Название | Más allá de la escuela |
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Автор произведения | Группа авторов |
Жанр | Учебная литература |
Серия | |
Издательство | Учебная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789878661773 |
Creo que ambos comentarios resumen las reacciones de quienes nos rodeaban en aquel entonces. El temor a reducirles el mundo a los niños es el que aparece como más común. Creo que también nosotros teníamos ese miedo. Nuestro proyecto pasaba por “abrirles” el mundo. No educarlos “en la casa”, cambiando el encierro escolar por el encierro del hogar. Deseábamos educarles en la ciudad, contactándonos con más personas de diferentes sectores, y no en el segregado mundo de los endogámicos barrios chilenos. Esto era importante para nosotros, pues no queríamos caer en la trampa de la subjetividad psicologisista, esa que es íntima, individualista y que se preocupa solo por el propio desarrollo, como si nuestros hijos fueran el centro del mundo. Para nosotros, su bienestar emocional es también tan importante como su desarrollo social, comunitario y político en la polis.
La “socialización”
Recobrar la calle para nuestros hijos fue un modo de responder a la insistente pregunta por la “socialización3”. Las personas preguntan, de un modo coloquial, por la manera en que los niños establecerán amistades y aprenderán a comportarse en sociedad. Personalmente, la socialización, entendida así, era lo que menos me preocupaba. Socializarse es aprender a vivir en sociedad, con otros. No se reduce a aprender unos cuantos modales, ni a saber “cómo ganar amigos e influir sobre las personas”. La escuela es un modo de socializarse, pero no el único. Parte de este proceso implica la adquisición de pautas y estructuras sociales a través de las cuales las personas aprendemos códigos de pertenencia a la sociedad, y que reproducen y producen formas en que se expresan el género, la clase, la raza. Así, la sociedad reproduce estas estructuras –con toda la opresión y emancipación que conllevan– y cada generación a la vez produce nuevas formas de expresarlas. La escuela, la familia y otras instituciones no están ajenas a estos procesos de reproducción y producción. Por ejemplo, en la escuela chilena –que está altamente segregada por clase social”– podemos ver formas de reproducción de la desigualdad y cómo los niños se socializan integrando esos códigos en sus vidas. Sin embargo, la escuela chilena es solo parte de una sociedad profundamente desigual. Al educar sin escuela, no nos íbamos a liberar de ese elemento. Por el contrario –y esto lo reflexionamos después– somos una pareja de profesionales, altamente escolarizados, con un círculos de amigos académicos, con una situación económica, gustos, formas de pensar y vivir relativamente similares. Entones, creo que el desafío de la “socialización” pasa no tanto por la pregunta acerca de las relaciones con otros niños, sino por la pregunta ética y social, por la apertura al otro; esos otros con quehaceres, sentires y pensares distintos de aquellos que como familia se les pueden mostrar. Para nosotros, la pregunta era cómo aminorar el efecto reproductor de esta opción y “socializarles” de modo tal de hacerles receptivos y abiertos a otras realidades. Es una pregunta política, que apunta a pensar cómo formarles como ciudadanos abiertos y comprometidos con la polis, es decir, desarrollar su juicio ético, político y social para interpretar y relacionarse con el entorno.
