Donald Meltzer, vida onírica. Elena Ortiz Jiménez

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Название Donald Meltzer, vida onírica
Автор произведения Elena Ortiz Jiménez
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9786078676576



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      Su análisis con Klein duró de 1954 a 1960 cuando ésta murió. Ella misma le había sugerido que continuara su análisis con Bion, pero Meltzer decidió no hacerlo.

      En los años que siguieron, se casó en segundas nupcias con Martha Harris. Para quienes los trataron, la pareja causaba una profunda impresión. Martha Harris se había formado con Esther Bick en psicoterapia psicoanalítica del niño en la Tavistock Clinic de Londres y había hecho la formación en la Sociedad Británica de Psicoanálisis.

      Ella

      ...aportaba a Meltzer un sostén tierno y atento que parecía dispensarlo de las preocupaciones cotidianas y liberar su espíritu para la creatividad. [Martha] tenía la capacidad de moderar sus excesos, cuando aparecían, y atemperar lo que parecía demasiado irónico en sus comentarios. Juntos ofrecían la imagen de una pareja equilibrada, armoniosa y de una profunda generosidad (Houzel y Lechavalier, 2013: 11).

      Juntos se dedicaron a la enseñanza, la supervisión y a la creación de grupos de estudio en distintas partes del mundo: Italia, Francia, Escandinavia, España, Sudamérica. Creían que el psicoanálisis podía contribuir a un mundo mejor. Fundaron una editorial en honor de Roland Harris, el primer esposo de Martha; The Clunie Press publicó varios de sus libros. Meltzer ingresó así en una familia en la que el interés literario era central.

      Una tragedia, sin embargo, interrumpió esta felicidad en 1984. Durante un viaje en automóvil por los Alpes, un accidente dejó a Martha en estado de coma durante varias semanas al cabo de las cuales sufrió un síndrome neurológico. Meltzer la cuidó con una devoción ejemplar durante los dos años que sobrevivió, hasta su muerte en 1986.

      Meltzer se alejó paulatinamente del grupo kleiniano; una primera decisión de independencia había sido no proseguir su análisis con Wilfred Bion a la muerte de Melanie Klein. Resolvió no analizarse con nadie más. A su llegada a Londres había sido afectuosa y solidariamente acogido por el grupo kleiniano: James Gammill lo hospedó en su casa; Hanna Segal le ayudó a adquirir la ciudadanía inglesa. Después de la publicación de El proceso psicoanalítico, sin embargo, los lazos se debilitaron.

      Gammill piensa que las responsabilidades políticas que los kleinianos enfrentaron después de la muerte de su guía, les dificultaron hacer un verdadero trabajo de duelo. Si bien Klein estaba enferma, se pensaba que el pronóstico era bueno. Su muerte fue inesperada: el grupo quedó absorbido por las tareas institucionales. Meltzer era un hombre muy creativo y esto posiblemente generaba dificultades en un grupo preocupado por preservar el statu quo después de la pérdida. Gammill comenta que en una conversación franca entre amigos, Meltzer le criticó su lealtad a Klein y a su trabajo como un rasgo que inhibiría su creatividad. Esta idea está relacionada con las preocupaciones de Meltzer sobre la diferencia entre la identificación introyectiva versus las identificaciones narcisistas; la inspiración versus la adhesión que obstruye el desarrollo.

      Le preocupaba que la transmisión del psicoanálisis se realizara de forma íntima y cercana; una modalidad en la que los procesos de identificación tuvieran un lugar al margen del dogmatismo. Pensaba que el aprendizaje tiene un fondo transferencial, misterioso; que es un proceso en que la inspiración está presente. Creó talleres grupales en los que la enseñanza se sostenía en el contacto cercano entre individuos más que en instituciones o escuelas de psicoanálisis en las que existe el peligro de la rigidez jerárquica. Pensaba que la salvación para la humanidad descansa en las relaciones personales y en los deseos apasionados que sostienen la intimidad. En esto consistía la salud mental; la enfermedad, por el contrario, es la sumisión a las jerarquías, principalmente institucionales, donde la obediencia conforma una armadura adaptativa que impide el desarrollo.

