Название | El patriarcado no existe más |
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Автор произведения | Roxana Kreimer |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789505567867 |
En su libro Brain Gender (2005), Melissa Hines sugiere que hombres y mujeres no son idénticos, tal como claman los constructivistas sociales, ni completamente distintos, como sugiere John Gray con su divulgada metáfora de que “los hombres son de Marte y las mujeres de Venus” (1992). Algunas desemejanzas entre hombres y mujeres son moderadas y otras, tales como los estilos de juego o los juguetes elegidos, son grandes y comienzan a los doce meses de edad (Berenbaum y Hines, 1992; Jadva y otros, 2010). Hines también realizó estudios que evidencian que las niñas tienden a preferir seres vivos (muñecas, animales de peluche) y los niños prefieren vehículos, autos, aviones y armas (Alexander y Hines, 1992). Asimismo, las niñas y los niños prefieren jugar con los de su mismo sexo entre el 80 y el 90 % del tiempo (Hines y Kaufman, 1994).
Muchas de las diferencias mencionadas pueden ser vistas en otros mamíferos: mayor agresión en el macho, mayor inversión parental en la hembra, mayor interés en los objetos por parte de los machos y mayor interés en miembros de su misma especie en las hembras. Entre humanos y chimpancés, los niños y las crías macho suelen pasar más tiempo lejos de las madres que las niñas y las crías hembra, lo que podría revelar también una mayor propensión al riesgo (Lonsdorf y otros, 2014). El caso de la hiena es atípico, ya que la hembra tiene más testosterona que el macho, con lo cual su carácter es más agresivo, y suma evidencia en favor de los efectos de la testosterona (Dloniak y otros, 2006).
Las mujeres muestran un mayor interés social y más habilidades para relacionarse socialmente desde muy pequeñas, pero como la socialización podría reforzar ese rol, no quedaría del todo claro su origen. En un estudio de Gerson y otros (2016), se observó si esas diferencias surgieron en 48 crías de primates macacos que crecieron en un medioambiente controlado. Comparado con los machos, las hembras de dos o tres semanas de vida miran más a la cara, específicamente a los ojos, y entre la cuarta y quinta semana de vida establecen más contacto con los cuidadores conocidos y no conocidos.
Diferencias sexuales en el cerebro: críticas al metaanálisis de Daphna Joel
El metaanálisis de Daphna Joel del 2015 fue muy influyente entre neurofeministas como Ciccia, que sostiene que sus escritos siguen la línea de esta investigadora israelí (Ciccia, 2017b). Para Joel, los cerebros de hombres y mujeres no suelen ser típicamente masculinos o típicamente femeninos, sino un mosaico, por lo que considera cuestionable que en materia de sexo existan diferencias estructurales significativas. Tal como señalan Del Giudice y colegas (2016), la estrategia utilizada implicaría que si un hombre no posee una de las preferencias típicas masculinas (boxeo, construcción, golf, videojuegos), entonces se lo debe incluir dentro de la categoría de “mosaico” y no en la de “típicamente masculino”. Como si por no gustarle el fútbol, una persona no fuera un hombre sino un “mosaico”.
El hecho de que haya diferentes variedades de rasgos relacionados con el sexo no implica, como han afirmado Daphna Joel (2015) y Lucía Ciccia (2015), que no haya diferencias sexuales en el cerebro, o que sólo influya la cultura. Las diferencias biológicas que existen son significativas: a nivel de cromosomas y por el grado de testosterona que inunda el útero en la octava semana de gestación, masculinizando el cerebro. Implican diversidad de juegos, de preferencias y conductas de todo tipo. Somos más parecidos que diferentes, pero esas diferencias cuentan y no son sesgos machistas de los investigadores ni se oponen a la conquista de la igualdad de derechos.
