Serendipia antémica. Isabel Margarita Saieg

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Название Serendipia antémica
Автор произведения Isabel Margarita Saieg
Жанр Книги для детей: прочее
Серия
Издательство Книги для детей: прочее
Год выпуска 0
isbn 9789563384949



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de nuevo, a pesar de que ahora yo esté guiándola por el sendero correcto. Su confusión me confunde a mí también. ¡No sabes las ganas que tengo de sacarla de ese maldito infierno! Si tuviese que vivir en él, que fuese después de la muerte, condenada por ser muy traviesa en vez de muy inocente.

      Will me miraba con los ojos desorbitados, como si pensara que me estaba inventando todo aquello. Asintió en señal de entendimiento. Proseguí:

      —Siento que para el resto es imposible ir más allá de lo que se ve a plena vista: su rostro mustio, su cabellera desordenada, sus ojos negros de brillo apagado, su misterioso silencio. Logré averiguar algo más, de a poco me he estado ganando su confianza, pero estoy jugando con una bomba de tiempo…

      Will suspiró y levantó un brazo para que me detuviese. Puso una mano sobre mi hombro, sin mirarme y, para no despertar a Amadeus, susurró:

      —Vas a necesitar paciencia. Chicas como ella, chicas que han sufrido por culpa de cobardes, son inseguras, sensibles, desconfiadas y difícilmente volverán a entregarse a las manos del amor como lo hicieron esa primera vez. Pero tú, Paris, eres uno de los hombres más gentiles que jamás he conocido y creo que si alguien es capaz de reparar un corazón roto, eres tú. —Rio ligeramente—. Ruego a Dios que el hombre que se vuelva el amor de mi vida se parezca a ti en lo honorable y respetuoso.

      Sonreí. Comentarios así en boca de Will valían mil veces más de lo normal, ya que jamás expresaba lo que sentía y cuando lo hacía era de todo corazón.

      —Entonces, ¿qué debo hacer?

      —Déjame terminar —dijo aún susurrando—. Intenta ir lento, no la fuerces a abrirse a ti. Sé que puedes ser impulsivo, especialmente cuando algo te detiene. No busques volverla más segura, ayúdala a ganarse esa seguridad por sí misma. Demuéstrale que puedes ser tanto lo que quiere como lo que necesita. Sácala de allí. Tienes el encanto y la disposición, solo te falta la paciencia.

      Asentí, le di las gracias y las buenas noches antes de disponerme a dormir. Will respondió todo y nada al mismo tiempo, dejándome con más y menos dudas.

      Aún tenía que escribir la carta. Esperaría hasta que fuera lunes nuevamente. Quería encontrar las palabras perfectas para hacerle saber que le daría el tiempo que tanto me había pedido. Tarde o temprano podría arreglar su espíritu, pero me llevaría mucho tiempo.

       Calma, Paris. Recuerda, paciencia.

       Paciencia, paciencia, paciencia...

      Seguí repitiéndomelo una y otra vez hasta que, por fin, con Amadeus dormido a un lado y Will leyendo al otro, caí rendido ante el sueño.

       Capítulo 9

      11 de octubre, 16:06.

      ADELAIDE MELDEEN

      El amor es relativo, cambiante, cruel, dulce y amargo, casi perfecto, como una rosa naciente o un Dios mortal, pues en eso falla: jamás es para siempre.

       Fui capaz de leer un fragmento de tu alma en esos versos que has escrito. No es una obra de arte, pero sin lugar a dudas es el mejor lugar para empezar a conocerte. Te invito a un baile de palabras y secretos. ¿Me concederías esta pieza?

       Hagamos algo loco, algo nuevo, algo fuera de lo común, pero no le contemos a nadie. Yo daré el primer paso, no te preocupes y, hasta que ocurra, no tendrás idea de nada. Solo sabrás que ocurrirá. Te encantará, ya verás.

       ¡Somos artistas, Mel! Usemos esa pasión para cambiar el mundo, o al menos, para cambiar el tuyo, el mío, el nuestro.

