Название | The Empire |
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Автор произведения | João Valente |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9786078646043 |
Cuando todos los caminos son posibles, el destino es quien se encarga de escoger aquel que llamaremos Historia. Con los The Empire fue eso lo que pasó. El insospechado Luís Gomes fue quien, sin saber y sin hacer nada para propiciarlo, dio el empujón decisivo para la creación de la banda. Una noche calurosa en que el padre de Ricardo celebraba su cumpleaños con su familia y sus amigos encontraron a un baterista que no lo era.
El episodio se puede contar fácilmente. Ricardo, como cualquier buen adolescente, huyó de la fiesta y de la gente y se encerró en su cuarto. Escuchó que tocaban su puerta: era Tiago, un primo de su edad, quien también buscaba un refugio de las conversaciones de los adultos que colmaban la sala. A pesar de ser parientes, y de vivir cerca uno del otro, no se frecuentaban. Pero se entendían bien y se sentían a gusto uno con el otro. Ricardo dejó que Tiago entrara, y actuó como si continuara solo en su cuarto. Se acostó en la cama, volvió a ponerse los audífonos y se puso a leer distraído el booklet de un CD. Tiago cerró la puerta y miró en derredor. La habitación era muy distinta desde la última vez que había estado ahí. Ahora era un pequeño museo del rock and roll, repleto de carteles, discos, libros de partituras y cuerdas de guitarra desparramadas por el suelo. Tiago recuerda bien lo que pensó al entrar ahí:
Luego de un rato le pregunté qué era lo que estaba oyendo, pero ni siquiera me contestó. Toleraba que estuviera ahí por pura solidaridad entre adolescentes, pero no quería que lo fastidiaran. Como yo estaba aburrido, tomé la guitarra. En el acto él se levantó como resorte y gritó: «¡No la toques, la vas a desafinar!». Yo le contesté de broma: «Tranquilo… Con lo bruto que soy, preferiría tocar la batería, no guitarra».
La frase provocó en Ricardo un reflejo pavloviano. No dejó ir a su primo durante el resto de la noche. Sentía que había descubierto al baterista que buscaban y quería convencerlo de que se uniera al proyecto. Tiago nunca había estado siquiera al pie de una batería, y mucho menos pensaba en ser músico, pero aceptó a participar en uno que otro ensayo porque le parecía simpática la idea.
Los padres de los primos se vieron sorprendidos por esa súbita amistad. En pocos días, la complicidad entre Tiago, Mário y Ricardo era tal, que aun cuando ni siquiera se imaginaba cómo se desempeñaría con las baquetas en las manos, ya se consideraba miembro oficial de una banda que no existía.
El interés de Tiago estaba bien marcado desde temprana edad. Al ser hijo de un veterano jugador de rugby, ocupaba su tiempo libre en los entrenamientos del Belenenses y en el gimnasio. Tiago sobresalía entre la multitud: era casi siempre el más alto de todos. A pesar del furor que despertaba en las chicas, no les mostraba demasiada atención. En la escuela era un alumno promedio. Además del rugby, tenía un amor enorme por un pastor alemán que había crecido con él desde bebé; se llamaba Ramsés y, a falta de hermanos, era como su hermano sustituto. Andaban siempre juntos y bastaba con una mirada para que se entendieran. Ramsés murió semanas antes de la noche en que le propusieron entrar a la banda. La rapidez con la que aceptó la invitación y la voracidad con que se empeñó en ese proyecto fueron inesperadas. Es muy probable que se hubiera enrolado en ese nuevo interés en busca de un paliativo para el dolor de su pérdida. Estaba tan entusiasmado, que contó a sus amigos la noticia incluso antes del primer ensayo:
Si les decía que quería ser músico se iban a burlar de mí. Pero ser baterista de una banda era diferente: en el fondo, pasaría la vida golpeando cosas con palos. Parecía lo suficientemente básico para obtener la aprobación de todos. Sería aceptado, aunque con algunas reservas.
Al principio, los padres de Tiago no pusieron objeciones a las nuevas amistades de su hijo. Aun cuando Ricardo y Tiago eran primos, tenían personalidades distintas. Si el guitarrista era tímido y retraído, el baterista era extrovertido. Hablaba en voz alta y le gustaba ser el centro de atención. Era una especie de niño grande. Todo el tiempo estaba rodeado de muchachos corriendo de un lado para otro, cayéndose y derribándose unos a otros. Es difícil pulir un diamante en esas circunstancias. Sus propios padres sentían que su hijo vivía en un círculo demasiado cerrado. No hablaba con quien no perteneciera a la caja donde se había acostumbrado a vivir, no por timidez, sino por desinterés. Esta extensión de los horizontes del hijo les agradaba. Además, el eslabón que lo ligaba a esa nueva pasión era nada menos que Ricardo, lo conocían bien y podían —por lo menos era lo que ellos creían— mantener controlada esa pasión.
