En el borde . Rodrigo J. Dias

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Название En el borde
Автор произведения Rodrigo J. Dias
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789878708119



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llegar con lo justo, al menos que valga la pena–.

      El médico que estaba cerrando la puerta de la ambulancia lo miró, como si le estuviera leyendo el pensamiento. Por un segundo se cruzaron las miradas y el gesto que hizo el doctor parecía adivinar el regocijo del conductor de ese auto, al borde de la morbosidad, al pasar a su lado.

      La noche ya había empezado a caer. Había pocos puestos de ruta abiertos, y tenía que parar si o si en uno de ellos. Salió de la ruta en la salida que marcaba la entrada alternativa al pueblo de amenazador nombre y continuó avanzando por el camino de tierra que corría paralelo. Allí distinguió, a la distancia, dos grupos de luces pequeñas al costado de la ruta. Todavía quedaban unos quince kilómetros para llegar a Lezama. Desbloqueó su celular y comprobó otra vez el horario, temperatura y la distancia al destino.

      —si esas son las luces, me parece que el jefe le erró por unos cuantos kilómetros– protestó en al ritmo de la música que inundaba el interior del vehículo. –Menos mal que llego con algunos minutos de margen–

      Efectivamente, esas luces que se veían a distancia eran los únicos tres puestos de comida al paso que había visto en varios kilómetros. El primero de los tres solo tenía prendidas las luces, porque estaba vacío. –Ojalá no esté llegando tarde, porque ahí si que no tengo excusas–, siguió hablándose a si mismo.

      El segundo puesto también estaba vacío. Un perro negro enorme estaba escarbando el costado de la parrilla que daba a la ruta, claramente desesperado por llevarse algo al estómago. Parecía que no iba a tener suerte, igual que él si el último puesto también estaba cerrado. Pero a menos de cincuenta metros del tercer puesto, ya distinguió el humo de la parrilla y un par de personas que se recortaban contra la amarillenta iluminación que predominaba. Pasó lentamente con su vehículo por el puesto, para corroborar que nadie estuviera apurando para cerrar. Distinguió el cartel pintado con letras negras sobre una chapa blanca.

      —La Adela. Qué nombre de mierda para ponerle a una parrilla al paso–, se dijo. No pudo evitar reírse de su propia apreciación. Se desabrochó el cinturón de seguridad y frenó el coche. Lo dejó estacionado a pocos metros y fue a buscar algo para comer. Sobre el fondo del negro cielo que empezaba a dominar al atardecer, los primeros relámpagos avisaban la llegada de la lluvia. El pronóstico parecía que iba a seguir teniendo razón.

      IX

      —Debo reconocer que tenía razón con todo esto que me sirvió eh–, dijo Julián mientras hacía lugar en su boca para que entre el aire. –Muy rica la carne, y muy sabroso el vino. Sinceramente pensé que estaba exagerando un poquito–

      —vio, no me tenía fe... pero conozco bien la calidad de lo que preparo! A un cocinero de oficio como yo esas cosas no se le pueden escapar.– contestó Martín.

      —la verdad que tengo que felicitarlo. He comido en muchos puestos similares a éste y es la primera vez que me resulta agradable lo que me sirven. Voy a empezar a recomendarlo cuando... –

      Un relámpago iluminó la noche, asustando a todos los que allí estaban. El tronido llegó apenas un segundo después inundando todo el espacio. Un segundo relámpago, tan luminoso como el anterior, confirmó que una tormenta se avecinaba. Y no estaba muy lejos.

      —cuando vuelva a Capital, como le decía–

      —Parece que se viene con todo la tormenta–, dijo Martín. –Apúrese a comer si no quiere quedar bañado en unos minutos. Señores, les agradezco su presencia pero por si no lo vieron, en cualquier momento va a empezar a llover, y les recomiendo que se guarden en sus casas!– completó alzando la voz.

      Solo cuatro personas quedaban en ese momento, además de Martín. Dos levantaron la cabeza lentamente, y con una expresión vacía en sus ojos miraron al cielo. Parecía que no entendieran la situación, o no tuvieran otra cosa por hacer. Uno de ellos volvió a concentrarse en el vaso de vino, apurándolo con una mano temblorosa. El segundo se levantó, dejó la plata en el mostrador y se fue.