       Atrevámonos, intentémoslo, arriesguémonos sin miedo de ser descubiertos, pues es imposible que pase. Ya entenderás el porqué de mis palabras. Mantente atenta, que la línea en mi nombre tiene más significado del que piensas. Ve a Aragán después de clases, pero descuida, no estaré allí. No espero que entiendas, solo haz lo que digo.

       Đante

      La carátula del disco era de color burdeos con letra dorada y un escudo en el centro. Conocía el álbum. Lo había visto en casa más de una vez.

       Greatest Hits de Queen... vaya, tiene buen gusto en música.

      Había leído la carta como mínimo unas diez veces en el transcurso del día. Las palabras me reconfortaban, pero también me daban miedo. No entendía por qué. Me invitaba a probar cosas nuevas y estaba infinitamente agradecida por ello, pero el escalofrío que me recorría la espalda por solo considerarlo era inevitable. Siento que es ese escalofrío el que me retiene, el que me prohíbe tomar decisiones espontáneas y acabar rápido con todo esto.

      Sabiendo que Gabe no estaría de acuerdo, comencé a leer poesía romántica. Fui a la librería de la calle Adaline y compré una pequeña antología de Ramón López Velarde. Me costó entender algunos de los poemas, más que nada porque las ideas me parecían erróneas, pero quise creer que la equivocada era yo y no el poeta, que de hecho, era lo más probable.

      Después de clases, a pesar de que la distancia entre May Lander y el edificio abandonado era muy poca, la caminata se me hizo eterna, más que nada porque tuve que soportar a Lucian hablándome sobre lo harto que estaba de Vincent y lo mucho que le hacía falta una novia para que así dejase de molestarlo a él.

      —Ni siquiera eso pido, Mel —se quejaba—, con que eche un buen polvo uno de estos días sería más que suficiente —dio una pausa y luego siguió—: A veces incluso me da pena, ¿sabes? Dudo que alguna chica vaya a darle bola.

      —Deberías dejarlo ser —contesté yo—, Vince es un gran chico, estoy segura de que encontrará a alguien.

      —¿Un gran chico? —dijo riendo—. Sí, claro. Se nota que no sales mucho.

      Creo que repitió esa frase muchísimas durante todo el trayecto y cada vez que lo hacía me daba una razón más para odiarlos a todos. Después de unos minutos se fue y me dejó sola. Dijo que tenía que comprar un par de cosas antes de reunirse con los demás.

      No tenía escapatoria. Debía ir al edificio. No tenía excusas para no ir esta vez, así que, al igual que todos los otros días de clases, cedí a los encantos de los Santana y su séquito.

      Así y todo, debía admitir que Gabe se había ocupado muy bien de mí cuando caí enferma. A veces, a pesar de todo lo que he pasado por culpa suya, imagino un futuro con él. Cuidaría de mí, pero de la misma forma que siempre lo ha hecho; esa forma que odio tremendamente y de la que tanto quiero escapar.

      Aun así, esa imagen de un posible futuro sigue ahí y dudo que se vaya. Siempre existirá la posibilidad de mantenerme en silencio por el resto de mi vida y depender de Gabe, adoptar su apellido, quizás tener hijos y vivir en la miseria hasta mi último aliento.

       Qué triste suena eso.

      Hasta entonces no había sabido nada de Jazz, así que supuse que no había ido a clases y nos encontraríamos en el edificio. Tampoco había estado muy pendiente de Paris, hasta la última hora, cuando recordé lo que me había escrito.

       Ve a Aragán después de clases, pero descuida, no estaré allí. No espero que entiendas, solo haz lo que digo.

      Sacudí la cabeza para olvidar aquello. Probablemente lo mejor sería dejar que pasara lo que tuviese que pasar y no pensar demasiado.

      Le envié un texto a Gabe para que me fuera a buscar a la esquina de Adaline con Soler, así tendríamos que pasar por Aragán y podría ver lo que Paris quería que viera. Esperaba que cumpliera su palabra y que no se encontrase allí. En todo caso, si llegaba a estar ahí, lo ignoraría completamente. Me iba a entender, sabía que sí.

      Suspiré,