Название | El patriarcado no existe más |
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Автор произведения | Roxana Kreimer |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789505567867 |
Los respaldos empíricos más grandes de lo que mencionamos en el párrafo anterior son un metaanálisis –revisión de investigaciones sobre un tema– de Richard Lippa realizado con medio millón de individuos y con un gran tamaño de efecto (d = 0,93), que mostró que en promedio los hombres prefieren trabajar con cosas y las mujeres con personas (Su y otros, 2009), y un estudio de Morris (2016), que encontró grandes diferencias sexuales en los intereses vocacionales en una muestra de 1.283.110 personas en los Estados Unidos.
Otras evidencias de dimorfismo sexual provienen de casos como el que registra Colapinto (2000), en el que un varón obligado a asumir la identidad de mujer mediante la educación recibida y la intervención quirúrgica, a los 14 años es informado sobre su historia médica y decide vivir como un hombre, y de niños con extrofia cloacal (malformaciones en el pene), operados y educados para parecer mujeres, que dijeron sentirse “hombres atrapados en cuerpos de mujer” (Reiner y otros, 2004). De 16 varones en esta situación, el 100 % tenían de moderados a marcados intereses típicos de hombres y la mayoría se identificaron como hombres (10 de 16; en el estudio la totalidad de los participantes fue seguida entre 34 y 98 meses).
Lippa también menciona numerosas diferencias de sexo en conductas problemáticas y trastornos mentales como la depresión, la ansiedad, el comportamiento antisocial, el abuso de sustancias, el autismo y diversos problemas de lenguaje (1998; 2005). Y advierte que minimizar estas diferencias de género puede acarrear más costos que advertir su existencia e investigar sus causas. También destaca grandes diferencias en un número de conductas infantiles como, por ejemplo, la tendencia a asociarse con otros del mismo sexo, los estilos de juego y otros intereses (Lippa, 2005; Maccoby, 1999).
La orientación sexual también muestra grandes diferencias entre hombres y mujeres (Lippa, 2005), así como el deseo sexual (Baumeister y otros, 2001) y las preferencias de pareja (Conroy-Beam, 2015). Las fantasías sexuales de los hombres son más frecuentes que las de las mujeres, incluyen una mayor variedad de parejas y se extienden a una variedad más amplia de actos sexuales que las fantasías de las mujeres (Baumeister y otros, 2001). Un metaanálisis reciente de 1788 artículos y 1600 participantes (Todd y otros, 2017) encontró que, desde una edad temprana, la mayoría de los niños eligen juguetes destinados a su propio género, pero la brecha parece estar disminuyendo en los últimos años. Los autores argumentan que las disimilitudes de sexo en la elección de juguetes en niños de 9 a 17 meses suma evidencia empírica de que aparecen antes de la socialización y no dependen del conocimiento de la categoría de género, sino que son reflejos de nuestra herencia biológica. También argumentan que es probable que cuando el niño o la niña comienzan a etiquetarse a sí mismos como varón o como mujer, esas tendencias previas sean alteradas, incrementando los juegos considerados aceptables para su sexo y desestimando los que no entran en esta categoría.
No podemos completar aquí la extensa enumeración de las diferencias de sexo (para otros ejemplos, ver Lippa, 2010a; 2010b; Geary, 2010), pero agregaremos algunos estudios más. Uno de los trabajos sobre los rasgos humanos universales, realizado por Donald Brown (2004), señala que los hombres y las mujeres son vistos como diferentes en todo el mundo: las mujeres aparecen más directamente relacionadas con los niños y los hombres aparecen, en promedio, más competitivos.
Ellis (2011) identificó 65 diferencias sexuales universales en rasgos cognitivos o de comportamiento, utilizando como criterio la presencia de al menos diez estudios publicados independientemente que han encontrado una diferencia sexual estadísticamente significativa en la misma dirección. Estas aparentes diferencias universales de sexo están relacionadas con el trabajo y las ocupaciones, el comportamiento social, de juego y asociado al consumo, la personalidad, las preferencias, los trastornos psicológicos y los patrones perceptivos y emocionales.
Diferencias sexuales como resultado de la evolución
El punto en común de los metaanálisis de Janet Hyde, Daphna Joel y Lucía Ciccia es que ignoran sistemáticamente todos los estudios que tienen en cuenta la historia evolutiva de nuestra especie, y en particular la teoría de la selección sexual de Darwin. En ella, tal como consignamos en el capítulo anterior, se explica cómo hombres y mujeres enfrentaron algunos desafíos distintos en contextos ancestrales. Investigadores posteriores que siguieron en esa línea encontraron evidencias de cómo se establecieron ciertas estrategias adaptativas diversas para hombres y mujeres, tales como un mayor interés por las personas en el caso de las mujeres y un mayor interés por los mecanismos de los objetos en el caso de los hombres.
Por otro lado, a partir de este encuadre evolutivo, Ciccia y Joel ignoran el hecho de que hay rasgos que en promedio predominan más en cada sexo. De esta manera, pierden una clave esencial que explica una parte considerable de los comportamientos humanos que interactúan con la cultura.
En principio, la mayor parte de quienes escriben sobre este tema reconocen que somos resultado de la selección natural y sexual, pero en la práctica algunas posturas denotan un dualismo metodológico que hace tiempo fue abandonado por la investigación científica. Si nos referimos al estómago, al intestino, a la vista o a las piernas, no tienen ningún problema en reconocer que somos animales, pero la evolución parecería detenerse en el cuello si hablamos de predisposiciones psicológicas. De este modo, se considera que el cuerpo y la mente son entidades separadas. Para quienes aceptan la teoría de la evolución, es claro que el cerebro humano debe contener adaptaciones que procesan información del medio ambiente. Es el caso, por ejemplo, de las estrategias biológicamente adaptativas que denominamos emociones. Hombres y mujeres se diferencian en cromosomas, genética, hormonas y rasgos neurofisiológicos. Explicar las diferencias de sexo exclusivamente a través de aspectos socioculturales, negando los biológicos, constituye una forma cuestionable de reduccionismo, en este caso sociológico. Es preferible una integración de ambos niveles de análisis.
Mujeres y hombres en todo el planeta tienden a preferir rasgos diferentes en la elección de pareja, aunque también tienen preferencias comunes (Buss, 1989; Schmitt, 2005; Shackelford y otros, 2005; Lippa, 2009). Las mujeres tienden a sentirse más atraídas sexualmente por hombres de mayor estatus por su riqueza económica, inteligencia o poder (Buss, 1989; Townsend, 1990), son más propensas a evitar el daño físico y dan menos señales de estar interesadas en dominar y alcanzar posiciones de estatus (Campbell y otros, 1998;