Un metaanálisis de Feingold (1993) muestra diferencias de sexo en la personalidad consistentes a lo largo de las edades, años en los que se recopilaron datos, niveles educativos y naciones. En promedio, los machos son más dominantes, asertivos, propensos al riesgo, rudos, despiadados, emocionalmente estables, utilitarios y abiertos a ideas abstractas, mientras que las hembras son más nutridas, cálidas, altruistas, sumisas, adversas al riesgo, tendenciosas, emocionalmente inestables y abiertas a los sentimientos y experiencias estéticas y, contrariamente a las predicciones de la teoría sociocultural, estas diferencias tienden a ser mayores en los países con más igualdad de género (Del Giudice, 2015).
Existen pequeñas y múltiples diferencias sexuales en los cerebros: tamaño, densidad, asimetría cortical, en el núcleo del hipotálamo y muchas otras. Chekroud y otros (2016) lograron 93 % de precisión para predecir el sexo de participantes adultos a partir de la estructura del cerebro (para una revisión de otros estudios que predicen el sexo según la estructura del cerebro, consultar Del Giudice, 2019). Los autores argumentan que los cerebros de hombres y mujeres son altamente distinguibles, y comprender sus diferencias tiene implicaciones para dilucidar la variabilidad en la incidencia y progresión de enfermedades, en la psicopatología y en las diferencias en los rasgos psicológicos y el comportamiento.
La teoría de la empatía-sistematización
Cuando Ciccia señala “los altos niveles de testosterona representan un sello de calidad para el desarrollo de aquellas performances cognitivas que requieren una mayor capacidad de abstracción” (2015), aunque en ningún momento lo menciona, probablemente haga referencia a la teoría de la empatía-sistematización de Simon Baron-Cohen (2002; 2004), que surgió a partir de sus estudios sobre autismo, un trastorno que correlaciona con altos niveles de testosterona en el útero materno. Además de tener dificultades con la empatía, el autista tiende a observar patrones muy focalizados, similitudes en cosas desconectadas, a concentrarse en fragmentos o detalles que quizás nadie antes notó, conductas que Baron-Cohen denomina “sistematizadoras”, ya que tienden a identificar las reglas subyacentes de diversos sistemas. No es inusual que el autista sea particularmente talentoso para cuestiones que involucran este tipo de habilidades. La tarea de sistematizar supone el reconocimiento de patrones y también la abstracción, que es extraer los rasgos esenciales de un conjunto de objetos o ideas.
Baron-Cohen hipotetizó que el autismo podía representar rasgos extremos del cerebro masculino típico (Baron-Cohen, 2002). A los hombres en promedio les interesa más que a las mujeres conocer los mecanismos (cómo funcionan las cosas), como cuando un automovilista inspecciona el motor del auto, y también en promedio tienen más interés por las matemáticas que las mujeres.
Los hombres en promedio se interesan más por los objetos y por los procesos que por las personas, que son –también en promedio– de mayor interés para las mujeres, un foco que nace de su mayor predisposición a la empatía, tal como evidencian numerosos estudios, como el realizado con una muestra de 5186 personas en el que se midió el cociente de empatía y el de sistematización, y las mujeres en promedio calificaron mejor en empatía, mientras los varones calificaron mejor en sistematización (Wright y Skagerberg, 2012). En un metaanálisis de empatía cognitiva realizado con 88.056 voluntarios, las mujeres rindieron mejor en el test de “Lectura de emociones en los ojos” (Warrier y otros, 2017).
La teoría de la empatía-sistematización puede ser utilizada para explicar las disimilitudes sexuales en las preferencias de los niños por los juguetes, y en la adultez, las preferencias ocupacionales. La física y la ingeniería son el equivalente de los juegos mecánicos y constructivos de la niñez. La sistematización incluye sistemas técnicos (computadoras, vehículos y otras máquinas), naturales (ecología, geografía, química, física, astronomía o geología) y abstractos (política, economía). La teoría de la empatía-sistematización fue puesta a prueba nuevamente en el estudio más grande que se realizó hasta el momento, con una muestra de medio millón de personas (Greenberg, 2018). Se sumó evidencia en favor de la hipótesis de que las mujeres en promedio son más empáticas, los hombres en promedio están más orientados a los sistemas, y las personas autistas en promedio muestran un perfil “masculinizado”.
Aunque, tal como hemos señalado, Ciccia no menciona la teoría de la empatía-sistematización ni a ninguna otra