Los tres amigos pasaban su tiempo libre en la Woodstock de Lafitte. Necesitaban instrumentos para ensayar y aprovechaban los artículos de segunda mano que se vendían ahí. Fingían tener un ligero interés en comprarlos y se pasaban tardes enteras probándolos sin terminar de decidirse. El dueño de la tienda los toleraba con una sola condición: que lo escucharan. Lafitte era un repositorio de historias de rock y de viajes increíbles. Era difícil distinguir entre la verdad y la ficción. Comenzaron a salir cada vez más tarde de la tienda y a instalarse en una sala que había en la parte trasera. Ensayaban, platicaban, bebían, fumaban y escuchaban las novedades que les tenía Lafitte. Con todo y su precaria economía lograron juntar más de veinte mil escudos que Ricardo y Tiago ahorraron del dinero que les daban para la escuela, y compraron una imitación de Fender Strat para Mário y una Gibson Les Paul decadente, parchada con cinta adhesiva, para Ricardo. Añadieron dos amplificadores que casi funcionaban y Lafitte todavía les consiguió un platillo, una tarola y un bombo de segunda mano que costaban ochenta mil escudos, que ellos se comprometieron a pagar en abonos. Acordaron que podían tocar la batería ahí, pero no saldría de la tienda sin que la pagaran en su totalidad. Se beneficiaron todavía de un extra: Lafitte le enseñó a Tiago a dar sus primeros golpes y, para sorpresa de todos, reveló una aptitud innata. El propio Tiago era el más sorprendido:
Nunca había tocado en mi vida. Y cuando te equivocas en las percusiones todo el mundo se da cuenta, no se puede ocultar. Es algo intimidante. Pero tuve la suerte de comenzar con poco —plato, tarola y bombo—. Comencé desde cero y dejé que la imaginación hiciera lo suyo para multiplicar los sonidos que lograba sacar. Este inicio acabó siendo una excelente escuela para el resto de mi vida.
Con el final de las clases, las vacaciones de verano se extendían por meses y el trío se sentía capaz de comerse el mundo. Entraron en una fase experimentalista. Tocaban muy mal, pero no les daba vergüenza equivocarse. Practicaban mucho y lo intentaban todo. Como los instrumentos eran de calidad dudosa, su mal sonido tenía que ser compensado con una mayor creatividad. Cualquier novedad o acontecimiento era motivo de festejo. Durante las semanas siguientes ensayaron con ahínco en el cuarto de atrás de la tienda de instrumentos musicales. Le pusieron por nombre «Dramático». Fue Lafitte quien los obligó a bautizar el lugar donde ensayaban. «Todas las grandes bandas están asociadas a un estudio o a un lugar. Este será su Abbey Road, solo tienen que darle un nombre», explicó. A Mário se le ocurrió llamarlo Dramático en homenaje a la sala de Cascais por donde pasaron Nirvana y Pearl Jam. El nombre sería promesa de lo mucho que estaba por suceder.
Ensayaban mientras Lafitte se sentaba a oirlos hasta bien entrada la noche. Además de tocar covers comenzaron a desarrollar sus propias composiciones y a escribir algunas canciones, pero las letras eran un problema. Querían cantar en inglés, como las bandas de rock que idolatraban. Sin embargo, cuando se ponían a escribir el resultado sonaba muy básico, casi ridículo, como Mário afirma:
Las letras eran una mierda, llenas de shine a light y de into the night. Sin relación con el mensaje que queríamos transmitir. Decidimos dejarlas procesar a fuego lento y concentrarnos en la música.
Cuando se dieron cuenta de que no eran buenos letristas, el dueño de la Woodstock estrechó la relación con sus inquilinos. Les prestaba discos, libros y revistas viejas. Con él aprendieron los principios básicos de acústica y afinación, así como las diferencias entre el sonido en estudio y en vivo. Lo conmovían aquellos muchachos, su ímpetu, su alegría, su entusiasmo. Acabó por acostumbrarse a ellos. En verdad quería a ese trío. Los consideraba los hijos que nunca tuvo, y que por suerte habían nacido ya adolescentes. El afecto era recíproco, él se convirtió en el padre espiritual de la banda. Al poco tiempo las cosas de Mário fueron llenando el cuarto de la trastienda. Lafitte se daba cuenta de que alguien las había dejado ahí,