Название | En el borde |
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Автор произведения | Rodrigo J. Dias |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789878708119 |
—¿quiere llevarse alguno?, preguntó Martín
—no, no, solamente estaba mirando. Me llamó la atención la variedad de productos que tiene acá guardados. Mucho más que una parrilla–
—la verdad que sí. Hay que aprovechar las cosas en las que uno se da maña, sino el último día del mes queda muy lejos–, dijo el cocinero. –Tenga, llévese uno– insistió.
—No Martín, por favor. Ya suficiente con la carne. Además tengo que terminar un trabajo esta noche, no puedo manejar con el estómago lleno por la ruta y con esta lluvia–
—Pero también puede comerlo más tarde, no es necesario comprobar la calidad del producto adelante del que lo prepara!– dijo Martín. –Vaya abriendo el auto así ganamos tiempo. ¿Está muy lejos de acá?–
—No, es aquel de allá–, respondió Julián. –Ya lo traigo–
X
Todavía estaba fresco el interior del Megane. Los dos hombres se sentaron, mojando al instante los asientos. La lluvia no tenía la intención de parar, al menos en el corto plazo. Encendió el motor, y luego el limpiaparabrisas. Al prender las luces altas se percataron que el barro había empezado a acumularse delante del automóvil. Cinco minutos más y les sería difícil salir de ese barrial. El viento continuaba soplando con fuerza, al punto tal de hacer parecer que la lluvia cayera horizontalmente. Las gotas se estrellaban contra los vidrios del auto emitiendo pequeños sonidos, como dedos pequeños que golpearan sin cesar las ventanas.
—Ajústese el cinturón que está difícil la cosa. E indíqueme por donde, que acá no conozco mucho–, le dijo Julián.
—tiene que volver hasta donde este camino se une con la ruta. Siga derecho por acá, nos vamos a dar cuenta por el cartel. No estamos muy lejos– respondió Martín.
Avanzaron despacio, a los tumbos por el ahora inestable e irregular camino de tierra. La ruta se había despejado, apenas una sombra de lo que había sido una tortura recorrer durante el día. Las luces del auto subían y bajaban, iluminando alternadamente el barro y los pastizales que se abrían a la derecha de este. A lo lejos se empezaron a dibujar las luces de otro coche, que venía en sentido contrario por la ruta. El único en medio de semejante temporal, y venía demasiado rápido. Los cruzó en menos de quince segundos y desapareció tan veloz como se recortó en el horizonte.
—por lo menos iría a 150 por hora. Una locura con este tiempo– dijo Martín.
—La verdad que sí. Por más apuro que uno pueda tener, hay que ser inteligente. Nosotros iremos saltando sobre los asientos pero al menos tenemos más chances de llegar enteros. Ahí va otro, mire–
Otro auto pasó, más rápido que el anterior. Detrás de éste, un relámpago iluminó todo el cielo, y luego reinó la oscuridad. El débil tendido eléctrico del área se había rendido ante semejante cantidad de agua caída.
—Bueno, si faltaba algo era que se corte la luz–, agregó Martín.
—Menos mal que el auto todavía anda, o que no nos hayamos enterrado en un barrial. Ahí si creo que me duermo acá adentro–, le respondió Julián.
—Vea, allá se ve el cartel. Unos metros más y tenemos asfalto, malo pero asfalto al fin–.
El blanco del cartel, preparado especialmente para brillar con el reflejo de las luces de los automóviles, indicaba el nombre y el acceso del pueblo. Un pequeño camino lateral se abría en la derecha, unos metros antes de la salida a la ruta. Por él se dirigieron los dos hombres, y salieron al camino de acceso al pueblo. Ahí tampoco parecía haber luz. A duras penas se veía el cartel con el nombre del pueblo, iluminado escasamente por las luces del auto.
—si quiere puede dejarme acá, hago el resto del recorrido caminando– dijo Martín.
