Название | The Empire |
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Автор произведения | João Valente |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9786078646043 |
Una tarde, Manuela Gomes pasó frente al cuarto de su hijo. La puerta entreabierta le permitió ver lo que pasaba. Ricardo ni cuenta se dio de la presencia de su madre, mientras pegaba unos audífonos al cuerpo de la guitarra, y conectaba el cable a la entrada de micrófono del aparato. Al mismo tiempo distorsionaba la configuración del amplificador. Al levantar la mirada vio a su madre de brazos cruzados, mirándolo. «¿Ves, ma? Estoy haciendo una guitarra eléctrica», dijo con una enorme sonrisa de felicidad. Era evidente que aquella no era una pasión fugaz. Era un amor para toda la vida.
Siguiendo el consejo de Manuel Pires dos Santos, Luís Gomes volvió a inscribir a su hijo a una escuela de música, esta vez para que aprendiera a tocar guitarra. Pero a final de mes Ricardo dijo que estaba harto y se escapaba a escondidas de la escuela:
Detestaba las clases. Eran demasiado técnicas, llenas de teoría, solfeo y pautas, claves de sol y de fa. Yo lo que quería era tocar guitarra, cada vez más alto y cada vez más rápido. Pasaba tardes enteras un salón sin tocar un solo instrumento. En las clases de guitarra clásica no hay ídolos, hay maestros. Solo que están muertos desde hace trescientos años. Yo lo que quería era formar una banda con gente viva.
Cancelaron la inscripción, pero el profesor de guitarra pidió hablar con los padres de Ricardo. Los hizo llamar y les dijo que también sentía que su exalumno tenía una relación especial con la música. Sostenía que debían apreciar y proteger ese don. Cuando Manuel Pires dos Santos le dio su opinión a Luís Gomes, este reaccionó como si le hubieran diagnosticado una enfermedad a su hijo. Ahora que recibía una segunda opinión comenzó a aceptar la realidad. Se dio cuenta de que se trataba de talento. De un enorme e irresistible talento.
Mário y Ricardo, los pilares de The Empire, adoptaron la música y sus motivaciones de manera diferente. De esas diferencias dependería el futuro de su relación y de la propia banda. Mário soñaba con ser una estrella de rock, quería la pose, los aplausos, quería tener a las multitudes a sus pies. Siempre le disgustó el trabajo de estudio, donde sus deficiencias e inseguridades eran más notorias. Fue en los conciertos donde se convirtió en leyenda. Por su parte, Ricardo quería ser guitarrista. Cuando tocaba, él y el instrumento eran uno solo. Le daba lo mismo estar en su cuarto, en un estudio de grabación o en un espectáculo ante cincuenta mil personas. Tan pronto como comenzaba a tocar, todo a su alrededor desaparecía. Esos rasgos complementarios durante los primeros años acabaron por ser antagónicos y precipitaron el final de todo.
Pero nada de eso importaba aquel día, en el intervalo entre la primera clase del año y la siguiente. Eran tan solo dos amigos enamorados de la música y despreocupados de todo lo que los rodeaba. Fue con Mário que Ricardo descubrió la magia de los cassettes. Acostumbrado a los discos de vinil originales, no conocía esa forma de oír música que exponía nuestra personalidad de manera tan evidente. La sucesión de canciones, bandas y géneros grabados en una cinta podía revelar nuestra forma de ser, cómo nos sentíamos en el momento de la grabación. Un mixtape podía ser un diario personal, un regalo para un amigo o un poema de amor. A cambio, Mário aprendió los primeros acordes, cuando ambos se escapaban de clase para ir a tocar a casa de Ricardo.
Luego de meses de súplicas, Luís Gomes cedió y le compró una guitarra a su hijo. Aprovechó que era su cumpleaños y le regaló una Alhambra clásica, con la madera todavía por domar, que desafinaba las cuerdas a cada rato. Aquella noche Ricardo durmió abrazado de su guitarra, como un niño cuando recibe su primer balón de futbol. Al día siguiente la llevó a la escuela. No podía separarse de ella.
Mário, al ver a su amigo, sintió resabio agridulce en la boca. Por un lado, lo contagiaba la felicidad que Ricardo era incapaz de ocultar, pero al mismo tiempo sabía que él jamás tendría su propia guitarra. Eso le hacía sentir una envidia que lo avergonzaba.
A Ricardo no le pasó desapercibido todo ese torbellino de emociones. Cuando salieron de la escuela convenció a Mário de que fueran a comer juntos, él pagaría por ser el cumpleañero. Mário aceptó sin sospechar las verdaderas intenciones del guitarrista. Entraron a un café que ya conocían porque quedaba frente a una tienda de instrumentos musicales que frecuentaban. Ricardo pidió dos bifanas y dos imperiales.
