Название | Más allá de la escuela |
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Автор произведения | Группа авторов |
Жанр | Учебная литература |
Серия | |
Издательство | Учебная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789878661773 |
Así, también fuimos problematizando algunos mandatos propios de las subjetividades neoliberales, como ese que dice que todos debemos ser empresarios de nosotros mismos, autogestionar la vida, criar niños y niñas autónomas, flexibles, en perpetua capacidad de aprender. Esto es, en apariencia, algo muy antisistema, pues se opone a muchos discursos y prácticas de la escuela tradicional, pero, en realidad, le hace el juego al modelo económico al resignificar la flexibilidad, la creatividad y la autonomía de un modo individualista, reduciendo al niño solo a su explicación psicológica o intimista, olvidando la raíz transformadora que estas palabras tuvieron en las pedagogías mal llamadas “alternativas”.
La súper mamá
En los relatos sobre educación en casa que una puede leer por ahí, siempre hay una súper madre: mujer moderna y tradicional a la vez, que trabaja en su casa pero que gestiona la vida del hogar con una eficiencia increíble. Se ríen de sí mismas porque no son perfectas pero, en el fondo, se acercan mucho a un cierto ideal de feminidad, maternidad y vida hogareña.
En mi caso, la cosa es bien diferente, pues opté por desarrollar mi vida profesional y articularla con mi vida personal. Me gusta mi profesión, me gusta trabajar fuera de mi casa y es parte de mi proyecto vital. En pleno siglo XXI las mujeres no deberíamos tener que justificar nuestras opciones al respecto; sin embargo, el neo-machismo, más sutil y menos, sigue presente y, muchas veces, las mujeres debemos justificar nuestras opciones, ya sea cuando ocupamos el espacio público o el doméstico. Veo con preocupación cómo algunos discursos alternativos traen en sí el germen reproductor de estereotipos de género asociados a la maternidad. De alguna manera, es vino viejo en odres nuevos.
Para mí, esto supuso una dificultad pues intenté hacerlo “todo bien”: ser una madre excelente que debía validar con sus actos una decisión polémica mientras seguía siendo una buena profesional. En el proceso, acaparé responsabilidades olvidando que este era un proyecto de crianza en conjunto con mi esposo, en el cual las responsabilidades son compartidas. Hasta que escribí:
“Me embargó la sensación de desorden, de fracaso, de soledad. Me sentí remando sola, lo que no es muy justo en realidad, y me vi colapsada por las miles de pequeñas cosas que había que organizar, las cuales me sentía incapaz de enfrentar. Tuve que pedir ayuda. Algo tan simple, ¿no? Decir: ‘no puedo sola’. Tontamente esperé hasta reventar. Cuando se tiene a alguien al lado que te ama no hay para qué llegar a ese punto. El Negro tomó riendas en el asunto y comenzó a organizar aquellas cosas que a mí se me estaban haciendo una montaña inescalable. Saber que a partir de la próxima semana las cosas están más organizadas me tranquiliza. Cuesta educar en la casa cuando padre y madre trabajan fuera del hogar, pero creo que no es imposible. Rara vez escribo de mis emociones en este blog, pero creo importante constatar las frustraciones. No todo es maravilloso cuando uno desescolariza. La literatura suele mostrar verdaderas familias Ingalls (a lo casita en la pradera) y cuando una se encuentra con su vulgar normalidad familiar puede sentir que no lo hace como debería. En mi caso, después de ser acogida en mi rabieta por el Negro, me calmé. Me des-victimicé (no hay nada peor que la autocompasión) y pude mirar las cosas con perspectiva. Pude descansar en mi marido y se lo agradezco. Hube de recordar dos cosas: es mejor decir las cosas directamente y no esperar que los demás las perciban por osmosis; querer ser la “súper mujer” es tan solo una fantasía manipuladora y agresiva hacia el resto de la familia. Es mejor construirse desde la experiencia de límite”.
De proyectos desescolarizadores
En ese periodo de educación casera, conocí a varias mujeres que educaban a sus hijos sin escuela. Digo mujeres, pues eran ellas quienes, principalmente, registraban su experiencia en blogs. Ellas me acompañaron mucho, conversamos virtual y presencialmente de los respectivos proyectos, discutimos nuestras miradas sobre la crianza, nos pasamos datos y nos acogimos en momentos de crisis. Ese fue un regalo inesperado de sororidad gratuita y acogedora.