      Aspectos políticos, crisis grupales, preocupaciones con respecto a lo que consideraba esencial para la transmisión de la disciplina..., todos estos elementos contribuyeron para que en 1985 Meltzer saliera finalmente de la Asociación Británica de Psicoanálisis. Su labor como docente, supervisor, escritor, y su práctica clínica, continuaron con intensidad y vitalidad. Meltzer siempre apreció y reconoció a aquellos que enriquecieron su formación y a quienes fueron sus supervisores: Hanna Segal, Herbert Rosenfeld y más tarde Betty Joseph, con quien supervisó sus casos de niños. También reconocía como influencias fundamentales en su desarrollo a Esther Bick, Roger Money-Kyrle y Wilfred Bion, cuyo pensamiento se dedicó a investigar y tomó como plataforma para sus propias ideas.

      Uno de los grandes talentos de Meltzer fue su capacidad de supervisar con agudeza, intuición y cercanía. Los libros y grabaciones dedicados a las supervisiones que impartió en diferentes lugares del mundo son uno de sus mejores legados. Solía pedir a los estudiantes que no barnizaran el material clínico; no quería diagnósticos inteligentes sino acceso a la esencia emocional de la situación transferencia–contratransferencia, a la música de la relación, como solía denominarla. El interés en las supervisiones estaba centrado en el material, no en la interpretación que el terapeuta hacía de éste, y alertaba frente al riesgo de presentar interpretaciones correctas y adecuadas que obstruyen la experiencia, a la manera de una transferencia preformada en el análisis (Harris, 2010: 12,140).

      Su propio placer por el trabajo analítico fue modificándose con el tiempo. En un inicio le entusiasmaba seguir la guía que los maestros le mostraban, hacer lo que decían y confirmar que tenían razón en sus observaciones. El placer era básicamente egocéntrico; el entusiasmo, unilateral. Comentaba, con razón, que los pacientes pueden resentir que el interés del analista esté más centrado en el trabajo analítico que en el propio paciente. No se ama a los pacientes, se ama el trabajo. El cambio operó significativamente; pasó de “...ser un analista y tener pacientes a valorar la experiencia del vínculo paciente–analista, la ‘extrema intimidad’ de esta relación” (Meltzer, 2000a: 7).

      La crianza siempre representó un tema fundamental: estaba muy interesado por el desarrollo misterioso de las capacidades parentales, tanto con los niños como en la práctica del análisis. Fue padre de tres pequeños; después, un abuelo que disfrutaba y observaba con atención a sus nietos (Hahn, 2005). Fue sumamente paternal, pero pensaba que el rol masculino con respecto al desarrollo infantil es sostener a la madre, a la que atribuía el papel esencial en la crianza.

      Aquellos que tuvieron el privilegio de trabajar cercanamente a él lo recuerdan por su

      ...generosidad en la transmisión de sus ideas, el permanente aliento a los jóvenes analistas, su incansable monitoreo sobre un tratamiento para detectar si se estaba trabajando en contacto con el paciente [...]; su compromiso completo con sus pacientes, con una incomparable capacidad para comprender e interpretar los estratos más profundos del inconsciente. Lo hacía en una forma intrépida y con una captación inmediata, singular, aguda y precisa (Etchegoyen, 2004: 279).

      Como Kant, comprendió en su raíz el problema ético de la buena fe y lo hizo parte de su pensamiento teórico. La belleza, la inteligencia o la fuerza pueden estar al servicio del bien o del mal. Su inteligencia y su cultura, producto de una verdadera integración y no de la mera acumulación de información, abarcaron los más distintos terrenos de la estética, la filosofía y el arte. Su conocimiento de la literatura clásica y de la poesía romántica inglesa era muy vasto. Su sensibilidad artística le permitió comprender y participar en las tareas críticas que Adrian Stokes y otros llevaban a cabo en la comprensión e interpretación del arte contemporáneo. Su sensibilidad y su cultura estuvieron al servicio de la bondad, de la buena fe.

      El psicoanálisis kleiniano carecía de una teoría del pensamiento y la tarea pionera de Klein, y más tarde de Segal, en cuanto al significado de la simbolización para el psicoanálisis, debía ser proseguida. La filosofía, por su parte, había entendido que ese terreno era el campo de exploración fundamental de la modernidad.

      Whithead, Russell, Wittgenstein, Cassirer, Langer nos propondrían, llegado el momento, una filosofía del pensamiento, del lenguaje y de la formación de símbolos, que podía ser utilizada en nuestros consultorios. Las formulaciones de Bion nos mostraron de hecho cómo estábamos equivocados; su “Teoría del pensamiento” enmendó la plana a la filosofía académica al