Название | El patriarcado no existe más |
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Автор произведения | Roxana Kreimer |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789505567867 |
Por otra parte, la preferencia que en promedio manifiestan las mujeres por carreras que focalizan en lo vivo o en personas y no en la sistematización (o abstracción, en palabras de Ciccia), que en promedio son preferidas por los varones, es una elección individual que merece ser respetada y no descalificada estableciendo un régimen jerárquico que no es en absoluto evidente, puesto que ser psicóloga, médica, veterinaria o bióloga, todas carreras con un mayor porcentaje de mujeres, no es menos valioso que ser físico, matemático o ingeniero.
A diferencia de lo señalado por Ciccia, que no cita ningún pasaje para brindar evidencia sobre su afirmación, Baron-Cohen en ningún momento refiere a un “sello de calidad” que mediante la testosterona se traduciría en una mayor “capacidad de abstracción” del varón (Ciccia, 2015). El psicólogo refiere a preferencias de las mujeres por las personas y todo lo vivo, y a preferencias por parte de los varones por objetos y sistematización (reconocimiento de patrones). Aunque la sistematización puede ser considerada sinónimo de la abstracción, Baron-Cohen no utiliza esa palabra e incluso si la empleara, tal como hemos señalado, no la vincula con capacidades sino con preferencias (Baron-Cohen, 2005).
Tras enumerar los pocos estudios a los que hace referencia, Ciccia (2015) concluye: “En definitiva, tal como en el siglo XIX, pero enmascaradas por un lenguaje especializado, las conclusiones de las investigaciones neurocientíficas orientadas a estudiar diferencias sexuales respaldan una imagen de hombre que representa el estadio superior dentro de la especie humana (...). A su vez, “los altos niveles de testosterona representan un sello de calidad para el desarrollo de aquellas performances cognitivas que requieren una mayor capacidad de abstracción”. En contraste, el cerebro de la mujer, al que Ciccia sostiene que se le atribuyen conectividades más primitivas y funciones menos especializadas, continuaría reflejando su destino biológico circunscripto a la procreación y a la maternidad. Luego concluye que este pensamiento “legitima el régimen sexual jerárquico y binario, piedra angular del sistema patriarcal-capitalista”, de modo que “el cerebro opera como el garante principal de los estereotipos de género.”
Negar la evidencia en favor de significativas diferencias sexuales o minimizarla, no sólo puede tener costos altísimos al subestimar trastornos mentales como la depresión, la ansiedad, el comportamiento antisocial, el abuso de sustancias, el autismo y diversos problemas del lenguaje, sino que puede tener un impacto negativo en el desarrollo infantil. Si se piensa que lo “femenino” o lo “masculino” no existen, la educación parental, institucional, la ciencia médica y los programas de salud mental pueden verse seriamente perjudicados.
Creer que del hecho de que hombres y mujeres no tengan idénticas preferencias se deriva la inferioridad de la mujer supone confundir igualdad identitaria con igualdad de derechos. Hombres y mujeres no tienen que ser idénticos en sus características para que accedan a derechos humanos y civiles básicos. Daphna Joel se pregunta por qué, si no es correcto evaluar si los negros son iguales a los blancos, lo es preguntarse si los hombres son iguales a las mujeres. “La única razón por la que queremos hacerlo –agrega– es para justificar las diferencias en la sociedad” (Joel, 2012). Incluso llega a proponer que “dejemos de usar los términos hombre y mujer”, que nos crean la ilusión de que somos totalmente diferentes, y declara que “nuestro género es una de las prisiones en las que vivimos (...) Sueño con un mundo sin género en el que seamos libres para elegir todo. Algunos elegirán sólo ser mujer, otros elegirán solo ser varón, algunos elegirán los dos.”
Joel sostiene que todos los humanos son “intersexo” y como evidencia señala que un tercio de los varones tienen pechos con forma femenina. Pero las categorías de hombre y de mujer no son un invento del patriarcado ni niegan la transexualidad, y la heterosexualidad no es un mecanismo opresivo. El mero hecho de que una persona considere que forma parte de un “espectro de género” presupone una gradación entre dos polos, y si un individuo siente que es una mezcla de ambos sexos, esto no implica que sea “neutral de género”. El ideal de Joel de abolir toda categoría sexual presupone que el sexo es autolimitante, algo cuestionable puesto que rasgos que son más frecuentes en un sexo que en otro pueden ser beneficiosos a nivel individual y social.