Aprendí en ese tiempo que educar en la casa es un significante vacío, es decir, se construye en relación a un no querer escolarizar, a ser alternativo a la escuela. Sin embargo, al querer dilucidar mejor qué es educar en la casa, una se encuentra con muchas respuestas que, en el fondo, son muy diferentes entre sí. Los motivos para desescolarizar dependerán del sentido que cada familia le da a la experiencia. Conocí padres y madres cuyos hijos han sido severamente heridos por la escuela, otras personas con perspectivas new age, otros de corte más anarquista, y hasta personas cuya mirada política y social es más conservadora. Obviamente, las respuestas al por qué, para qué y cómo educar estarán marcadas por estas visiones. No es un tema tan solo de las metodologías que se usen para que los niños aprendan, sino que se desprende de la manera en que cada uno entiende qué es educar.
Cotidianidad
En la cotidianidad, escogimos educar mediante proyectos. Al principio eran muy planificados. Por ejemplo, se cumplía en esos días el aniversario de Darwin y estuvimos un mes trabajando sobre el viaje que realizó en el Beagle. Los niños averiguaron quién era este científico, realizaron una enorme maqueta con el mapa del viaje, conocieron la teoría de la evolución, conversaron con un amigo teólogo sobre la perspectiva histórica y actual de la iglesia sobre el tema, conversaron con amigos biólogos sobre la importancia de su legado, vieron videos, leyeron libros sobre el tema, escribieron textos que sintetizaban lo aprendido. Todo muy dirigido por nosotros y C, una joven profesora que los guiaba en las mañanas. Poco a poco, ellos armaron sus proyectos y nosotras les mostrábamos posibilidades a explorar. Recuerdo que decidieron ver una película a la semana; les pedimos que, a cambio, hicieran una reseña crítica de lo visto. No sé por qué, escogieron una película sobre la guerra civil española y les fascinó el tema. Conversaron con su abuela y una amiga de esta, cuya familia se refugió en Chile y viajó en el barco francés Winnipeg. Esta señora estuvo separada de su familia por años, pues a ella y a sus hermanas la enviaron a otro país, pensando que la guerra sería corta. En eso, se declaró la segunda guerra mundial y era muy riesgoso que las niñas viajaran a reunirse con sus padres. Ella les contó cómo, cuando el papá llegó a Chile, el funcionario de la aduana lo recibió recitándole unos versos de su hermano, un famoso poeta fusilado en la guerra civil. Esta narración autobiográfica llevó a mis hijos a preocuparse por el problema de los refugiados, por saber del Winnipeg y su relación con Pablo Neruda, por entender la segunda guerra mundial y también por conocer la obra del poeta fusilado. Durante meses escogieron películas sobre este tema.
Otro proyecto fue sobre la historia del rock, y los niños aprendieron muchísimo sobre historia del arte contemporáneo.
Estoy relatando los proyectos que resultaron bien, pero hubo muchos que no llegaron a buen puerto o que fueron cortitos porque el tema no les interesó mayormente. Me interesa subrayar que, tras unos meses de aprendizaje, lo que nos acomodó como familia fue ir acompañándoles en sus proyectos y ampliándoles los horizontes.
Un tema sobre el que no se habla mucho es el costo financiero de esta experiencia de educación en casa. En nuestro caso, reinvertimos lo que gastábamos en una escuela particular subvencionada, profesores particulares, especialistas del espectro psi y la dosis mensual de Ritalin, la medicación para el déficit de atención (monto no menor). El primer año contratamos a una joven profesora por cuatro horas diarias; el resto del dinero lo aprovechamos en aumentar las visitas a museos, conciertos y obras de teatro. El segundo año no seguimos trabajando con la profesora guía, pues quisimos un modelo más libre, y aumentamos la cantidad de talleres. Nuestro hijo asistía dos veces a la semana a trabajar en matemáticas con una profesora normalista jubilada. A él las matemáticas le fascinan de un modo que me es difícil de comprender, y lo que podíamos ofrecerle era muy insuficiente. Con esta profesora, él se zambullía en su tema favorito para explorarlo hasta el cansancio. Nos “hacía ruido” que la profesora tenía una perspectiva metodológica más bien tradicionalista, pero nos dimos cuenta de que entre mi hijo y ella había un vínculo especial que se construía más allá de la pirotécnica metodológica. Ella le enseñó a mi hijo a pensar matemáticamente y, a la vez, discutieron muchos temas, incluso sobre perspectivas que no eran las nuestras, pues había