Informe Spagnolo. Pedro Jesús Fernández

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Название Informe Spagnolo
Автор произведения Pedro Jesús Fernández
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788418230127



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merecía la pena husmear.

      En 1936, Santiago Cortés González, siendo capitán con destino en Jaén, encabezó la sublevación de un numeroso grupo de guardias civiles en el Santuario de Nuestra Señora de la Cabeza, y asumió el mando de los mismos durante los casi nueve meses que duró el asedio al que fueron sometidos por tropas republicanas. El cerco comenzó el 14 de septiembre de 1936. Ese día, el comandante sublevado Eduardo Nofuentes había llegado a un acuerdo con representantes del Gobierno para evitar un prolongado enfrentamiento que permitía la evacuación de los encerrados en el santuario. Santiago Cortés enfureció cuando se enteró de este acuerdo, y mando detener a los milicianos allí presentes y al propio Nofuentes y a su familia, que pasaron a ser prisioneros. Desde octubre de 1936 hasta enero de 1937 los ataques republicanos fueron débiles. Los 1500 milicianos al mando del oficial Agustín Cantón eran más que los sitiados, pero, al no ser soldados profesionales, su capacidad militar era bastante limitada. En marzo de 1937, los nuevos mandos en la zona, el general Antonio Cordón y sus ayudantes, los coroneles Gaspar Morales y Martínez Cabrera, decidieron que no querían otro episodio como el de Alcázar de Toledo, con el agravante, además, que la iglesia de Santa María de la Cabeza estaba en la retaguardia republicana en aquel momento. Así, trazaron un plan que tenía que culminar con la toma del santuario.

      Entre el 23 y el 30 de abril se alternaron los momentos de tranquilidad, en los que intervino la Cruz Roja para atender a heridos, con los dedicados a preparar la estrategia del asalto final. El mismo tuvo lugar el uno de mayo a las cuatro y media de la mañana, momento en el que la infantería, que rodeaba el complejo, lanzó un ataque frontal con la intervención de dos mil soldados, artillería y unos diez tanques T-26 republicanos. Los combates duraron hasta las tres de la tarde, cuando Cortés fue herido por una granada. Media hora después un agente de la guardia civil, apellidado Herrera, enarbolaba la bandera blanca de rendición. El capitán fue hecho prisionero y falleció al día siguiente a causa de las heridas de guerra causadas durante el asalto final.

      En la jornada del viernes 21 de abril de 1939 Franco acudía a Andújar, en cuyo cementerio se encontraban los restos mortales de Santiago Cortés, sobre cuya tumba depositó dos coronas de flores, y una sección de legionarios a las órdenes del coronel Castejón le rindió honores. A la salida del campo santo, al Caudillo le fue presentado un niño de dos años, superviviente del asedio e hijo del teniente Ruano. Tras las lógicas muestras de cariño, Franco se dirigió en automóvil al santuario para conocer su estado de deterioro. Allí, Queipo de Llano le informó de que, gracias a la suscripción abierta a través de Radio Sevilla, se habían recibido aportaciones dinerarias para las obras de reconstrucción, teniendo constancia además de iniciativas como la de un fabricante de campanas de Madrid ofreciendo donar una para la ermita, y la efectuada por una firma de San Sebastián dispuesta a aportar todo el cemento necesario. Después de almorzar a orillas del río Jándula, Franco emprendió viaje a Córdoba.

      II

      Pedro optó por descartar a Cortés porque, pese a haber constatado que fue un valeroso un capitán, su pertenencia al bando franquista reducía al mínimo las opciones de ser el aludido en el manuscrito hallado en poder de los maquis, integrantes de la facción republicana. Otra probabilidad era que su autor hubiese pretendido destacar el arrojo de alguno de los bandoleros que combatieron contra la invasión del ejército francés de Napoleón, caso de José Ulloa Tragabuches, Juan Caballero El Lero o José María Hinojosa El Tempranillo, ya que los demás fueron anteriores o muy posteriores a aquella confrontación bélica. Sin embargo, al quedar especificado en el manuscrito el rango de capitán, Pedro decidió acotar las averiguaciones a algún oficial de las tropas españolas que lucharon en la Guerra de la Independencia.

