Serendipia antémica. Isabel Margarita Saieg

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Название Serendipia antémica
Автор произведения Isabel Margarita Saieg
Жанр Книги для детей: прочее
Серия
Издательство Книги для детей: прочее
Год выпуска 0
isbn 9789563384949



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—exclamé, pero al ver como todos me miraban, me retracté—: No hay por qué molestarlo, estoy bien.

      —Te ves terrible —dijo Lucian—, mejor hazle caso a la jefa, ¿o prefieres que llamemos a tus padres?

      —Cierra el pico, Lucian —lo regañó Vince.

      Pero tenía razón: no tenía alternativa. Ellos lo sabían. Sabían que estaba obligada a recurrir a Gabe cada vez que me pasaba algo porque a mis padres no podría importarles menos cómo me sintiera, mientras no estuviese muriendo.

      Apoyé la cara sobre mis brazos y descansé hasta que Gabe llegara por mí.

      Pasaron casi veinte minutos y no hacía más que intentar aliviar el dolor.

      Sabía que no estaba enferma. Me sentía mal, terriblemente mal, pero era un malestar extraño. Como un dolor emocional que se volvió físico.

      De la nada, un par de manos me rodearon la cintura con delicadeza, haciendo que el dolor aumentara, que mi piel se erizara y que me dieran ganas de vomitar.

       No levantes sospechas, déjate llevar. Tienes que hacerlo.

      Me dio un beso en la mejilla. Lo sentí hervir, probablemente por el calor de mi piel afiebrada.

      —¿Cómo te sientes?

      Volteé para enfrentarme a ese par de ojos verdes que luchaban siempre por corromper mi calma. Eran profundos y densos, pero aun así había algo lindo en ellos.

      La belleza de Gabe era parecida a la de una serpiente: peligrosa, pero deslumbrante. Supongo que esa es una de las razones por las que me quedé tanto tiempo a su lado. Como artista, siempre me he sentido atraída hacia la belleza física, y la suya, tétrica y oscura, es tan real dentro de nuestra realidad.

      —Algo adolorida, pero más allá de eso, estoy bien —mentí.

      —Bien, vamos al auto. Te quedarás en casa esta noche.

      No podía contradecirlo, así que tuve que aceptar.

      La tarde fue una pesadilla. Era la primera vez que sentía que mi vida era una completa mentira, como si todo lo sucedido en casa de los Santana fuese un montaje. Lo único bueno fue que la fiebre me salvó de ir al edificio en Tamargo. Se sentía tan bien tener la sangre libre de alcohol, pero la verdad, apenas me di cuenta.

      Los minutos pasaban como horas y yo solo me concentraba en los ojos de Gabe. Buscaba indicios de mentira en ellos, pero no lograba hallar nada además de pequeños rastros de profundo enamoramiento, o al menos eso veía yo, pero, ¿valen algo mis palabras si mi perspectiva del amor es una simple falacia?

      Pensé mucho en Paris. Me preguntaba si había leído ya mi carta, si me había escrito otra y si todo esto en realidad estaba pasando.

      De a poco comenzaba a darme cuenta de lo que sucedía a mi alrededor, de lo que la gente quería y lo que el mundo esperaba. Mi cabeza era un desastre. No había hechos, solo ideas, y esas ideas ni siquiera eran mías.

      Meditar en todo eso hacía que me dieran ganas de llorar, pero no podía. Estaba enjaulada en los brazos de Gabe y, si lloraba, me preguntaría qué me ocurría. Podía mentir, pero prefería ahorrarme problemas innecesarios.

      A modo de supervivencia busqué comodidad en su pecho y, aunque me costó, logré sentirme a gusto en unos brazos que, a pesar de ser tan íntimos, se me hacían ajenos.

      Su respiración acompasada me calmaba y adormecía. Odiaba ser tan vulnerable, pero hay algunas guerras que simplemente tenemos que saber perder.

