Informe Spagnolo. Pedro Jesús Fernández

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Название Informe Spagnolo
Автор произведения Pedro Jesús Fernández
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788418230127



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preguntas, las guardara para hacérselas una vez terminase, porque todo, desde lo más nimio a lo más complejo, acabaría cobrando sentido. Quería describir aquellas cálidas relaciones humanas sustituidas ahora por fríos y mecánicos mensajes virtuales. Retratar ambientes costumbristas que, aun sobrados de vulgaridad, eran auténticos, limpios y transparentes. Pasar sonriendo ante los lobos y las hienas que, mediante emboscadas, coartaron o interrumpieron su libertad. Que sapos y culebras quedasen retratados como son, como habían sido y como seguirían siendo porque, tal cual dejó escrito William Faulkner: «Se puede confiar en las malas personas, no cambian jamás». Por lo que, si unos y otras salían con ponzoña, no sería por inquina lejana o reciente, sino fiel reflejo de la estulticia que llevaban dentro, del nepotismo que abanderaban sin recato y con insultante descaro.

      «Los demás —le cambió la cara—, los demás —reiteró, queriendo recalcar a quienes se refería en ese momento— contaban con una categoría humana suficiente para, lejos de socavar la historia de su vida, elevarla». Gente maravillosa con la que se había encontrado a sus próximos 50 años. Hombres y mujeres que, con independencia de la manera de pensar o del puesto que ocuparan, le aportaron gestos de complicidad o de aliento. Que le concedieron compresión y apoyo. Con quienes lloró de alegría y también de pena, se fundió en abrazos, estrechó manos e intercambió besos. Tanto el periodista Antonio Herrero como el cantautor Carlos Cano, decía Pedro, fueron referentes no por su manera de pensar que, en algunos aspectos, compartía, sino por mantenerse fieles a sus principios. Al conocerlos sintió la obligación de no ser veleta, tener convicciones firmes, un estilo propio, inflexible con los abusos del poder, crítico con su país, con su tierra, con su gente.

      IV

      «No te quedes a ver los barcos venir». Esas ocho palabras, dichas por Carlos Cano, le quedaron grabadas. Fue lo último que oyó al terminar de entrevistarle en los camerinos del teatro Asuán. Allí mismo, ya sin grabadora de por medio, el cantautor le adelantó que le dedicaría A ver los barcos venir, uno de los temas de su repertorio. Además de la entrevista, el artista granadino tuvo el detalle de concederle una serie de íntimas reflexiones nacidas, como todo lo que salía de Carlos Cano, de su triste alma andaluza. Aquel mes de febrero del 86, a unas semanas del referéndum sobre la OTAN, le extrañaba que, precisamente en aquellas fechas, la Junta hubiese pensado en él para clausurar el I Certamen Nacional de Canción de Autor para Jóvenes Intérpretes. «Si esta gente cree que voy a renunciar a mis convicciones, es que no me conocen».

      Entre otras, sus convicciones pasaban por rechazar la incorporación de España a dicha alianza. Que no creía en fronteras ni banderas. Que Andalucía había perdido su espíritu crítico, y que los andaluces resultaban ser una bicoca para el poder de turno. A un palmo de distancia, con su voz profunda, recitó una de las estrofas de Las murgas de Emilio el Moro, canción que formaba parte de su entonces último trabajo discográfico, Cuaderno de coplas.

      —No sé por qué te lamentas en vez de enseñar los dientes, y por qué llamas «mi tierra» a aquello que no defiendes.

      Como presentador del concurso y del concierto final, Pedro —tenía entonces 22 años— salió emocionado, y, saltándose el guion, lanzó una frase propia que quiso dedicar al artista: una frase —afirmó al público— a la que se había aferrado desde que decidió ser periodista:

      —La libertad de expresión no está para halagarla, sino para ejercerla.

      Inmediatamente después, serio, elegante, sobriamente vestido con camisa blanca y pantalón negro, Carlos Cano llenó el escenario del Asuán, y ofreció un espléndido recital en el que incluyó, entre otras, La murga de los Currelantes, Tango de las madres locas, Andalucía Superstar, El día de San Román, Política, No seas saboría, Los jornaleros se van y Habaneras de Cádiz.

