Название | Femme de ma vie |
---|---|
Автор произведения | Jorge Pimentel |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789942866592 |
—Pues sí, esa, que sea esa —concordó Anna.
—Pero pues va a decir que Hernán, ¿no? Si es el que le gusta —les recordé.
—No, pero… Es decir, sí me gustó, no me gusta, pero si lo hizo fue más bien por gracioso, no tanto por el físico —aclaro Josephine.
—Venga, vale, entonces ¿quién?
—Es que, iba a decir que estaba fácil pero ahorita que lo pienso se la llevan entre Jorioz y Rafael… Pero me decantaré por Rafael —respondió Josephine.
Rafael y yo hicimos nuestros respectivos ademanes: yo asentí para dar a entender que estaba bien, que tampoco era que me molestase la decisión de Josephine. Rafael frunció el ceño e hizo la misma expresión, apretando los labios, como cuando Miriam, su querida, entró en aquella ocasión al salón, infiriendo yo entonces que se sentía halagado.
Rafael volvió a girar la botella: la tapa miró hacia Anna y la parte trasera a Isabela.
—¿Verdad o reto? —dijo Rafael.
—Verdad, definitivamente —replicó Anna.
—Que verdad, dice.
—Jajaja, sí escuché, Rafael —contestó Isabela—. ¿Alguna vez te ha gustado Rafael?
—Jajaja ¿cómo surge esa pregunta? —Cuestioné.
—Es que luego veo muy juntos a Anna y Rafael —respondió Isabela.
—Pues sí, porque somos amigos, y estamos junto con Millicent e Iria, e incluso Hernán y Jorioz, no porque me guste, sino en ese sentido también podría gustarle a Millicent e Iria —contestó Anna.
—Ya ves, no era el único con aquella apreciación —susurré a Anna.
—Ay, pero tú me decías que pensaba en ti como última opción, no que me gustase Rafael —me susurró de vuelta.
—Ya, ya, pero igual lo pensaba —volví a decir susurrando.
—Suficiente, dones Susurros, vamos a volver a dar la vuelta a esta botella.
Llamaron a la puerta, que estaba entre abierta, era el abuelo de Anna, que venía por ella para llevársela a casa. Anna se despidió de todos y salió con él.
Ya se nos fue una, dijo Hernán. Yo también tendré que irme en poco, mi mamá viene en camino —señaló Jatziri—. Igual cuando ella llegue te acompaño y sirve que me acerco acompañada a mi casa —sugirió Isabela—. Era natural que se quisiese ir acompañada, tenía que cruzar un mar hecho estacionamiento entre vaga iluminación que no daba más allá de un metro después del foco, hasta yo tendría pavor de vagar en estos edificios de noche si viviera por aquí. Sí, yo también, pero continuemos esto antes de que haya más desertores —apresuró Rafael.
Rafael giró la botella: la tapa señaló a Isabela y la parte trasera a Jatziri.
—¿Verdad o reto?
—Se anulan las verdades, que haya al menos un reto antes de que se muera la noche —sugiere Hernán.
—Sí, sí, yo coincido —replica Jatziri— Todavía para que te animes, tú decide a quién dárselo.
—Pero en la mejilla —puntualizó Isabela.
—Venga, vale, en la mejilla.
—No hay mucho de donde escoger, ehee —dice Isabela, despectivamente vacilona.
—Ya mejor decide y no hagas por bajarnos el autoestima —dice Hernán.
—Mmmm… —se lo piensa un rato entre nuestras miradas— Pessoa.
—Uuuy, Pessoa —le recalca Jatziri, picándole vacilona el estómago.
—Ay ¿por qué esa bulla? —Les cuestioné.
—Pues ustedes tuvieron lo suyo —señala Rafael.
—Exacto, ahí está el chiste —secunda Jatziri.
—No haya estado el chiste en tú y Hernán —dirigiéndome a Jatziri—. Además eso fue ya hace mucho —dije enfatizando con las manos.
—Ya, ya muchas excusas, que se cumpla el reto que el tiempo es oro —apresura Rafael, otra vez.
Me paré del círculo y me puse en el centro, Isabela hizo lo propio, acercándose tímidamente. No era particularmente especial las ganas que tuviese o no porque Isabela me besara en la mejilla, pero igual logró ponerme nervioso, quizá, más que nada, por las fijas miradas morbosas de todos esperando a que pasase. Isabela finalmente, quien estaba de frente a mi costado izquierdo, puso su mano en mi hombro y, suavemente, me besó la mejilla. Tal vez lo que más me estremeció del momento fue la delicadeza y paciencia con la que lo hizo, alargando abstractamente el tiempo que duró aquel momento.
—¡Bravo! Ya ves, Pessoa, te dije, eres una máquina —dijo Hernán bromeando.
—Ajá, si no fuera por el reto —precisé.
—Igual ocurrió, quédate con eso —replicó Hernán.
Subiendo las escaleras de fuera se escuchaban señoras platicando; esas voces se acercaban cada vez más hasta que finalmente llamaron a la puerta que estaba entre abierta. Primeramente, la madre de Jatziri, en segundo término, la madre de Rafael, a quien al parecer la madre de Jatziri había topado en el sendero que hay para adentrarse al edificio de Josephine. Las tres madres se saludaron, la de Jatziri, Rafael y la de Josephine, anunciando su intensión, la de Rafael y Jatziri, de llevarse a sus hijos. Jatziri y Rafael se pararon, se despidieron entre sí, y se despidieron de nosotros, para consecuentemente hacerlo de la mamá de Josephine y partir con sus respectivas progenitoras. Isabela recordó a Jatziri que quería que le hiciese compañía para acercarse a su casa, a lo que Hernán irrumpió, recordando que también vivía en estas unidades, y que podía acompañar a Isabela a acercarse a su casa, mientras él lo hacía a la suya. En ese momento, entre que se pusieron de acuerdo, Rafael y su madre partieron hacia el oscuro sendero, para salir del edificio de Josephine, y pisar el mar negro, el mar hecho estacionamiento, que además ahora estaba penumbroso.
Entonces, Hernán, Jatziri e Isabela, junto con la madre de Jatziri, terminaron concordando en que se irían todos haciendo compañía, y ya se dispersarían a sus respectivas direcciones cuando pisasen el mar negro. Todos se despidieron de nosotros, Josephine, su madre y hermana, y de mí. Ahora, solitario, me quedé en la casa de Josephine, como el único invitado que quedaba.
—Tal vez me tenga que ir yo también —precisé.
—¿Ya vienen por ti? —Me preguntó la madre de Josephine.
—No, no, pero pues de todos modos, ¿no?
—Pero, es decir, ¿iban a venir por ti?
—Pues sí, mi mamá igual y me hacía el favor.
—Igual no te agobies, si todavía no viene mejor hay que ver una película y acabarnos las palomitas que quedan.
—Sí, sí ¿qué quieres ver? —Me preguntó Josephine.
—Pues la verdad es que no tengo amplio repertorio de películas de las que me acuerde para ver —respondí—.
—Mmm, ¿ya has visto esta película donde no envejecen y trabajan por ganar vida? —Me preguntó la madre de Josephine.
—… No creo recordar ninguna película similar.
—Pon esa, Josephine, para que la vea —le precisa su mamá a Josephine.
La película comenzó. Me senté al lado de Josephine, mientras ambos comíamos del mismo cuenco de palomitas. Su madre permaneció, junto con su hija menor, sentada en el otro sofá. Eventualmente, por diversos acomodos que realizábamos para sentarnos a gusto, terminamos cerca el uno del otro. Josephine, alegando tenía algo de frío, sensación que yo también