—ya vinimos hasta acá, no lo voy a dejar en la entrada. Vamos hasta su casa, no es ningún problema. Además, como le dije, tengo que terminar un trabajo así que tiempo hay de sobra. Fíjese a su derecha, en el costado de la puerta, hay un trapo. Se está empezando a empañar un poco esto–, le dijo Julián.
XI
El enorme cocinero se revolvió en el asiento para dejar el espacio suficiente para ver el compartimiento que tenía la puerta en el costado. Había ahí un encendedor, un pequeño desodorante y algunos papeles sueltos. Llamativamente, había un par de esposas plateadas, relucientes entre medio de todo el desorden.
—acá no hay ning..–
Sintió el frío metal que se apoyaba detrás de su oreja y todo su cuerpo se detuvo en un instante. Cortó su respiración y se quedó inmóvil. Supo inmediatamente lo que estaba pasando.
—Antes de continuar nuestro viaje, tome esas esposas y póngaselas. Y no demore más de la cuenta o haga algún gesto indebido porque va a ser lo último que haga. Y yo tampoco tengo intención de tener que terminar el viaje con una ventana menos, con esta lluvia. Al final los hemos encontrado, Martín. ¿O debería decir Daniel? ¿Acaso pensaron que cambiar de pueblo y de nombre cada tanto iba a hacer que desaparecieran? ¿Cuántas personas piensa usted que debe haber con su tamaño y su aspecto en el país? Debo reconocer de todas formas que a mi jefe le costó bastante trabajo seguirlo, y algún dinero encontrarlo. No tanto como lo que le va a costar que le vacíe un cargador en la cabeza. Hago bien mi trabajo, y cobro de acuerdo a ello. Dicho sea de paso, yo sí soy Julián–.
—Daniel, el oso, el perro malo. Casi una leyenda en el mercado negro de los asesinatos. ¿Cuántos fueron en su carrera? ¿Cincuenta? ¿Cien? Lástima que un día decidió que ya no era lo que quería en su vida. Pero no, estimado, no es tan fácil salir de la organización. Mucho menos sabiendo todo lo que usted y su hermano saben–.
El segundo click metálico de las esposas al cerrarse cortó momentáneamente la conversación. Julián se colocó la pistola en el regazo sin dejar de apuntar al cocinero. Éste miraba, cabizbajo, el piso del auto.
—no piense que con esa cara de tristeza va a lograr algo. Mi trabajo esta noche es cerrar su etapa y la de su hermano. Sin resentimientos ni remordimientos. No lo haga más difícil. Indique donde es su casa y quédese quieto–
—Hay que seguir por esta derecho. Son tres cuadras más, pasando la plaza a mano derecha. La casa verde. Y no voy a hacer nada raro. Sabía que al dejar la organización me arriesgaba a esto. Todos esos años de violencia tenían que tener un final, ya no lo podía soportar más. Ni mi hermano ni yo. Y decidimos perdernos en el interior del país. Un pueblo así de pequeño no nos pareció una mala opción. En fin, haga lo que tiene que hacer– dijo el cocinero.
—No se apure, todo a su tiempo. ¿Quiere saber cómo llegamos acá? Gracias a su hermano. Lo encontramos a él primero, cuando lo reconoció uno de los choferes de la organización. Lo vio trabajando sobre la ruta, arreglando algo en el frente de una de las casas de Lezama. Como le dije, no hay muchos parecidos a ustedes. Lo único que tuvimos que hacer fue decirle al chofer que buscara a otra persona similar. Y enseguida los vecinos del pueblo nos comentaron lo bien que el hermano del electricista cocinaba. Y aquí estamos. Para dos profesionales como ustedes, bastante fácil nos lo hicieron–.
—Esta es la casa–, dijo Daniel.
Silenciosamente estacionaron el auto frente a la casa verde. La oscuridad y la lluvia continuaban complicando la noche. Apenas se distinguía la ventana, que daba a la calle, porque por entre las rendijas de ésta se dejaba ver una débil luz. Una vela, probablemente. Julián se bajó del auto y le abrió la puerta a Daniel.