En “Sex and Gender are Dials, not Switches” (“El sexo y el género son diales, no interruptores”), David P. Schmitt sostiene que la sexualidad humana no es pasible de ser clasificada en categorías claras y completamente distinguibles (“tampoco pueden serlo los átomos”, señala). Existen categorías intersexo (por ejemplo, personas con insensibilidad a los andrógenos suelen tener cromosomas X e Y, lo que usualmente equivale a un hombre), pero en general crecen como mujeres y no advierten que son hombres en el nivel de los cromosomas hasta que la infertilidad los conduce a la revelación genética. Existen desórdenes del desarrollo sexual como la hiperplasia congénita o el Síndrome de Swyer, el de Klinefelter o la deficiencia de 5-alfa reductasa, en el que una persona con cromosoma X o Y tiene un aspecto femenino hasta que alcanza la pubertad, después de lo cual su cuerpo comienza a adquirir una apariencia masculina. Aunque esas personas son educadas por sus padres como mujeres, cuando alcanzan la adolescencia, la mayoría desarrolla una identidad masculina (Phornphutkul y otros, 2000). Esos casos se presentaron en mayor proporción en una isla cercana a la República Dominicana, donde es frecuente la endogamia (unión entre parientes consanguíneos), algo que incrementa el riesgo de contraer enfermedades genéticas. En tiempos en que este mecanismo era ignorado, se denominaba a estos niños “doce huevas”, puesto que a los doce años les bajaban los testículos.
Las más importantes expresiones de diversidad sexual no pueden ser entendidas unidimensionalmente. Aunque las categorías femenino y masculino son útiles como heurísticos, puede haber más variación bajo las etiquetas. Schmitt sugiere pensar al sexo como diales interconectados y multidimensionales, más que como unas pocas categorías de interruptores. “Diales que dependen de la genética –escribe–, y de los niveles hormonales, los efectos organizacionales en el útero, los activacionales en la pubertad y un amplio rango de factores sociales, históricos y culturales” (Schmitt, 2016).
Ignorar investigaciones o desestimarlas porque no responden al preconcepto de que hombres y mujeres deben ser idénticos, no hará más que retrasar el progreso de la ciencia, asignar presupuestos a investigaciones basadas en premisas sin evidencia que podrían hacer desestimar otras que estén basadas en premisas con apoyo empírico, y demorar la resolución de problemas de las situaciones que puedan resultar más problemáticas para cada género. La bióloga Heather E. Heying argumenta: “Te puedes ofender porque las mujeres amamantan, te puedes ofender por la realidad, pero ofenderse por la realidad es una respuesta que evidencia que rechazas la realidad. Hombres y mujeres son diferentes en altura, en músculos, en los lugares en los que se acumula la grasa en el cuerpo: nuestros cerebros son también diferentes” (Heying, 2018). Ofenderse o acusar de discriminatoria a la puntualización de factores biológicos es un malentendido de lo que significa que algo sea biológico. No se trata de un destino, sino de predisposiciones que interactúan con el medio ambiente, y no implican una excusa para la promoción de inequidades e injusticias. Caso contrario, como señalamos párrafos atrás, se cometería la falacia naturalista, que resulta de derivar lo que debe ser de lo que es o se supone que es. Los anteojos, la agricultura, las sillas de ruedas y los métodos anticonceptivos no son naturales y son valorados, y el Alzheimer y la malaria son naturales y se consideran disvaliosos.
No se sostiene la tesis central de Lucía Ciccia según la cual “la actual producción de conocimiento neurocientífico perpetúa los clásicos sesgos sexistas y androcéntricos que sirvieron para respaldar el régimen jerárquico y binario de los sexos” (2017a). Si, tal como señalamos, en promedio las mujeres son más empáticas que los hombres y un estereotipo identifica a la empatía con las mujeres, esto puede obedecer