      No recordaba en qué momento me quedé dormida, pero sé que pasé horas y horas mirando el techo, agobiada por el vacío de la oscuridad. Pensaba en que estaba tumbada en el lecho de una persona que, al parecer, no conozco en absoluto, e intenté idear una forma de salir de allí lo antes posible.

      Tampoco recordaba en qué momento había despertado, con quiénes hablé, ni cómo llegué a la escuela. Solo sabía que al abrir mi casillero, el mundo a mi alrededor pareció desvanecerse. Sonreí. Había palabras que valían más que todo el amor del mundo en un solo beso.

       Capítulo 7

      9 de octubre, 10:55.

      PARIS CARSON

      Lo más complicado de adentrarse en un universo desconocido es luego encontrar la forma de escapar.

       Quería escribir un poema, como tú, pero ¿qué más poético que lo explícito?

       La poesía se interpreta con los ojos cerrados, y necesitaba decirte sin preámbulos que estamos en la misma página.

       Cada día se hace más difícil seguir con esto. Estoy empezando a abrir los ojos, a darme cuenta de que todo este tiempo he estado viviendo en un verdadero infierno, y es abrumador. Así como ha sido difícil dejar de creer, me va a ser difícil volver a hacerlo. Te pido tiempo.

       Sé lo que quiero, pero es un deseo tan borroso. Me cuesta identificarlo. Me cuesta concentrarme, me cuesta pensar, me cuesta sentir, es como si mi mente y mi corazón hubieran dejado de funcionar. No tienes idea de lo que es vivir entre las garras de alguien como Gabriel y no poder hacer nada al respecto. Lo peor de todo es que estoy encerrada, porque Gabe es quien me mantiene y se preocupa por mí, a pesar de que lo haga de la peor forma posible. Dependo de él, y quiero dejar de hacerlo, pero no sé por dónde empezar. Es lo único que he tenido todos estos años.

       La ausencia emocional de mis padres nunca me afectó mucho. Mi hermana mayor se encargó de mí, pero esa es una historia para otro día. El punto es que no tengo a nadie en quien confiar. Jazz, aunque no lo parezca, es miembro activo del séquito Santana. De hecho, conocí a Gabe por Jazz, pero esa también es una historia para otro día.

       He perdido todo lo que me cimentaba en un par de días. Es bueno, en parte, porque ahora estoy consciente de lo que me han estado haciendo, pero, por otro lado, es terrible, pues ya no tengo absolutamente nada. Agradezco que haya sido tan fácil abrir los ojos, porque si hubiese ignorado lo que dijiste, aún seguiría vendada por esas dos palabras que parecen es tar hechas de oro, el “te amo” que todos adulan y desean, cuando en realidad es solo eso: dos palabras.

       Por lo mismo, dudo que alguna vez vuelva a decirlas. Las he usado durante cuatro años creyendo saber lo que eran y ahora, al no saber realmente lo que quieren decir, perdieron el significado. Eso no asegura que jamás haya sentido eso por Gabriel, pues sigo creyendo firmemente que me enamoré de él en algún momento, y que, en cierta forma, sigo enamorada, pero no bajo el criterio correcto.

       La RAE dice: “El amor es un sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser”. No sé cómo sentirme al respecto. Me hace pensar que me enamoré de Gabe solo por supervivencia, pero estoy lista para abandonar todo eso.

       Estoy lista para dejar de sobrevivir y empezar a vivir.

       Sé que estás dispuesto a lo que sea, pero nuestra situación es complicada. No tenemos suficiente dinero para irnos, de hecho, yo apenas tengo lo suficiente para quedarme aquí. Gabe siempre me ha abastecido. A esto me refiero cuando digo que no tengo escapatoria.

       Él ya tiene una vida propia. Después de graduarse se mudó con Cris a un departamento cerca de la rotonda Thorton en la calle Sander, al extremo sur de Cressida. Suelo dormir allí de vez en cuando, dependiendo de cómo estén las cosas en mi casa, pues a veces, aunque sea difícil de creer, vivir con Gabriel es mejor que vivir con mis padres.

       Me ha tocado muy difícil, pero supongo que ya lo