      En julio de 1808, el general Francisco Javier Castaños ideó el plan Porcuna. Dos divisiones: una regular al mando de Félix Jones y la de reserva, al mando de Manuel de la Peña, debían atacar Andújar, clavando a las fuerzas del francés Dupont. Una tercera división, al mando del marqués de Coupigny, cruzaría el Guadalquivir más al este, a la altura de Villanueva de la Reina. Mediante una serie de osadas maniobras, realizadas de día y de noche, Castaños iba cambiando constantemente a sus efectivos de dirección, originando desconcierto en las tropas invasoras. Año y medio más tarde, el 20 de enero de 1810, en una acción coordinada del ejército imperial francés al mando de Sebastiani, se desarticuló la línea defensiva española dispuesta entre el Viso del Marqués, por el puerto del Muradal, y Santa Elena, cuando, a la altura de Las Correderas, las fuerzas españolas fueron sorprendidas por la caballería gala, disolviéndose aquellas apresuradamente, excepción hecha de un cuantioso número de hombres que fueron apresados. Los soldados españoles que lograron escapar se refugiaron por los cerros para reponer fuerzas y organizarse. En la siguiente jornada, cuando retrocedían desde Despeñaperros, se encontraron en las inmediaciones del Guadalimar con el ejército de Sebastiani, que había atravesado la sierra por la zona de Montizón, llegando hasta las inmediaciones del término municipal de Arquillos. Las diezmadas fuerzas españolas estuvieron dirigidas por Vicente Moreno, un capitán antequerano de gran valor que conocía bien el terreno que pisaba.

      La investigación parecía estar encarrilada. El pueblo debía ser Guadalén del Caudillo, situado en el Condado por donde combatió un valeroso militar; pero había que hallar la conexión de esos datos recogidos en el manuscrito con un embajador de Carlos V, cuyos restos mortales quedasen allí sepultados. Por ello, Pedro se puso a repasar pormenorizadamente la biografía del rey y emperador, cuyo nacimiento se produjo durante la celebración de un baile en el palacio Casa del Príncipe de Flandes, cuando la embarazada archiduquesa doña Juana comenzó a sentir fuertes dolores en el vientre. Creyendo que se debían a una mala digestión acudió al baño y allí, sin ayuda de nadie, dio a luz a su primer hijo.

      Carlos de Habsburgo nació a las tres y media de la madrugada del martes 24 de febrero de 1500. Doña Juana quería ponerle el nombre de Juan en recuerdo de su fallecido hermano, pero finalmente fue bautizado como Carlos por deseo de su padre y en recuerdo de su bisabuelo, Carlos el Temerario, quien murió en la batalla de Nancy en 1477. El 22 de enero de 1516, el abuelo del príncipe Carlos, Fernando II de Aragón, redactaba su último testamento. En él lo nombraba gobernador y administrador de los reinos de Castilla y León en nombre de la reina Juana I, incapacitada por su enfermedad.

      En lo concerniente a la Corona de Aragón, el rey Fernando dejaba todos sus estados a su hija Juana, nombrando, también en este caso, gobernador general a Carlos en nombre de su madre. Con la muerte del rey Fernando en Madrigalejo (actual provincia de Cáceres), Carlos comenzó a pensar en tomar el título de «rey», aconsejado por sus consejeros flamencos. En aquellos años, los papas debieron conceder prerrogativas a los reyes de España, que solo se extendían a obispados y beneficios consistoriales. Sin embargo, más tarde acabaron cediendo la mayoría de facultades atribuidas a la Iglesia en el gobierno de los fieles, convirtiéndose la Corona, de hecho y de derecho, en la máxima autoridad eclesiástica en los territorios bajo su dominio. Además, Carlos V sumó el cargo de patriarca de Indias, obteniendo el control de toda la labor evangelizadora. Igualmente, el 24 de febrero de 1530 —una década después de ser proclamado electo— fue coronado como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico por el papa Clemente VII, quien se convirtió en aliado de la causa imperial.

      III

      Toda aquella minuciosa investigación conformaba parte de varios capítulos de su novela. Así que, al escribirla, decidió dejar justo aquí, en suspense, el hilo de sus averiguaciones, a pesar de que, seguramente, a cualquier lector o lectora no le iba a hacer nada de gracia experimentar un coitus interruptus, ni siquiera, como este, literario. No digamos ya, del otro. Bastante tendrían algunas o muchas parejas con vivirlo en sus propias carnes en pleno lecho de las respectivas alcobas, dando por sentado que siguiera siendo el escenario coital predominante —que es dar mucho por sentado— en la actualidad. Acordó consigo mismo no bajarse del burro, como buen Pedro, dejando constancia, eso sí, de que las páginas recobrarían más adelante la interrumpida trama. No había prisa, y, quien la tuviese, acabaría olvidándose de ella al aguardarle múltiples alicientes narrativos como —por ejemplo— los acaecidos cuando él andaba