Sin embargo, antes de comenzar, tuvimos en la región uno de los terremotos más grandes de la historia4. Nuestra ciudad quedó en ruinas y muchas casas de adobe quedaron a medio demoler. Todo ese año hubo réplicas5, lo que hacía difícil transitar por las calles, pues se podía caer un muro, y era peligroso que los niños se movilizaran autónomamente por la ciudad. Obviamente, los recursos públicos se concentraron en la reconstrucción, por lo que casi no había talleres ni actividades artísticas o deportivas organizadas por el municipio. Nuestro proyecto tambaleaba antes de comenzar; sin embargo, persistimos, aún con temor a equivocarnos. Era importante para nosotros que los niños recobraran la dimensión pública de la ciudad, pero se nos hacía más duro. Algunos meses después de comenzar la experiencia de educar sin escuela, escribí:
“Lo he visto mucho. Tanto en propuestas escolares como en proyectos de familia. La idea de sacar al niño o la niña de la calle, siendo este último sinónimo de contaminación social, de vicios y malas costumbres, de peligros físicos y morales. En fin, un discurso según el cual los niños han de evitar los espacios públicos, pues son una amenaza para su desarrollo. Creo que, al menos en Chile, este temor a la calle oculta la aporofobia6, la desconfianza respecto del otro y el desconocimiento de lo público como espacio de desarrollo vital para las personas. Es otra forma de normalización del orden social, de encierro, en la casa, en la escuela, en espacios ‘para niños’, otros ‘para jóvenes’, distintos del espacio ‘adulto’. Espacios de control social sobre los cuerpos de los niños, ortopedia que expresa el temor a lo diferente, al niño como actor social y sujeto de sí. Tanto la escuela como el hogar pueden encarnar estas formas de anti-calle, de espalda a la ciudadanía, de desencuentro con la polis. Para nosotros, educar de modo casero ha implicado romper esta lógica, abrirles la puerta de la calle al mundo, dejarles explorar y salir, tomar el bus, recorrer el centro, visitar amigos de diversos barrios. En suma, recobrar la calle para nuestros hijos”.
De recreos, salas de clases y desescolarización
En la palabra homeschool, o escuela en casa, sigue estando la idea de una escuela necesaria para educar. Creo que, por mucho que pensáramos alejarnos de la estructura escolar, nosotros reprodujimos muchos de sus elementos: habilitamos una sala en nuestra casa, era más un cómodo escritorio que un salón de clases, pero contenía elementos clásicos de la escuela, como pizarra, diario mural y rincones; usamos parte del dinero que ahorramos en escolaridad, uniformes y clases particulares, para contratar una profesora por medio tiempo. No éramos los únicos que pensábamos escolarmente la educación sin escuela: Mientras nos preparábamos para iniciar esta aventura de educar en la casa, mis hijos estaban muy preocupados sobre qué ocurriría a la hora del recreo. ¿Tendrían recreo? Esa era una pregunta recurrente. ¿Podrían ver televisión o jugar Wii durante el recreo? ¿Con quién conversarían en el recreo? No importaba que yo les contestase con un vago “ya veremos”. Ellos demandaban respuestas concretas para una pregunta muy específica. Entiendo que, para muchos niños, el recreo es la parte más agradable de su horario escolar; probablemente, para ellos, imaginar una “escuela en casa” era más literal que lo que yo y su padre pensábamos. Un registro de ese tiempo describe la situación:
“Partimos con este sistema hace hoy diez días hábiles, el lunes 22 de marzo. Ya el primer viernes mis niños pasaron de largo y cuando llegué, a la hora de almuerzo, me miraron con cara de ‘¿se acabó la mañana?’ Se les hizo cortísimo y ya no se toman su otrora demandado recreo, en parte porque están muy motivados, en parte porque se van dando cuenta de que esto es diferente a la escuela y, finalmente, porque van tomando conciencia de que avanzan a su ritmo y de que hay días más productivos que otros”.
El primer mes, los niños insistieron en armar un horario, que luego se fue flexibilizando. Otro problema de las primeras semanas, eran los tiempos libres. Como había una reproducción de la estructura escolar, los niños aprovechaban cualquier momento no supervisado para ver televisión o jugar al computador. Recuerdo haber pensado, con horror, que mi hijo menor se la pasaría tendido en su cama jugando juegos electrónicos.
Por mi parte (yo me creía más abierta), planificaba proyectos fanáticamente, intentando optimizar tiempos de aprendizaje con frenesí. De algún modo, teníamos metidos los tiempos, las lógicas y las formas de la escuela hegemónica. No educábamos sin escuela, sino con una escuela algo más relajada y