La tienda al otro lado de la calle se llamaba Woodstock. Tenía de todo: guitarras, baterías, pianos, sintetizadores, sistemas de sonido, material nuevo, de segunda y hasta de quinta mano. Mário y Ricardo la conocían como la palma de su mano. Era frecuente que se quedaran embobados mirando los aparadores. El dueño era un tipo gordo y barbón que se llamaba Lafitte y que aseguraba haber estado en el festival de Woodstock. Ya se había acostumbrado a aquellos mirones e invariablemente acababa por invitarlos a entrar para que probaran algunas de sus novedades. En esas ocasiones aprovechaban para atacar las guitarras eléctricas. «Mucha alma y poca técnica», sentenciaba el dueño de la tienda.
Cuando Ricardo se terminó su bifana tomó su guitarra y le pidió a Mário que lo esperara ahí, iría a la Woodstock a comprar un juego extra de cuerdas. Mário no tuvo tiempo de responder por lo rápido que salió su amigo. También era cierto que no tenía ganas de acompañarlo y verse rodeado de todas esas guitarras que deseaba y que jamás tendría. Su amigo, sin hacer esfuerzo alguno, había recibido una Alhambra nueva y cara, y no se cansaba de exhibirla. Pidió otra imperial y se quedó mirando las burbujas del vaso. Se arrepintió de haber pensado aquello de Ricardo. Era, tal vez su único amigo y no tenía la culpa de… Mário suspiró y poco tiempo después vio a su amigo atravesar la calle con una sonrisa en los labios y dos guitarras, una debajo de cada brazo. Lo que sucedió después sigue vivo en su memoria:
Ricardo entró al restaurante y puso las guitarras en el suelo, al lado de la mesa. Al principio no entendí lo que pasaba, hasta que él, sin voltear a verme dijo: «Esta es la tuya». Yo estaba cada vez más confundido, sin saber qué decir. Ricardo, mientras tanto, se divertía con la cara de susto de su amigo. «Hablé con Lafitte y le cambié mi guitarra por estas dos. No son nuevas y no son Alhambra, pero son dos. Yo me quedo con una y tú con la otra». Me quedé sin palabras. No estaba acostumbrado a que la gente fuera buena conmigo y no sabía cómo responder. Era un territorio nuevo e inexplorado. Lo recuerdo como si fuera hoy: mi corazón estaba a punto de reventar y tuve que hacer un esfuerzo enorme para no soltar ahí mismo el llanto.
A pesar de sus limitaciones técnicas, Mário compensaba sus deficiencias con un alma enorme. Todo lo que cantaba o tocaba le salía de las entrañas, lleno de fuerza e intensidad. Ricardo, por su parte, llenaba las melodías de su virtuosismo en las cuerdas. Tocaban de todo, aunque pronto dejaron el material más pesado y optaron por un rock más clásico y melódico: los Stones, Dylan, Red Hot, Guns N’ Roses, Queen, D.A.D., Gun, Def Leppard, AC/DC… Entre más tocaban, más querían seguir tocando.
En 2007, en una entrevista para la RTP, Mário habló acerca de cómo su pasión por la música eran el plan A y el plan B de su vida:
Andaba para todas partes con la guitarra bajo el brazo. Así, desnuda, porque no tenía ni estuche. Nunca nos separábamos. Era la primera vez que tenía una cosa que podía llamar mía. Aquel instrumento adquirió un valor incalculable. Hasta un día, que estaba en mi cuarto ensayando unas líneas de blues, y mi papá me llamó a la sala. Él solo le hablaba a alguien cuando quería tirarle mierda. Me preguntó dónde había encontrado esa guitarra. Después de contarle la historia me acusó de estar mintiendo. No podía creer que alguien pudiera regalarme una cosa. Estaba completamente seguro de que la había robado, y por lo tanto debía castigarme. Me dio a escoger entre destruir la guitarra y tirarla a la basura o recibir una golpiza. Cuando desperté al día siguiente tenía el labio hinchado y rojo. Apenas pude ponerme en pie de lo mucho que me dolía la espalda. La guitarra, no obstante, estaba intacta. En ese momento me di cuenta de algo: al ser pobre, sin amigos, poco inteligente y sin estudios, mi única tabla de salvación era la música; era mi boleto para salir de la miseria. No se trataba de desear la fama o el éxito. En ese momento todo se reducía a un asunto de supervivencia.
Corría el primer trimestre de 1999, cuando una compañera de su grupo, con quien hablaban poco, los invitó a que tocaran