      Carlos Cano falleció a las cinco y media de la madrugada del martes 19 de diciembre de 2000, unos segundos después de que le hubiera dicho al médico, que acababa de hacerle un reconocimiento, que se encontraba bien. Mientras el facultativo salía de la habitación, Cano sufrió una parada cardiaca. «Se le ha roto el único trozo de arteria que quedaba suyo, y se ha roto en un sitio terrible», explicó el doctor Juan Miguel Torres, jefe de la Unidad de Críticos. Los médicos tenían previsto anunciar su traslado a planta por su buena evolución. El cantautor había pasado los últimos días desconectado de todos los aparatos mecánicos, a ratos levantado, de buen humor, y charlando con el personal auxiliar y con sus familiares. La autopsia reveló que la lesión se había producido en un lugar diferente del que motivó una intervención a vida o muerte el pasado 28 de noviembre. Sus restos fueron trasladados al salón de plenos del Ayuntamiento de Granada, donde fue instalada la capilla ardiente.

      «Me cachis en los mengues —pensaba Pedro entre indignado y melancólico—, con la panda de impresentables que hay jodiendo por ahí, y Carlos y Antonio enterrados —suspiró antes de continuar, tratando de superar el nudo de su garganta y, por fin, siguió contando y escribiendo que tuvo el privilegio de compartir confidencias con ambos, que los dos le hablaron, como debe hacerse, mirando a los ojos—. No todos los hombres lo hacen —aseguró, deteniéndose en un episodio muy diferente a los anteriores».

      V

      La grabación de las conversaciones de Txiqui Benegas, secretario de organización del PSOE mantenidas a través del teléfono móvil mientras viajaba por la N IV, cayó en manos de Pedro, que la recibió de quien la había grabado: un radioaficionado al que llamaba J.P, y cuya identidad mantenía en secreto. Las conversaciones de Benegas con, entre otros, Fernando Múgica y un empresario iban más allá de lo divulgado en la copia fragmentada de la cinta, filtrado a la Cadena SER. En la parte que trascendió, se calificaba como «dios» o «number one» a Felipe González, y se utilizaba el apelativo de «enano» en referencia a Carlos Solchaga. Pero la cinta original tenía registradas más cosas: se trataba de asuntos de Estado.

      Las relativas al duro enfrentamiento por el control del poder existente en el seno de los socialistas y del propio Gobierno de la nación eran lo menos sustancioso. La decisión de efectuar dicha filtración a la SER fue ordenada por el propietario de la emisora y de Radio Granada. Año y medio antes, Pedro había aceptado el reto de ponerse al frente de los informativos de Radio Guadalquivir Antena 3, y ocupar así el puesto del anterior redactor-jefe. Al llegar a la emisora, la tarde del jueves siete de febrero del 91, en la mesa de la redacción, había leído una circular, firmada por el director, Pepe Gutiérrez, que contenía unas exigencias que Pedro consideraba, a la par que inviables, inaceptables, viniendo, además, de quien le había confiado tan importante responsabilidad. Pepe Gutiérrez estaba disgustado por el comentario crítico dirigido a Gabino Puche, por estar tratando de manipular a su favor la denominada Mesa por el Desarrollo de la Provincia de Jaén. Con dichos intentos de manipulación pretendía tapar su rotundo fracaso en los comicios a la presidencia de la Junta frente al «candidato a palos», el socialista Manuel Chaves. La crítica, efectuada en el informativo del mediodía, era una nimiedad en comparación con las que Pedro solía realizar, poniendo a caer de un burro a cargos de la Junta, de la Diputación, o a todo un delegado del Gobierno en Andalucía como Alfonso Garrido. Sin embargo, lejos de recibir recriminación alguna por lo que, en aquellos casos, podía suponer extralimitarse en sus funciones informativas, fue objeto de gestos de complacencia. Desde el día de la fecha, según decía la circular, el director debía conocer con antelación el tiempo previsto para cada noticia, los titulares, las preguntas y el nombre de quienes fueran a ser entrevistados. Por supuesto, se le prohibía efectuar cualquier comentario que no tuviese la aprobación de la dirección.

      —Pepe, si mañana me encuentro este papel encima de mi mesa, me voy, dejo la empresa.

      —Pedro, tú no puedes hacer eso que dices.

      —¿Por qué?

      En esos instantes, daba por hecho que Pepe intentaba, con esas palabras pronunciadas de manera sosegada y acompañadas de una leve sonrisa, reconducir un asunto que le iba a suponer quedarse en poco tiempo sin el segundo de los pilares en los que se asentaba gran parte del prestigio informativo