba por terminar, así que pensé buena idea el ver si Anna pudiese estar necesitando ayuda, por lo que me senté a su lado. Mirándola le pregunté:
—Pudiese ser que allí necesites una mano.
—No jajaja. Estoy bien, ya casi termino.
—Mmmm, ¿para qué le pides entonces a Iria que te pase la parte última?
—Aaayyy —replicó con una sonrisa— pues no le entiendo a la parte final, ¿sí?
—Pues por eso te ofrecía ayuda, mujer.
—Pero ya quiero entregar, luego me lo explicas, ¿vale?
—Tramposa —le vacilé mientras hacía un ademán con la cara— (me golpeó suavemente el hombro).
—Ahhh, y además violenta, de verdad. —continué vacilándole.
Dejé que terminara, mientras permanecía en la silla de Millicent. Miraba cómo se esforzaba en terminar el balance.
Mientras, a las afueras del salón pasaba Miriam, interés romántico de Rafael. Hubo de ser obvio, aunque yo no lo vi, estaba concentrado en mis propios asuntos (ver cómo Anna terminaba su trabajo), pero Hernán que estaba allí a su lado le increpó con ello. Rafael se chiveó, para más vergüenza suya Miriam entró al salón, al parecer iba a dejarle algún tipo de recado al profesor, las bullas no faltaron, Hernán las lideró.
—¡Te hablan Rafael!
—¿No es esa la niña que te gusta?
—¡Vas!
Rafael mientras tanto agachó la mirada, para no darle más motivos a aquellos señalamientos, pero no faltó la peculiar cara que ponía cuando entraba o veía de cerca a alguna mujer que le gustase: fruncía el ceño y parecía apretar sus labios, yo lo veía como si emulara la cara de un pato enojado.
Miriam se fue del salón, sonrojada también, dejándonos a un Rafael rojo, cual jitomate, que se destensó riéndose fuertemente con Hernán.
—Gracias eheee —dijo Rafael a Hernán, mientras reían.
—Nada, nada, para eso estamos, fiera.
Isabela había terminado ya, por lo que se acercó con nosotros. La presencia de Isabela era intensa, al menos para los varones, sostengo el decir que no es particularmente la más guapa, pero hacia aflorar una sensación de atracción peculiar, y no lo digo especialmente por mí, sino también por lo que veía en Rafael y Hernán, aunado a que no habían sido pocas las veces que ellos me habían planteado su fascinación por ella, secundándolos yo también en algunos casos, tal vez yo con más razón, pues había buscado a Isabela en el pasado, y ella me había correspondido en perspectiva, pero, fiel a