      —¿mañana abrís?– le preguntó el tercer cliente.

      —y, si la tormenta lo permite sí. Si no, voy a estar bien guardadito en casa. Y usted debería hacer lo mismo–, contestó el cocinero. –Vamos, llévese el vaso si quiere, que el agua no espera– completó.

      El hombre levantó el vaso y lo miró, por un instante, antes de volcar todo el contenido en su boca. Lo miró nuevamente a Julián y apoyó el vaso con una fuerza innecesaria sobre la madera.

      —¿le estoy debiendo algo, señor?–, le preguntó

      —cómo se nota enseguida cuando alguien no es de por acá. Maltratan a todo el mundo y después se piensan que con dos palabras ya crearon una amistad. Porteños de mierda– cerró amargamente.

      —estoy seguro que su madre no me dijo lo mismo–, le respondió Julián levantando el vaso, ensayando una sonrisa irónica.

      —váyase a cagar. Acá no nos metemos en una discusión salvo que sea necesaria. Y no voy a perder el tiempo con usted. Hasta luego, vaya usted por donde vino–, dijo el cliente. La cara de Julián seguía mostrando una sonrisa indisimulable.

      Una ráfaga de viento repentina volcó los vasos vacíos que estaban sobre el mostrador. Uno de ellos pareció levantar vuelo, y fue a parar a la remera del cliente que se iba. El cliente se detuvo, miró la mancha y la ignoró.

      —Adiós Martín, lo dejo en una excelente compañía–, le dijo al cocinero. Se subió con dificultad a su bicicleta y se perdió en la noche. El viento aumentó su potencia.

      —Bueno, parece que llegó nomás– dijo Julián. Apenas terminó de pronunciar la última palabra, una abundante lluvia se hizo presente.

      —al menos me va a ayudar a apagar el fuego y limpiar un poco la parrilla–, dijo Martín en voz alta mientras comenzaba a guardar los cuchillos en una bolsa. Sus movimientos eran bastante ágiles para una persona de su tamaño. Corrió hasta el galpón y abrió la puerta. Salió de allí dentro con dos bolsos enormes.

      —es molestia si le pido una ayuda Julián–

      —para nada, le iba a decir lo mismo. Veo que tiene mucho por guardar y pocas manos que lo ayuden... encima con esta lluvia salieron todos corriendo–

      —Y, la verdad es que la mayoría de los que vienen acá son de los pueblos cercanos. Se ve que el boca a boca funciona, porque en poco tiempo mis comidas se hicieron conocidas. La mayoría viene en bicicleta y se queda hasta que apago las luces con el vaso de vino en la mano. Un día como hoy, no hay techo ni lugar donde se puedan resguardar durante kilómetros. Me ha pasado varias veces– continuó hablando Martín sin dejar de correr de un lado a otro guardando los utensilios en los bolsos.

      —estos cuchillos valen un montón de guita para un cocinero, y se arruinan muy fácil– dijo Martín. –Por eso es lo primero que guardo–

      —Me di cuenta– contestó Julián. –Apenas cayó una gota y ya estaban todos guardados– completó, mientras intentaba ocultar una sonrisa.

      —Vamos, sólo falta guardar esto y está listo. Las luces las apago desde el galponcito–, dijo Martín. –muchas gracias por su ayuda y por ofrecerse, a pesar de esta lluvia–

      Julián levantó ambos brazos y el agua ya caía a chorros por su ropa. –No hace falta agradecer, si al minuto ya estaba empapado. Era lo menos que podía hacer– dijo. –¿Va a volver en esa bicicleta?–

      —Y, muchas otras opciones no tengo. Igual que usted, ya estoy completamente mojado– le respondió.

      —si no le molesta, no tengo problemas en alcanzarlo hasta su casa. ¿Es muy lejos de acá?– dijo Julián.

      —apenas unos kilómetros, pero no se moleste, ya suficiente con esta ayuda–

      —por favor Martín. Digamos que lo hago por la carne!–, le respondió mientras continuaba riendo.

      —si usted insiste– respondió el cocinero. –Puedo dejar